T. La oración: ¿Entro en mi mismo, para encontrarme con Dios?

Miramos la realidad

 

“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre,entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.

“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre,entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”[1].

Es común que en nuestra vida tengamos pocos espacios para el silencio, tanto interior como exterior. Salimos a prisa para nuestro centro de estudios, o trabajo, escuchamos el ruido de las calles, llegamos a casa y vemos TV, escuchamos música y hablamos con los amigos ya sea por celular, redes sociales, etc.

El ritmo acelerado en el que muchas veces nos encontramos nos hace experimentar la necesidad de hacer un “alto en el camino” para acallar este ruido exterior e interior en el que vivimos. En el fondo sucede que anhelamos escuchar la voz de Dios que nos habla en el silencio de nuestro corazón. Pues, Él no cesa de buscarnos para entablar una relación con nosotros:

“Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es siempre una respuesta”[2].

¿Quieres responder a Dios, que te busca permanentemente para relacionarse contigo?

 

Iluminamos al mundo con la fe

1. ¿Qué es la oración?

La oración es relación y diálogo entre Dios y el hombre. No es, pues, una mera reflexión; es un encuentro vivo y real con Dios que siempre está llamando a la puerta de nuestro corazón.

La oración es la relación viviente y personal de la persona con Dios vivo y verdadero[3].

La oración es un medio privilegiado para entrar en comunión con Dios.

La oración no es una relación como cualquier otra, en primer lugar, por ser Él quien es, además, porque cuando nos encontramos con Dios nos nutrimos de esa vida en el Espíritu, que sólo Él es capaz de dar y sin la cual no podemos avanzar por el camino de la santidad.

De la misma manera como habla un hijo con su padre, nosotros podemos establecer un encuentro cercano con Dios, entrando en su presencia y conversando con Él. Por medio de la oración, ponemos en sus manos toda nuestra vida: lo que somos y vivimos, nuestras preocupaciones, alegrías y tristezas; lo que hemos logrado y lo que queremos conseguir, tal y como haríamos con alguien en quien confiamos y al cual queremos.

 

a. Dios es quien busca primero al ser humano

“Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: ‘Dame de beber’.Pues, sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: ‘¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?’ (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: ‘Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”[4].

En este pasaje vemos que es el Señor Jesús quien toma la iniciativa para empezar a dialogar con la samaritana y que se acerca expresándole una necesidad: “Dame de beber”. ¡El Dios de la vida tiene sed! y la samaritana que ha ido en busca de agua para beber, tiene un cántaro, para sacar agua del pozo, con el que puede ayudarlo a saciar su sed. ¡Qué fineza la del Señor Jesús!, que propicia esta situación para acercarse a ella. Sin embargo, Él no sólo habla de su sed material, sino que se refiere en el fondo a ese amoroso deseo de establecer un vínculo personal con ella.

El Señor Jesús desea el encuentro con cada persona, nadie le es indiferente, todo lo contrario. El siempre busca acercarse como con la samaritana, a cada uno de nosotros.

 

La oración es un don de Dios6, y la humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente este don.

La oración es un don de Dios[6], y la humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente este don.

La samaritana está yendo a buscar agua al pozo y en este misterioso diálogo, el Señor Jesús la está llevando a encontrarse con ella misma y a reconocer que ella tiene una sed interior que sólo puede ser saciada por Él, que es Dios, y que es el agua viva.

“La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano. La oración, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”[5]. Él, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber, como a la samaritana.

b. La oración, es una acción entre Dios y el hombre

El Señor Jesús, siempre es muy respetuoso de nuestra libertad. Y así como a la samaritana, Él siempre nos busca y espera nuestra respuesta para poder entablar un diálogo con nosotros. Por ello, es muy importante conocernos a nosotros mismos y hacer silencio interior, para reconocer su voz —en una oración, en una celebración eucarística,en una lectura, en las personas que nos rodean, en las circunstancias de nuestra vida, en la naturaleza, etc.— con el fin de abrirle nuestro corazón y entablar un diálogo cercano con Él.

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”[7].

La oración se da en nuestra mismidad, en lo más interior y profundo de nosotros mismos y que es el punto de contacto entre Dios y nosotros.

 

Necesitamos rezar, ésta es nuestra realidad. No podemos pretender vivir separados de Dios.

c. Necesitamos rezar

La oración le es esencial al ser humano. Es por esto mismo que el Señor nos invita a “orar siempre sin desfallecer”[8].

