T: EL PLAN DE DIOS: ESPERANZA PARA EL HOMBRE DE HOY

Miramos la realidad

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«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad». Catecismo de la Iglesia Católica, 51.

Buscar y conocer el sentido de la vida es una actitud humana fun­damental, pero cada persona actúa de manera distinta en esta bús­queda. Para algunos conocer el sentido de la vida y la razón de su existencia es una indagación constante, cargada de mucha hondura, pero también de muchas angustias y negativismos; para otros, esta búsqueda es propia de la adolescencia y/o juventud, cuando se llega a la vida adulta, ella desaparece y queda en el pasado; otras perso­nas nunca han querido plantearse seriamente la cuestión, viviendo prácticamente del momento y cuando las preguntas fundamentales de la vida humana han rozado su conciencia, las han rechazado de tal manera que podríamos decir que son personas que han vivido en la epidermis de la existencia.

Pero hay quienes buscan el sentido de la vida con corazón sincero y quieren saber para qué vinieron a este mundo. Sus preguntas existen­ciales y la nostalgia de infinito los marcan de tal manera que podrían ser definidos como «buscadores de la verdad» o mejor aún «busca­dores de Dios», porque Dios es la Verdad[1]. Así, estas personas, aun no creyendo, «intentan vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para encontrar orientación segura en la vida común y otras veces porque experimentan el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que esta sería todavía mayor con la presencia de Dios»[2]. De ahí que Dios que es Amor y Misericordia, sabe «recompen­sar a quienes lo buscan»[3].

«¿Qué mejor recompensa podría dar Dios a los que lo buscan, que dejarse encontrar?»[4]

 

Iluminamos al mundo con la fe

 

El ser humano busca la Verdad, porque el «deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios»[5], pero las respuestas que puede encontrar en su búsqueda, por más sincera que sea, tienen un límite; el «hombre puede conocer a Dios con cer­teza a partir de sus obras»[6], pero conocer su Misterio y su Plan es un don. Es necesario, entonces, que Él mismo se revele y muestre su Rostro.

 

a. ¿Qué es el Plan de Dios?

 

«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad»[7].

De acuerdo a la Dei Verbum, Dios quiso darse a conocer y dar a conocer el Misterio de su Voluntad y esta Revelación es fruto de una decisión impulsada por su «Sabiduría». Lo que nos interesa aquí es la expresión «Misterio de su voluntad». ¿Qué es? Es justamente el Plan de Dios. El Plan de Dios consiste en que el hombre, creado a imagen y semejanza suya, única creatura que ama por sí misma, llegue a su fin, esto es a Dios mismo. Dios quiere que el hombre llegue a la comunión plena con Él y de esta forma participe de la naturaleza divina[8]. Esto es la santidad. Por esta razón, podemos decir, en resumidas cuentas, que el Plan de Dios para el hombre es que sea santo. San Pablo, lo dice claramente en dos cartas suyas:

«Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación»[9]. «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor»[10].

La carta a los Tesalonicenses es clara: el Plan de Dios es nuestra santificación; ya la carta a los Efesios nos dice que antes de la creación del mundo, el Padre nos había elegido para ser santos. Y las dos cartas nos dicen lo mismo: ¡so­mos llamados a la santidad! ¡La santidad es un llamado, una vocación!

 

a1. El Plan de Dios: vocación universal a la santidad

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Beata Chiara Luce

Es Plan de Dios que seamos santos. ¿Pero que es la santidad? Para responder a esta pregunta, en primer lugar hay que afirmar que la «san­tidad es el gran regalo para el ser humano». Si la santidad es un regalo, significa que no es algo que se pueda alcanzar con nuestras pro­pias fuerzas, sino que es una Gracia. Nos dice la Lumen gentium «Los seguidores de Cristo, lla­mados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justifi­cados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos»[11]. La santidad es un sendero que se inicia con el llamado personal del Señor a cada uno a recorrerlo. En él no se puede avanzar sin el don de la gracia y sin el libre ejer­cicio de la propia cooperación. Es un llamado hacia el que se orienta lo más profundo de nuestro ser. Es una convocatoria que se realiza en comunidad, en la Iglesia, a la que hemos sido incorporados por el Bautismo y en la que nos alimentamos y fortalecemos, en especial en la Eucaristía.

