T: LOS DINAMISMOS FUNDAMENTALES

Miramos la realidad

“En cuanto a vosotros,lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre, y esta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna” 1Jn 2, 24-25.

“En cuanto a vosotros,lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre, y esta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna” 1Jn 2, 24-25.

Con frecuencia evidenciamos una realidad fundamental: el hombre cambia constantemente. Lo percibimos tanto en nuestra realidad física (crecimiento, cambios: biológicos, de apariencia, etc.), como psicoló­gica (cambios: anímicos, de preferencias, de carácter) y también espi­ritual (crecimiento: de mi relación con el Señor y del conocimiento de mi fe; profundización de mi cercanía a María; realización de mis sue­ños; sufrimiento de experiencias difíciles; etc.). Ante todos estos cam­bios, observamos que algo se mantiene constante: por más que yo cambie, sigo siendo yo integralmente; mi mismidad no cambia. Pero, ¿por qué sigo siendo el mismo a pesar del tiempo? ¿Por qué quiero ser yo cada vez más? ¿Por qué necesito profundizar en mi identidad y en mi conocimiento personal? Al mismo tiempo, descubrimos nuestra tendencia natural a entregarnos a algo, a realizarnos según eso que somos, ¿por qué? ¿Por qué buscamos constantemente cumplir una misión en esta vida? ¿Por qué queremos amar? ¿Por qué queremos «ser más»?

 

Iluminamos al mundo con la fe

 

1. Los Dinamismos fundamentales

 

Los dinamismos fundamentales son dos fuerzas presentes en el ser huma­no. Son fundamentales porque sellan a todo el ser desde su fundamento, englobándolo en sus distintas dimensiones. Por ejemplo, en el hombre tie­nen una plasmación concreta en su cuerpo, psique y espíritu. Sin embargo, resulta importante aclarar que son independientes de nuestra percepción o sensación. Por eso, afirmamos que son ontológicos[1], pues operan al nivel del ser. Los llamamos dinamismos porque son dos fuerzas en constante actuali­zación de sí mismas, en constante actividad. Entonces, no son dos realidades estáticas o cuantificables, sino dos impulsos inmateriales sellados en nuestra mismidad que se extienden a toda nuestra persona. Ambos dinamismos, en el ser humano, están marcados por la teologalidad, es decir, cada uno a su manera mueve al ser humano a Dios. Actúan en todo el ser de manera simul­tánea y entre ellos se da una sinergia continua, obrando juntos en vistas a la perfección del ser.

 

El ser humano se muestra como una realidad fundada y dinámica. Por ello es que nosotros hablamos de dinamismo, implicando tanto energía como actividad, así como una capacidad de actualización de sí mismo en diversas dimensiones.

 

2. El dinamismo fundamental de permanencia

 

Dios que es y permanece siendo[2] crea al ser humano dándole el ser e in­vitándolo a permanecer en Él. Por ello, constatamos que todo ser humano experimenta un anhelo profundo de seguir siendo, de permanecer a través del tiempo.

En todo ser humano, se encuentra un dinamismo de permanencia, es decir, un impulso que lleva al ser del hombre a querer permanecer siendo.

 

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El ser humano tiende naturalmente hacia la permanencia, a permanecer siendo él mismo. Pero, ¿qué significa permanecer siendo él mismo? Podemos hablar de dos sentidos: en el sentido más general, compartido en distintos grados por toda la creación (plantas, animales, hombres, ángeles, etc.) sig­nifica mantenerse en el ser que se es, no dejar de ser (por ejemplo, la roca tiende naturalmente a seguir siendo lo que es: una roca; lo mismo un perro, nunca va a dejar de ser perro; y lo mismo el ser humano, por más que no quiera, naturalmente va a seguir siendo un «ser humano»; Juan seguirá sien­do Juan, Ana seguirá siendo Ana, etc.). Por ello, la permanencia me permite seguir siendo la misma persona a pesar del paso del tiempo y de los diver­sos cambios que pueda sufrir. Por otro lado, «permanecer siendo sí mismo» significa también ‘enraizarse en el propio ser’, es decir, que el dinamismo de permanencia impulsa a la persona a «fundamentarse» en su mismidad cada vez más hacia una mayor unidad y fidelidad a sí misma. Por esto, el dinamis­mo de permanencia, al tiempo que nos ayuda a «enraizarnos» más en noso­tros mismos, nos impulsa también a ir cada vez más al fundamento de nues­tro ser que es Dios mismo. Pues, ¿quién puede mostrarme verdaderamente quién soy sino Dios mismo, quien es «más íntimo que yo mismo»[3]? ¿Quién puede mostrarnos nuestra identidad y destino sino nuestro mismo Creador? Por eso, decimos que este dinamismo es teologal, porque en última instancia nos dirige hacia Dios, quien es, como diría San Pablo, en quien «vivimos, nos movemos y existimos»[4].