Necesitamos rezar, ésta es nuestra realidad. No podemos pretender vivir separados de Dios. Como nos dice Juan Pablo II: “La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios… La oración es un diálogo misterioso, pero real, con Dios, un diálogo de confianza y amor”[9]. Así pues, la oración es manifestación de nuestra naturaleza. El descubrir que hemos sido creados nos impulsa a buscar a Aquel del cual provenimos, Aquel que nos ha traído a la existencia. No somos islas, somos seres creados para vivir en relación con los demás y, de manera privilegiada, con nuestro Creador.

La oración es pues un clamor interior que se presenta desde lo más hondo de cada uno de nosotros. Es por esto que evadirlo o no atenderlo conduce a un sofocamiento interior que altera aún más las rupturas que afectan al ser humano.

 

2. La oración en la vida cristiana

 

Al igual que en un diálogo que podamos sostener con cualquiera persona, la oración posee diferentes formas de expresar, lo que queremos comunicarle al Señor y de reflejar nuestra intención en la oración.

“Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar”[11].

La oración anima y sostiene nuestra vida. Ya en el Antiguo Testamento se insiste “en la oración como un “recuerdo de Dios”, un frecuente despertar la “memoria del corazón”. Pero no se puede orar “en todo tiempo” si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración[10].

 

a. Expresiones de la vida de oración

“El Señor conduce a cada persona por los caminos que Él dispone y de la manera que Él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración”[12].

a1. La oración vocal[13]

La oración vocal consiste en expresar con palabras, mentales o vocales, lo que queremos decirle al Señor. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. “Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas”[14].

La oración vocal está fundada en la unión del cuerpo con el espíritu. Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Dada la unidad que hay entre nuestro cuerpo y nuestro espíritu, experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos.

La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración  silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el “Padre Nuestro”[15].

En la tradición cristiana tenemos, además, como oración vocal: El Credo, el Ave María, el Gloria, la Salve, entre otras muchas oraciones. Además, se pueden rezar los salmos, como oración vocal, haciendo nuestro el sentir del salmista. Hay salmos para dar gloria a Dios, para alabar, para manifestar arrepentimiento, para dar gracias, etc.

“La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquél ‘a quien hablamos”[16].

 

a2. La meditación

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Meditar es “aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los medios de conocerlo o conseguirlo”[17]. Podemos meditar sobre nuestra fe, a partir de algún texto de la Iglesia, canción, imagen religiosa etc.

Sin embargo, “La Iglesia recomienda siempre la lectura de la Palabra de Dios como fuente de la oración cristiana; al mismo tiempo, exhorta a descubrir el sentido profundo de la Sagrada Escritura mediante la oración ‘para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos y a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras’”[18].

Oramos cuando meditamos la Palabra de Dios. Esto nos conduce a apropiarla, en la medida que la confrontamos con nosotros mismos: ¿Qué me dice este texto? ¿Qué me falta o me sobra para parecerme al Señor Jesús? ¿Qué puedo hacer para pensar, sentir y actuar como Él?[19].

En nuestra familia espiritual, la manera que tenemos para meditar las Sagradas Escrituras se llama ‘Lectio’, ésta es una palabra latina que se traduce por ‘lectura’. Hace referencia a la Lectio divina, es decir, a la lectura meditada de la divina Escritura.

Desde sus orígenes este método de oración ha conocido diversas formas y aplicaciones, y es recomendado por la Iglesia como una manera de profundizar en el sentido auténtico de las Sagrada Escritura y sacar las enseñanzas que ella tiene para la propia vida.

La lectio, en cuanto método de oración, es ocasión para el encuentro y diálogo con Dios en base a la meditación, profundización y aplicación personal de la Palabra divina contenida en la Sagrada Escritura. Es importante recordar que en su estructura se distingue claramente entre el “en sí” —donde buscamos comprender lo que dice el texto de la Escritura, para lo cual es fundamental el recurso a la lectura que la Iglesia ha hecho de ese pasaje bíblico— y el “en sí-en mí” —donde aplicamos a nuestra propia vida lo que dice el texto bíblico—.

a3. La oración contemplativa

La oración contemplativa es recoger nuestro ser, haciendo un silencio —interior y exterior— en nosotros mismos, bajo la moción del Espíritu Santo; para entrar en la presencia de Aquel que nos espera.

Es “hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar”[20].