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Beato Pier Giorgio Frassati

Pero al hombre toca acoger el regalo de Dios y, por ello, para que la semilla de la santidad dé frutos en nuestras vidas es «necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron»[12]. El Apóstol los amonesta a vivir «como conviene a los santos»[13] y que como «elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia»[14] y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación[15]. La santidad es la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad «y esta santidad suscita un nivel de vida más hu­mano, incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo»[16]. La santidad es vivir un proceso de conforma­ción con el Señor Jesús por medio de la conversión de vida, apuntando a que los propios pensamientos, sentimientos y actitudes sean los de Cristo, de tal manera que podamos decir, como San Pablo, «es Cristo quien vive en mí»[17].

Teniendo claro que el Plan de Dios es la santidad, queda la tarea de vivir de modo constante y coherente la propia vida de acuerdo a este Plan. Todos, en los distintos estados y condiciones de vida, debemos orientar nuestra exis­tencia según el Plan de Dios, buscando seguir cada vez más de cerca el Plan amoroso de Dios hasta producir los frutos del Espíritu, viviendo y actuando según Él.

 

b. El Plan de Dios para mí

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Todo lo que hemos visto hasta el momento es común a todos los cristianos y responde a la pregunta sobre el sentido de la vida. Sin em­bargo, sabemos que pueden existir distintos caminos para responder al Plan de Dios y al­canzar la santidad. La vida de fe abre un nuevo horizonte ante la persona, que poniéndose ante Dios le dirige una pregunta fundamental: ¿Qué es lo que quieres que YO haga? Benedicto XVI, por ocasión del vigésimo quinto aniversario de la Jornada Mundial de la Juventud, se reunió con los jóvenes de Roma para un diálogo, y res­pondiendo a una pregunta sobre la Vida Eterna, dijo estas palabras que son muy pertinentes para nuestro tema:

«Dios tiene una voluntad fundamental para todos nosotros, que es idénti­ca para todos nosotros. Pero su aplicación es distinta en cada vida, porque Dios tiene un proyecto preciso para cada hombre. San Francisco de Sales dijo una vez: la perfección —es decir, ser buenos, vivir la fe y el amor— es substancialmente una, pero con formas muy distintas. Son muy distintas la santidad de un monje cartujo y la de un hombre político, la de un científico o la de un campesino, etc. Así, para cada hombre Dios tiene su proyecto y yo debo encontrar, en mis circunstancias, mi modo de vivir esta voluntad única y común de Dios, cuyas grandes reglas están indicadas en estas explicitaciones del amor»[18].

 

b1. ¿Qué es la vocación específica?

 

Lo que hemos visto hasta el momento nos lleva a con­cluir que existe un Plan universal de Dios, que consiste en que todos los hombres lleguen a la «perfección de la caridad», pero también que hay un Plan particular, un proyecto divino que cada persona debe conocer; y conocer el Plan de Dios, supone, obviamente, cono­cer a Dios primero y es entrando en íntima relación con Él que «sabemos que nuestra vida no existe por casualidad, no es casualidad. Mi vida es querida por Dios desde la eternidad. Yo soy amado, soy necesario. Dios tiene un proyecto conmigo en la totalidad de la historia; tiene un proyec­to precisamente para mí. Mi vida es importante y también necesaria. El amor eterno me ha creado en profundidad y me espera»[19].

Es aquí que entra el tema de la vocación específica. Ya sabemos que hay una vocación universal a la santidad, ahora hay que saber, qué es y cuál es la voca­ción específica. «El camino personal es de cada quien. Cada uno está situado en unas específicas coordenadas en la vida: sus cualidades personales; su entorno familiar y social en general; su pasado, su propia historia, entre muchas otras circunstancias. Y cada uno, en su situación particular, lo ha llamado Dios a ser santo. La vocación o llamado personal que viene de Dios está dirigida a cada uno con sus propias características, con sus propios horizontes».