 

3. El dinamismo fundamental de despliegue

 

Dios que es Amor[5] hizo al ser humano semejante a Sí, por lo que en la capa­cidad de amar el hombre encuentra un dinamismo que lo lleva a realizarse en la semejanza.

Junto al anhelo de permanencia, la persona descubre un profundo anhelo de desplegar su ser en el amor. Por ejemplo buscamos naturalmente conocer, aprender, entablar relaciones, amar, actuar, perfeccionar nuestras capacidades, producir bienes y que nuestra vida cobre sentido. La vida entera es una invitación a desplegar nuestro ser en el amor, dando frutos tanto en nosotros mismos como hacia el exte­rior. Esta experiencia nos remite al otro dinamismo funda­mental: el despliegue.

Este dinamismo de despliegue está presente de distintas maneras en todo nuestro ser, como un impulso de fructificar, crecer y manifestarse. Ahora bien, en un sentido más específico, el dinamismo de despliegue nos impulsa a ac­tualizar nuestras capacidades y facultades; nos mueve hacia el encuentro con los demás y a obrar en el cumplimiento de nuestra vocación y misión en el mundo. Por ello, el dinamismo de despliegue muestra características particu­lares en cada persona, pues anclado en la mismidad nos mueve hacia la rea­lización de la propia identidad en el cumplimiento de la vocación particular. Por este motivo, será rectamente respondido si las propias acciones están en sintonía con la identidad de cada uno, es decir, si están en sintonía con el Plan de Dios.

 

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Nos dice el Papa Francisco: “Necesitamos saber encontrarnos. Necesitamos edificar, crear, construir, una cultura del encuentro. Tantos des-encuentros, líos en la familia, ¡siempre! Líos en el barrio, líos en el trabajo, líos en todos lados. Y los desencuentros no ayudan. La cultura del encuentro. Salir a encontrarnos. Y el lema dice, encontrarnos con los más necesitados, es decir, con aquellos que necesitan más que yo. Con aquellos que están pasando un mal momento, peor que el que estoy pasando yo. Siempre hay alguien que la pasa peor, ¿eh? ¡Siempre! Siempre hay alguien” (vídeo mensaje a los fieles reunidos en el santuario de san Cayetano en Buenos Aires).

 

 

Así como el dinamismo de permanencia, el dinamismo de despliegue tam­bién es teologal, pues apunta hacia Dios como sentido y culmen del propio despliegue.

Frente a la misma fotografía también solemos preguntarnos: «Cómo he cam­biado», y recordar lo mucho que amé, hice o dejé de hacer, que permitieron que sea quien soy. Distinguiré también lo que me hizo ser mejor persona de lo que no, y tendré una noción del otro dinamismo que acompaña al de permanencia: el de desplegarme.

 

4. Interacción entre ambos dinamismos

 

Un ejemplo nos ayudará a comprender con mayor claridad los dinamismos de nuestro ser: si miramos una fotografía de nuestra niñez y otra reciente, di­remos en ambas: «Ese soy yo». Pues en mi retrato actual, a pesar del cambio de mi aspecto físico, sigo siendo el mismo. Existe algo que permanece incluso si cambia nuestro aspecto físico, nuestros conocimientos o la orientación de nuestra vida. Siempre existe algo que permite reconocernos como nosotros y no como otro. Además, aquel no es estático, sino que continúa constante­mente haciendo que permanezcamos siendo nosotros mismos: se trata del dinamismo de permanencia.

 

Como vemos, estos dinamismos actúan de manera continua y simultánea, generando una sinergia entre ambos, que apunta hacia la realización de la persona. Por ello, nunca encontraremos un dinamismo que actúe «por se­parado», sino que en toda nuestra realidad aparecen como dos motores que actúan al mismo tiempo, como impulsos de una misma realidad: mi realidad.

 

De este modo, podemos establecer dos relaciones importantes:

Al responder adecuadamente a nuestro dinamismo de despliegue, según nuestra identidad, nos vamos enraizando más en nosotros mismos y realizando como personas.