“‘Yo le miro y él me mira’, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante Él Sagrario”[21]

La oración contemplativa es una mirada de fe, fijada en Jesús y en los misterios de su vida. Es una escucha atenta de la Palabra de Dios, con un silencioso amor. Esta atención a Él es una renuncia a uno mismo que purifica e ilumina los ojos de nuestro corazón, y nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres[22].

b. Formas de la oración

El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, adoración, petición, intercesión, acción de gracias y alabanza. Estas formas están fundadas sobre la fe apostólica y reveladas en los escritos apostólicos.

 

En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes “acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”[23].

 

b1. La adoración

rezando en el sagrario

Adorar a Dios, es reconocernos criaturas ante Dios, nuestro Padre Creador. Es tomar conciencia de nuestra dependencia de Él y de la consecuencia lógica de esa dependencia: entregarnos a Él y a su Divino Plan.

La adoración a Dios es un acto de reconocimiento de nuestra dependencia de Dios. Es un acto de humildad profunda, en el que reconocemos que Él, es el Señor de nuestras vidas.

Podemos hacer actos de adoración al Señor, personal y comunitariamente. Personalmente podemos hacer actos de adoración, en cualquier momento o en una capilla delante del Sagrario ó con el Santísimo Expuesto. Lo podemos hacer con nuestras propias palabras o repitiendo como jaculatorias algunas citas bíblicas, como: “Señor mío y Dios mío”; “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”, u otras.

La Iglesia propone realizar Adoraciones Eucarísticas en las que juntos adoremos al Señor Jesús sacramentado

 

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”[24].

b2. La oración de petición

Es aquella en donde imploramos las gracias del Señor; confiando en sus palabras: “pedid y se os dará”[25], según lo que más nos convenga. La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición, es como la del publicano: “Oh Dios ten compasión de este pecador”[26].

Cuando se participa en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre[27]. Con esta seguridad, los apóstoles Santiago y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión[28].

 

b3. La oración de intercesión[29]

El Señor Jesús es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular[30]. Por esto la intercesión cristiana forma parte de la de Cristo y se une a la de toda la Iglesia. Por esto con mucha confianza, podemos pedir al Padre por nuestras necesidades y la de los demás, porque sabemos que tenemos a Alguien que intercede por nosotros, buscando lo mejor para cada uno.

 

b4. La oración de acción de gracias

La acción de gracias de los miembros de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa de la acción de gracias de la Cabeza de la Iglesia que es Cristo.

La Celebración Eucarística es la máxima expresión de la oración de acción de gracias.

Y al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros”[31]. “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias”[32].

La oración de acción de gracias debe estar siempre presente en nuestras vidas. Ésta expresa nuestra gratitud por los dones que el Señor derrama abundantemente sobre nosotros.

 

b5. La oración de alabanza

La oración de alabanza, brota de un corazón que quiere exteriorizar y compartir, aquello que lo hace tan feliz: saberse amado por un amor incondicional que obra permanentemente en favor de cada ser humano.

Es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por lo que Él es y le da gloria por lo que hace. Por esto San Pablo nos exhorta a “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”[33].

 

 

SALMO 145 (144), 1-13[34]
Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey,
y bendeciré tu Nombre eternamente;
día tras día te bendeciré,
y alabaré tu Nombre sin cesar.
¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza:
su grandeza es insondable!
Cada generación celebra tus acciones
y le anuncia a las otras tus portentos:
ellas hablan del esplendor de tu gloria,
y yo también cantaré tus maravillas.
Ellas publican tus tremendos prodigios
y narran tus grandes proezas;
divulgan el recuerdo de tu inmensa bondad
y cantan alegres por tu victoria.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.
Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.
Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:
tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.

 

Las primeras comunidades cristianas componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento extraordinario que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión. Cantan el Misterio de Cristo y la novedad del Espíritu.

Cántico de la Carta a los Efesios 1, 3-10
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.

Pocas veces nos ponemos a pensar ¡Cuántos motivos tenemos para alabar a Dios! Así como reconocemos en nuestros amigos y familiares lo buenos que son y las cosas buenas que hacen y se lo decimos, así podemos relacionarnos con Dios, reconociendo las bondades que vemos en Él —que es todo amor, misericordia, perdón etc.— y las obras tan maravillosas que ha obrado en el mundo y que sigue obrando en nuestras vidas.

Esta oración de alabanza, Dios no la necesita, sino que brota de un corazón que quiere exteriorizar y compartir con Él, aquello que lo hace tan feliz: saberse amado por un amor incondicional que obra permanentemente en favor de cada ser humano.