 

c. Caminos para responder al Plan de Dios

 

c1. Matrimonio

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En el relato de la creación leemos que des­pués de la creación del hombre, Dios excla­ma «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada»[20] y des­pués de crear todos los animales, crea, de una de las costillas del hombre, a la mujer[21]. Al verla, el hombre exclama lleno de admi­ración y alegría «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne»[22]. Comen­tando este pasaje el San Juan Pablo II afirma que el hombre solo «puede existir solamente como “unidad de los dos” y, por consiguiente, en relación con otra persona humana. Se trata de una relación recíproca, del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre»[23]. Es que la donación de sí hacia los demás, dinámica fundamental de las relaciones humanas en general, encuentra en la vocación al matrimonio una expresión particular, pues la donación de sí hacia los hermanos humanos va dirigida en primer lugar a un tú específico, que es el esposo y la esposa.

Se trata de un tipo especial de amistad entre el hombre y la mujer que se donan recíprocamente el uno al otro con la explícita intención de hacer per­manente esta donación y se ponen uno a disposición del otro en respeto pro­fundo, reconocimiento de lo singular e individualmente valioso del tú al que se donan, y lo expresan en una concreción espiritual y corporal construyendo un nosotros de amor como pareja, conformada por un hombre y una mujer abiertos a traer nuevas personas al mundo como fruto concreto de su amor.

En la llamada de Dios a la santidad, por medio del matrimonio, el hombre y la mujer contribuyen en la edificación de la sociedad humana y al generar nuevos hijos a Dios edifican también la Iglesia, Cuerpo de Cristo. La familia, núcleo de la sociedad e Iglesia doméstica, está llamada a vivir plenamente su vocación a la santidad y para ello es importante que los esposos tengan pre­sente que la primera tarea que tienen por delante es el esfuerzo de cada uno por la propia santidad, por vivir la caridad; luego cada uno debe preocuparse y velar por la santidad del otro; cuando hay hijos, plasmación del amor de la pareja, esta debe preocuparse y velar por su formación integral: cuerpo, alma y espíritu; el trabajo dignifica a la persona humana y es el medio con­creto de subsistencia de la familia, tiene una importancia grande en la vida pero jamás puede constituir un obstáculo para la santidad de los esposos y de los hijos y finalmente, la familia está llamada a anunciar el Evangelio. El Papa Pablo VI a este propósito dijo:

«La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde este se irradia. Dentro pues de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no solo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido… Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive»[24].

 

c2. Vida consagrada

 

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Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la vida consagrada es una forma de vivir la consagración bautismal de manera «más íntima», en total dedicación a Dios. En esta forma de vivir la vida cristiana, el «resultado ha sido una es­pecie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo el Cuerpo de Cristo»[25].

El Catecismo expone las diversas formas de vida consagrada, que profesan o no los Consejos Evangélicos. Así tenemos la Vida Eremítica, el ordo de las Viudas y de las Vírgenes Consagradas, la Vida Religiosa, los Institutos Secu­lares y las Sociedades de Vida Apostólica. Cada una de estas formas de vida consagrada tiene un fundamento evangélico común que se encuentra «en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos, invitándolos no solo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imi­tando de cerca su forma de vida»[26]. Este fundamento común no excluye las particularidades, así el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia distintos caris­mas, espiritualidades y estilos de vida en las diferentes órdenes, congregacio­nes, institutos y sociedades que conforman la Vida Consagrada en la Iglesia.

 

c3. Sacerdocio

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«El Señor Jesús eligió a hombres (viri) para formar el colegio de los doce Apóstoles[27] y los Apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colabo­radores[28] que les sucederían en su tarea (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 42,4; 44,3)»[29].

El sacerdocio es un llamado que el Señor Jesús hace a algunos hombres para actuar en su Nombre, es la vocación al sacerdo­cio ministerial. En la vida de la Iglesia, los sacerdotes están llamados a participar de manera particular de las funciones real, sacerdotal y profética de Cristo; están al servicio de los fieles contribuyendo al «de­sarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de con­ducir a su Iglesia. Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacra­mento del Orden»[30].