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. La recta respuesta al dinamismo de permanencia hace posible nuestro auténtico despliegue. Solo quien vive enraizado en su identidad y en el fundamento de su identidad (en Dios) podrá desplegarse auténticamen­te, crecer como persona y vivir el amor obrando cotidianamente el Plan de Dios. Por el contrario, quien se aleja de sí mismo y de Dios, distorsiona su despliegue, alejándose de la felicidad y la plenitud para la que fue creado.

. La recta respuesta al dinamismo de despliegue ayuda a enraizarnos más en nosotros mismos. Al responder adecuadamente a nuestro dina­mismo de despliegue, según nuestra identidad, nos vamos enraizando más en nosotros mismos y realizando como personas. Quien, desde el encuentro auténtico con el Señor y consigo mismo, se dona y ama en el servicio, responde más auténticamente a su dinamismo de permanencia, pues, como han afirmado los padres conciliares, «El hombre no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino por la sincera entrega de sí mis­mo a los demás»[6]. El Señor Jesús nos revela esta realidad con sus pala­bras: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará»[7].

 

“Creo que es importante reavivar este hecho que a menudo damos por descontado… “No son ustedes los que, e eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes”, dice Jesús. Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús. En realidad, este permanecer en Cristo, mar­ca todo lo que somos y lo que hacemos. Es precisamente la “vida en Cris­to” es precisamente la que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fe­cundidad de nuestro servicio: No es la creatividad, por más pastoral que sea no son los encuentros o las planificaciones lo que aseguran los frutos, si bien ayudan y mucho: es ser fieles a Jesús…Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo, en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía y…. en las personas más necesitadas. El “permanecer” con Cristo no significa aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros».
Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud 2013.

 

5. Necesidades psicológicas

 

El ser humano se presenta como una unidad bio-psico-espiritual, por eso los dinamismos fundamentales de permanencia y despliegue se expresan también en un plano psicológico, como necesidades de seguridad y sig­nificación. Esta perspectiva psicológica aparece ya en algunas escuelas del siglo XX, pero la reflexión sobre ellas se puede trazar por siglos.

Por seguridad, entendemos la necesidad del ser humano de ser y permane­cer siendo. Queda claro que esta necesidad se relaciona más directamente con el dinamismo ontológico de la permanencia. Se percibe como la ne­cesidad de estar seguro integralmente (bio-psico-espiritual), de mantener la propia integridad, de buscar seguir siendo o, dicho en su aspecto negativo, como el rechazo a todo aquello que amenace el propio ser. En la vida huma­na son muchos los elementos que contribuyen con distintos niveles y grados para saciar esta necesidad psicológica de buscar permanecer siendo, y que el ser humano anhela y procura. Entre los más importantes podemos mencio­nar el hecho de ser amados y experimentar que otros están comprometidos con nosotros; el ser aceptados por los demás; el conocer la verdad sobre uno mismo, los demás y la realidad, y saberse viviendo según ella; y el saberse y experimentarse valioso por quien es uno.

 

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La necesidad psicológica de «significación» guarda una relación más directa con el dinamismo de despliegue, ya que se refiere a la búsqueda del hombre de la expresión de amor a sí mismo y a los demás. Se percibe como la necesidad de significar para uno mismo y para los otros expresando auténticamente nuestro ser, y a la vez como el rechazo a una vida sin sentido o la resistencia al fracaso y la frustración existencial. Respecto de esta necesi­dad psicológica también encontramos muchas realidades que confluyen para saciarla. La plenitud de despliegue se da en el amor. Nos desplegamos al obrar eficazmente el bien para uno y para los demás; al ir realizando el sen­tido de la propia vida según la verdad; al valer para los otros, no tanto en el sentido de ser considerado valioso por los otros, cuanto en el sentido encon­trarse valiendo auténticamente para los demás; Por el hecho de amarlos y servirlos, llenando así de significado la existencia humana.

 

6. Decodificación errada de los dinamismos fundamentales

 

Como hemos visto el hombre fue sellado con dinamismos fundamentales para desplegarse en el amor desde su identidad. Ambos dinamismos apuntan a la realización del hombre. Sin embargo, si el hombre ha sido dotado con estas fuerzas interiores que lo mueven hacia el bien, ¿por qué muchas veces no actúa conforme a estas? ¿Por qué descubrimos tantos errores, tanto mal en el mundo e incluso en nosotros mismos? La respuesta a esta interrogante solo la encontraremos desde el drama del pecado. Y es que la ruptura por el pecado introduce en el hombre un desequilibrio fondal que obstaculiza seve­ramente la decodificación de sus dinamismos fundamentales de permanecer y desplegarse, leyendo estos bajo el prisma de las tres concupiscencias de las cuales nos habla San Juan en sus escritos[8]: el apetito del poseer, del tener y del poder.