La adoración a Dios se diferencia de la alabanza, porque la primera es un acto de reconocimiento de nuestra dependencia de Dios, es un acto de humildad profunda, en el que reconocemos que Él, es el Señor de nuestras vidas. La oración de alabanza brota de este acto y pone en palabras el reconocimiento de las bondades de Dios en nuestra vida y en la de los demás.

 

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3. El señor nos enseña a orar

El Señor Jesús ora. Numerosos pasajes de las Sagradas Escrituras nos muestran al Señor en oración. Así, Él mismo nos revela una gran novedad en la oración: la oración filial al Padre.

Guiados por los Evangelios, aprendamos de la oración del Señor Jesús y permitamos que nuestra oración se acreciente al ver algunas de las características de su oración:

• Jesús nos enseña cómo rezar:
— “Y sucedió que, estando Él orando en cierto lugar, cuando terminó,
le dijo uno de sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar,
como enseñó Juan a sus discípulos’. Él les dijo: ‘Cuando oréis,
decid: Padre[35], santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros
pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que
nos debe, y no nos dejes caer en tentación’”[36].
• El Señor reza antes de los momentos decisivos de su misión:
— “Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó
consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar”[37].
• Antes de dar cumplimiento a la voluntad del Padre:
— “Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose,
bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo”[38]
— “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó,
salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”[39].
Antes de revelar a Pedro su misión:
— “Y sucedió que mientras Él estaba orando a solas, se hallaban
con Él los discípulos y Él les preguntó: ‘¿Quién dice la gente
que soy yo?’”[40].
• Para que Pedro no desfallezca en la fe:
— “Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú,
cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”[41].
• Oración “en lo secreto”:
— “Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para
orar; al atardecer estaba solo allí”[42].
— “Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar”[43].
— “Pero Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba”[44].
— “Sucedió que por aquellos días se fue Él al monte a orar, y se
pasó la noche en la oración de Dios”[45].
• En la cruz del Señor Jesús se unen su oración y entrega:
— “Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní,
y dice a los discípulos: ‘Sentaos aquí, mientras voy allá
a orar’”[46].
— “Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas
palabras”[47].
— “Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus
discípulos: ‘Sentaos aquí, mientras yo hago oración’”[48].
— “Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas
oraba”[49].
— “Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se
hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose
de la oración, vino donde los discípulos y los encontró
dormidos por la tristeza; y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis dormidos?
Levantaos y orad para que no caigáis en tentación’”[50].

4. Oración en compañía del Señor: Visitas al Santísimo Sacramento

“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”[51].

Como hemos visto en el tema anterior, el Señor Jesús se quedó entre nosotros bajo las especies de pan y vino, manifestándonos por este medio el gran amor que nos tiene.

En cada templo hay una luz roja que nos indica el lugar donde está el Sagrario —o también llamado Tabernáculo— con el Señor Jesús sacramentado en su interior. El Señor mismo ha querido quedarse en el pan consagrado permitiéndonos tenerlo cerca físicamente para que podamos visitarlo, dialogar con él y adorarlo. En muchos templos el sagrario está en una capilla pequeña adecuada para tener un momento especial de encuentro con Jesús que nos espera con paciencia para comunicarse con nosotros.

Visitar al Señor en el Santísimo Sacramento es una práctica espiritual muy recomendada, nos ayuda a aumentar nuestra amistad con Él, nos permite reconocerlo como nuestro Señor y reconocer el gran milagro que realiza en cada Eucaristía al quedarse en ese humilde pedazo de pan.

En algunas de esas visitas a Jesús sacramentado en el Sagrario de una capilla ó en una exposición eucarística bastarán unos minutos de silencio postrados de rodillas frente a Él para experimentar su presencia viva que toca nuestro corazón y entra hasta lo más profundo de nuestra vida, para palpar el amor que siente por nosotros y para sentir el impulso de renovar nuestra vida y ser mejores cristianos.

 

5. Rezar acompañado de María: El Santo Rosario

maria con jovenes

Recordemos que la oración “a” y “con” la Madre del Señor manifiesta privilegiadamente nuestra dimensión de hijos, puesto que nos dejamos educar por Ella, para así, como niños aprender a hablar y a comunicarnos con Dios. Una expresión importante de esta oración la encontramos en el rezo del Santo Rosario.