«Nadie tiene derecho a recibir el sacramento del Orden. En efecto, nadie se arroga para sí mismo este oficio. Al sacramento se es llamado por Dios[31]»[32] para el servicio de Cristo y de la Iglesia. Los sacerdotes son ministros de la Gracia de Cristo y de él reciben «la misión y la facultad (el “poder sagrado”) de actuar in persona Christi Capitis»[33].

El Sacramento del Orden admite tres grados: episcopado, presbiterado y dia­conado. Solamente en los dos primeros grados se confiere el sacerdocio. «La doctrina católica, expresada en la liturgia, el magisterio y la práctica constante de la Iglesia reconoce que existen dos grados de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarles y a servirles. Por eso, el término sacerdos designa, en el uso actual, a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos. Sin embargo, la doctrina católica enseña que los grados de participación sacer­dotal (episcopado y presbiterado) y el grado de servicio (diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental llamado “ordenación”, es decir, por el sacramento del Orden»[34].

Finalmente, el sacerdocio debe ser entendido como una vocación de servicio. Los sacerdotes depende totalmente de Cristo, son verdaderamente «siervos de Cristo»[35], quien se hizo siervo por nosotros[36], pero también están al ser­vicio de los fieles a quienes con solicitud paterna y amorosa deben guiar los fieles al encuentro con Cristo.

 

2. Conclusión

 

Conocer el Plan de Dios es un llamado y a la vez una tarea que nadie puede eludir. Es parte de la misma naturaleza humana conocer la razón de la propia existencia. Solamente a la luz de la Fe se puede saber cuál es la sublimidad y la dignidad de la vocación a la cual hemos sido llamados: matrimonio, vida consagrada (en cualquiera de sus formas) y el sacerdocio. Solamente a la luz de la Fe y con los auxilios de la Gracia es posible responder con generosidad al llamado de Dios.

Es esencial preguntarnos sobre cuál es nuestra vocación y responder cons­cientemente a ella. Ya lo dijo el Papa Benedicto XVI en su viaje a Reino Unido, durante la vigilia que se realizó la noche anterior de la beatificación del car­denal John Henry Newman:

 

«Preguntadle al Señor lo que desea de vosotros. Pedidle la generosidad de decir sí. No tengáis miedo a entregaros completamente a Jesús. Él os dará la gracia que necesitáis para acoger su llamada».

 

Discernir la propia vocación es algo prioritario en nuestras vidas. Se trata de responder a las preguntas ¿quién soy? y ¿para qué he sido creado? Respon­der a ellas no es fácil, pero plantearse la pregunta es el primer paso. Dios que es fiel y nos ama está siempre dispuesto a respondernos, y nos habla claramente a través de personas, signos, situaciones en nuestra vida; pero de una manera especial Él siempre nos habla en el silencio de nuestro corazón, a través de la oración.

La vocación está íntimamente relacionada con la propia identidad. Por lo tanto, es importante profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y es Dios quien revela nuestra propia identidad porque Él es quien nos ha creado y conoce cuál es la vocación que nos da la vida.

La pregunta acerca de tu vocación, es una pregunta sobre tu propia felicidad y el sentido de tu vida.

 

Interiorizamos

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¿Cómo vivo esto?

«La santidad es alzar los ojos a los montes, es in­timidad con Dios Padre que está en los Cielos. En esta intimidad vive el hombre consciente de su ca­mino, que tiene sus límites y sus dificultades»[37].

Preguntas para el diálogo

 

• ¿Tomas en serio en tu vida que el Plan de Dios para ti es que seas santo?
• ¿Eres consciente que sólo en una relación cercana con Jesús podrás conocer el Plan de Dios para ti?
• ¿Te has preguntado sobre la vocación de estado a la que te llama el Señor? ¿Qué medios concretos estás poniendo para poder escucharlo?
• ¿Qué dificultades encuentras para encontrar el Plan de Dios para tu vida?

 

 

Vivamos nuestra fe

Caminando

¿Qué haré para cooperar con la gracia?