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Estas tres concupiscencias obstaculizan la recta decodificación de nuestros dinamismos leyéndolos desde el prisma del pecado, que busca saciar nuestro anhelo de permanencia con acciones que van en contra de nuestra identidad y buscando responder a nuestro anhelo de despliegue con acciones que no nos hacen verdaderamente felices.

. Buscamos responder nuestra necesidad psicológica de «seguridad», de manera equivocada, sintiéndonos siempre «bien» y evitando todo tipo de sufrimiento, otorgándoles valor a aspectos superficiales (mis resultados académicos o laborales, mi apariencia física, etc.) o en lo que los demás piensen de mí, y buscando el control de toda la realidad y de los demás (o frustrándome porque no lo tengo).

. Buscamos responder nuestra necesidad de significación también de manera equivocada, intentando darle sentido a mi vida con aspectos superficiales que me terminan engañando y conduciendo al vacío existencial. Buscamos «aceptación social» como un fin en sí mismo, aunque vaya contra nuestra identidad o anhelamos «ser mejor» que otros como un criterio de auténtico despliegue. Estas son algunas de las manifestaciones que derivan de la decodificación errada de nuestros dinamismos fundamentales a las que nos conducen estas tres concupiscencias, generando una verdadera lucha interior para vivir según quiénes somos.

Como expuso la constitución pastoral Gaudium et spes: «Son muchos los ele­mentos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimi­tado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solici­taciones, tiene que elegir y renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello, siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad»[9].

¿Dónde encontrar una luz para decodificar adecuadamente nuestros dina­mismos fundamentales? ¿Qué hacer para vivir según quién soy y desplegar­me según las coordenadas del Plan de Dios, según mi mismidad?

 

7. Luces desde el Señor Jesús

 

Es el Señor Jesús, «luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo»[10] quien nos enseña a responder recta y plenamente a nuestros dinamismos fundamentales y quien también nos da la Gracia para hacerlo. Como dijo San Juan Pablo II: «A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva»[11].

El Señor Jesús vivió rectamente según su dinamismo de permanencia, por ejemplo, podemos ver que siempre vivió firmemente arraigado en su propio ser[12], sabiendo quién es y viviendo con coherencia desde esa iden­tidad[13], enseñándonos a nosotros a vivir cada vez más fieles a nosotros mis­mos. Asimismo, Jesús se entiende en profunda unión con el Padre[14] y perma­nece íntimamente unido a Él en toda su vida[15], señalándonos así el horizonte pleno al que apunta nuestro dinamismo de permanencia, quien nos lleva a vivir cada día más arraigados en el Plan de Dios. Junto con su paradigmática enseñanza, el Señor Jesús nos abre la posibilidad de fundar nuestro ser en Dios de una manera antes insospechada, mediante el misterio de nuestra participación en Él[16] que se da en nuestro Bautismo, por el cual pasamos a ser miembros de su mismo Cuerpo y llamados a participar de su misma naturaleza divina[17].

El Señor Jesús también nos enseña el sentido auténtico del dinamismo de despliegue. Jesús «trabajó con manos de hombre, reflexionó con inteli­gencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con corazón humano. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros, semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado»[18]. Él se hizo semejante a nosotros para enseñarnos a ser semejantes a Él, reproduciendo en nosotros su ima­gen[19]. Jesús nos muestra con toda su vida que el recto sentido del dinamis­mo de despliegue está en el cumplimiento del Plan de Dios[20] y solo en ese cumplimiento se encuentra la posibilidad de nuestra realización y felicidad[21].

Solo en el Señor Jesús, podemos responder plenamente a los dinamismos de permanencia y despliegue.

«Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada»[22].

 

La invitación es clara, permanezcamos en el Señor para que así podamos vivir nuestra vocación al amor, y amando podamos configurarnos cada vez más con Él. Solo así podremos cumplir la misión que Dios tiene pensado para nosotros y para el mundo.

¿Estás dispuesto amar como El Señor Jesús?

 

Interiorizamos

“Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” 1Jn 4,8.16.

¿Cómo vivo esto?

«Necesitamos abrirnos y compartir nuestro inte­rior. La apertura a los demás no es algo acciden­tal, sino que por el contrario constituye una parte esencial nuestro ser, y por lo mismo atañe direc­tamente a nuestra felicidad. Los hombres no son islas, porque somos seres para el encuentro. El en­cuentro, el compartir, el crear lazos… con los de­más, nos caracteriza y hace parte de nuestro deseo más profundo. Nuestro corazón nos impele desde lo más hondo a buscar permanecer y a desplegar­nos en el amor.