Como lo hizo en Caná de Galilea al pedir al Señor Jesús que convirtiese el agua en vino[52], Santa María reza e intercede en la fe por nosotros. Ella, la Madre de Jesús, ruega a su Hijo por las necesidades de sus hijos. Mediante la oración constante del Rosario profundizamos en los misterios de Cristo, aprendemos a dejarnos tocar por su corazón al mismo tiempo que a tener las mismas actitudes de Jesús y de María, de silencio, escucha, acogida y acción pronta. Estamos llamados a ser como el discípulo amado[53], quien supo acoger a la Madre de Jesús como madre suya y así, dejándose educar por Ella, acrecentó su amor a Dios y supo responder a la misión que Él le había confiado.

 

Interiorizamos


De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”. Mc 1,35.

De madrugada, cuando todavía
estaba muy oscuro, se levantó,
salió y fue a un lugar solitario y
allí se puso a hacer oración”.
Mc 1,35.

¿Cómo vivo esto?

El mejor modelo de oración después del Señor Jesús, lo encontramos en su Madre, la santísima Virgen María. Ella es una mujer de profunda oración, Ella es la “virgen orante”.

Mujer del Silencio: El Silencio es fundamental en la oración; el silencio integral, de todo el ser, es lo que precisamente vivía María y de ello es testimonio vivo. María vivía en una actitud de permanente escucha y acogida de la Palabra de Dios y de todo lo que a su alrededor le remitía a Dios: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”[54]. María no sólo escucha, acoge y medita, sino que se entrega, vive una total reverencia hacia su Hijo y hacia los demás, como lo vemos en las bodas de Caná.

Mujer de Oración: María vive en permanente sintonía con su identidad profunda y con su hambre de Dios. La oración del Magníficat[55] es claro ejemplo de su oración, fruto de un corazón que arde de Amor por el Señor. María alaba al Señor desde lo más hondo de su corazón y vibra con la alegría del encuentro con Dios. Vive una actitud de plena humildad con la que escucha y se dirige al Señor. Se sabe al mismo tiempo acogida por Dios y se entrega a Él con total confianza.

Preguntas para el diálogo

• Muchas veces, tenemos ideas erradas sobre la oración:

   — “No tengo tiempo”, “No es importante”, “Es aburrida”, “No sé cómo hacerlo”, “No siento nada”, “No sé qué decir”, etc.

   Ante cada una de esas afirmaciones ¿Qué ejemplo concreto nos da el Señor Jesús y Santa María?

 

Vivamos nuestra fe

Subsidin

¿Qué haré para cooperar con la gracia?

Acciones personales

• Piensa en qué puedes hacer para mejorar tu vida de oración: en cosas concretas y sencillas a las que te podrías comprometer (personal y comunitariamente).

• Reza personalmente o en grupo, un rosario a la Virgen esta semana. Recuerda la reunión sobre Santa María.

• Piensa en medios que te ayuden a estar en presencia del Señor Jesús durante el día, como por ejemplo: Persignarse al pasar por una capilla, llevar un rosario, poner un cuadro del Señor Jesús o de María en algún lugar visible del cuarto, etc.

• Lee el “Camino hacia Dios” 216: ¿Cómo puedo rezar con las Sagradas Escrituras?, para que al conocer más sobre la “lectio”, puedas practicarla. Se encuentra en www.caminohaciadios.com

• Entra en www.mividaenxto.com, allí encontraras recursos que te ayudarán en la meditación de las Sagradas Escrituras y otros.

• Medita el Evangelio del día. Les proponemos escucharlo, junto con su homilía, del podcast que se encuentra en la página web www.caminohaciadios.com

Acciones Comunitarias

• Organicen como Agrupación Mariana una visita de 15 minutos al Santísimo.

• Mediten en una reunión de grupo el “Camino hacia Dios” 215: ¿Por qué necesito rezar?. Se encuentra en www. caminohaciadios.com

 

Celebramos nuestra fe

rezando

Recemos en Comunidad

Todos:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Lector 1:

“Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”[56].

Monitor:

Señor Jesús, reunidos en este momento, con toda nuestra confianza, queremos dirigirnos a ti, para pedirte que nos enseñes a orar como tú que en toda tu vida estuviste en oración permanente al Padre.
Queremos tener esa misma actitud de oración confiada al Padre, como la que enseñaste aquel día a tus discípulos. Escuchemos:

Lector 2:

“Y sucedió que, estando Él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos’. Él les dijo: ‘Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación’. Les dijo también: ‘Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle’, y aquél, desde dentro, le responde: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos’, os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite’. Yo os digo: ‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá’”[57].