 

Acciones personales

• Medita en estas citas bíblicas para ayudarte a meditar sobre el Plan de Dios para ti.
– Todos estamos llamados a ser santos: Lev 20, 26; Mt 5, 48; Ef 1, 4; 1Pe 1, 15-16.
– La santidad es camino de plenitud: Dt 30, 9; Sal 128(127), 1; Mc 10, 29-30; Rom 8, 1-2.11;
– Exige nuestra activa cooperación: Jer 17, 1; Jer 31, 18; Mt 7, 21-27.
– La santidad consiste en conformarnos a Cristo: Rom 8, 29; Gál 2, 19-20; Ef 3,17-19.
– Medita en el CHD n. 24, «Ser santos hoy».
• Piensa qué medios puedes poner para buscar el Plan de Dios para ti.
• Realiza la oración que te proponemos en el Anexo.

Acciones comunitarias

• Vean una de estas películas y conversen sobre la búsqueda de sentido en la vida de
los protagonistas y de la importancia del reconocimiento de los propios dones para
responder al plan de Dios.
– San Giusseppe Moscati: «Moscati: El médico de los pobres» (Giuseppe Moscati:L’amore che guarisce).
-«El poder de uno» (The Power of One).
• Vean el video «Matrimonio, Cultura y Sociedad Civil»[38] y conversen sobre la contribución
del matrimonio y la familia desde una perspectiva profundamente humana.

 

Celebramos nuestra fe

Rezando

Recemos en Comunidad

 

Todos:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Monitor:

«Como elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia»[39].

Lector 1:

Señor Jesús te pedimos que nos ayudes a mantenernos siempre atentos para escuchar aquello que quieras mostrarnos sobre tu divino plan. Danos la gracia para cooperar activamente con tu plan.

Lector 2:

Rezamos juntos la siguiente oración de San Juan Pablo II

«Padre santo:
Fuente perenne de la existencia y del amor,
que en el hombre viviente
muestras el esplendor de tu gloria,
y pones en su corazón la simiente de tu llamada,
haz que ninguno, por negligencia nuestra, ignore este don o lo pierda,
sino que todos, con plena generosidad,
puedan caminar hacia la realización de tu Amor». Amén.

Todos:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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ANEXO

– Lectio personal: Descargar aquí

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NOTAS

1. Ver Jn 14,6.

2. Papa Francisco, Encíclica Lumen fidei, 35.

3. Hb 11,6.

4. Papa Francisco, Encíclica Lumen fidei, 35.

5. Catecismo de la Iglesia Católica, 27.

6. Catecismo de la Iglesia Católica, 50.

7. Catecismo de la Iglesia Católica, 51.

8. Ver 1Pe 1,4.

9. 1Tes 4,3.

10. Ef 1,3-4.

11. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 40.

12. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 40.

13. Ef 5,3.

14. Col 3,12.

15. Ver Gal 5,22; Rm 6,22.

16. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 40.

17. Gal 2,20.

18. Benedicto XVI, Encuentro preparatorio de la XXV Jornada Mundial de la Juventud, Plaza de San Pedro, 25 de marzo de 2010.

19. Benedicto XVI, Encuentro preparatorio de la XXV Jornada Mundial de la Juventud, Plaza de San Pedro, 25 de marzo de 2010.

20. Gen 2,18.

21. Ver Gen 2,21.

22. Gen 2,23.

23. San Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, 7.

24. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 71.

25. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 43.

26. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Vita Consecrata, 14.

27. Ver Mc 3,14-19; Lc 6,12-16.

28. Ver 1Tm 3,1-13; 2Tm 1,6.

29. Catecismo de la Iglesia Católica, 1577.

30. Catecismo de la Iglesia Católica, 1547.

31. Ver Hb 5,4.

32. Catecismo de la Iglesia Católica, 1578.

33. Catecismo de la Iglesia Católica, 875.

34. Catecismo de la Iglesia Católica, 1554.

35. Rom 1,1.

36. Ver Flp 2,7.

37. San Juan Pablo II.

38. Ver el video en www.youtube.com: Marriage, Culture & Civil Society | Part 6 of 6 of The Humanum Series.

39. Col 3,12.

  • Los siguientes archivos van a ayudarte a preparar tu reunión de grupo.
  • Texto - Referencias del Catecismo
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