¿Necesitamos realmente tanto el encuentro con los demás? Según Prieto, “la dimensión psicológica de sabernos amados y conocidos por alguien nos lle­va a experimentar esa seguridad y esa valoración que en el fondo tanto anhelamos. Se trata de ex­perimentar la seguridad de saber que el amor del otro abraza y protege en esa situación, y también las tristezas desaparecen.

Es en esta dinámica de permanencia y despliegue en el amor que nos vamos realizando auténtica­mente como personas, experimentándonos cada vez más seguros y valiosos, en la medida que más amamos y nos dejamos amar por los demás. Solo así es que podemos alcanzar la ver­dadera felicidad»[23].

 

Preguntas para el diálogo

 

• ¿Te esfuerzas por decodificar adecuadamente tus dinamismosfundamentales, amando y dejándote amar por los demás?
• ¿Qué puedes hacer para vivir según quién eres y desplegarte según las coordenadas del Plan de Dios?
• ¿Estás poniendo todos los medios que requieres para crear la cultura de encuentro con los demás?

 

 

Vivamos nuestra fe

 

¿Qué haré para cooperar con la gracia?

 

Acciones personales

• Lee el artículo del anexo e identifica qué dinamismos y necesidades psicológicas se pueden observar en el testimonio. ¿Con qué te identificas?
• Realiza un escrito donde se plasme cómo se manifiestan en ti los dinamismos fundamentales.
• Para tener una recta decodificación de ti mismo, lee los Evangelios e identifica cómo pensaba, sentía y actuaba el Señor Jesús en las diferentes circunstancias de su vida.

 

Acciones comunitarias

• Mediten el Camino hacia Dios n. 20 “Opción por el amor” y dialoguen con toda la agrupación.
• Realicen un videoforum con la película «Una aventura congelada» (Frozen) y conversen en torno a los dinamismos fundamentales (permanencia y Despliegue) y las necesidades psicológicas (Seguridad y significación) que se manifiestan en los personajes de la película.

 

Celebramos nuestra fe

 

Recemos en Comunidad

 

Todos:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Monitor:

«Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada»[24].

Lector 1:

Pidámosle al Señor que podamos ser los sarmientos que permanecen unidos a la vid, para así poder desplegarnos y dar frutos en abundancia.

Recemos juntos la Oración «Para irradiar a Cristo»[25]

Todos:

Amado Señor,
ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.
Inunda mi alma de espíritu y vida.
Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto
que toda mi vida solo sea una emanación de la tuya.
Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera
que todas las almas que entren en contacto conmigo
puedan sentir tu presencia en mi alma.
Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor.
Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú;
a brillar para servir de luz a los demás a través de mí.
La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí;
serás Tú quien ilumine a los demás a través de mí.
Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta,
brillando para quienes me rodean.
Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo,
por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago,
por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón.
Amén.

 

Lector 2:

Así mismo, le pedimos a la Virgen María que nos ayude a conformarnos con su Hijo el Señor Jesús, para que produzcamos frutos en abundancia que den gloria al Padre. Rezamos juntos un Ave María.

Todos:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

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ANEXO

El héroe de las pequeñas cosas: Descargar aquí

 

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NOTAS

1. Ontología: del griego οντος, ontos ‘ser, estar’ y λóγος, logía = ‘ciencia, estudio de’; es decir, ‘estudio del ser’.

2. Ver Ex 3,14.

3. «¡Deus interior intimo meo!». San Agustín, Confesiones, 3,6.

4. Hch 17,28.

5. Ver 1Jn 4,8.16.

6. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 24.

7. Lc 17,33.

8. Ver 1Jn 2,16.

9. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 10.

10. Jn 1,9.

11. San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, 2.

12. «Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy”» (Jn 8,58).

13. «Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres Rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad ”» (Jn 18,37).

14. «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30).

15. «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (Jn 15,10).

16. «Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn 14,20).

17. Ver 2Pe 1,4.

18. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22.

19. «Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29).

20. «Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4).

21. «Pero él dijo: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”» (Lc 11,28).

22. Jn 15,4-5.

23. Daniel Prieto, www.aleteia.org 30/09/13, Vía directa a la felicidad.

24. Jn 15, 4-5.

25. Beato John Henry Newman.

  • Los siguientes archivos van a ayudarte a preparar tu reunión de grupo.
  • Texto - Referencias del Catecismo
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