Monitor:

En un momento de silencio, pidamos confiadamente al Señor, que nos ayude a ser más amigos de Él, uniéndonos a Él en la oración. Y pidamos también por alguna necesidad particular que tengamos en este momento.
Ahora, mientras cantamos, vamos a acercarnos al cirio encendido, para encender nuestros cirios y ponerlos ante los pies de Santa María. Esa luz, representa la disposición de cada uno de nosotros de tener un corazón encendido y en oración, ante el Señor Jesús y Santa María.

Cantamos “Escúchame, Señor – Salmo 4”

Todos:

ESCÚCHAME, SEÑOR, CUANDO TE INVOCO,
MI DEFENSOR, MI CONSEJERO. (2v)

1. Tú que en la angustia me abriste una salida,
ten piedad de mí y escucha mi oración.
Y ustedes ¿hasta cuándo, torpes de corazón,
amando vanidades, buscando la mentira?

2. Sepan que el Señor acoge a sus amigos,
que el Señor escucha todo mi clamor.
Confíen en Dios, no cometan traición;
es bueno meditar, silente el corazón.

3. Me has dado, Señor, más alegría al corazón
que si abundara en trigo y en vino.
En paz yo me acuesto y quedo dormido,
porque sólo Tú me afianzas, ¡oh Señor!

Lector 3:

Señor Jesús, te damos gracias porque has estado en medio de nosotros. Queremos manifestarte nuestro deseo de amarte cada día más y de siempre permanecer unidos a ti en nuestra oración y esforzándonos porque toda nuestra vida sea una oración a ti.

Lector 4:

Madre Buena, Virgen Orante, a ti nos acogemos, para que podamos tener un corazón ardiente como el tuyo, siempre puro y entregado al Señor. Ayúdanos a vivir el silencio, a escuchar a Dios en todo momento y a confiar toda nuestra vida a Él, como tú nos mostraste al decirle al Señor: “Hágase en mí, según tu Palabra”[58].

Monitor:

Terminemos rezando juntos un Ave María.

Todos:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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NOTAS

1. Ap 3, 20.

2. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2567.

3. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2558.

4. Jn 4, 6-10.

5. Catecismo de la Iglesia Católica, 2560.

6. Ver Jn 4, 10.

7. Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscritos autobiográficos; Manuscrito C, 25r, Paris 1992, pp. 389- 390.

8. Lc 18, 1.

9. Juan Pablo II, Aloc. 14-III-1979.

10. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2697.

11. San Gregorio Nacianceno, Orati, 27 teológica 1, 4.

12. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2699.

13. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2700-2704.

14. San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 2, 2.

15. Catecismo de la Iglesia Católica, 2722.

16. Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 26.

17. RAE.

18. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 26.

19. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2723.

20. Catecismo de la Iglesia Católica, 2711.

21. Francis Trochu, Le Curé d’Ars Saint Jean-Marie Vianney, Editorial Fayard, Madrid 1954.

22. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2715.

23. Hch 2, 42.

24. Santo Tomás de Aquino, Himno a Jesús Sacramentado, Adoro te devote, (extracto).

25. Mt 7, 7.

26. Lc 18, 13; Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2631

27. Ver Jn 14, 13.

28. Ver St 1, 5-8; Ver Ef 5, 20.

29. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2634-2635.

30. Ver Rm 8, 34; 1Jn 2, 1; 1Tm 2, 5-8.

31. 1Ts 5, 18.

32. Col 4, 2; Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2637- 2638.

33. Ef 5, 19; Ver Col 3, 16; Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2639.

34. El Rey David compuso este himno de alabanza

35. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2777 – 2802.

36. Lc 11, 1-10.

37. Lc 9, 28.

38. Lc 3, 21.

39. Mc 1, 35.

40. Lc 9, 18.

41. Lc 22, 32.

42. Mt 14, 23.

43. Mc 6, 46.

44. Lc 5, 16.

45. Lc 6, 12.

46. Mt 26, 36

47. Mt 26, 44.

48. Mc 14, 32.

49. Lc 22, 41.

50. Lc 22, 44-46.

51. Mt 28, 20.

52. Ver Jn 2, 1.

53. Ver Jn 19, 27.

54. Lc 2, 19.

55. Ver Lc 1, 46-55.

56. Mt 18, 20.

57. Lc 11, 1-10.

58. Lc 1, 38.

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