T: EL SEÑOR JESÚS ES NUESTRA ESPERANZA

Miramos la realidad

«Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios» Jn 6,69.

Vivimos en un mundo donde el hombre transita acelerado en la bús­queda del bienestar y del conocimiento práctico-tecnológico para conseguirlo. Un mundo en el que se desea sobre todo llegar a una supuesta paz psicológica (ausencia de problemas y dificultades) que parecería se consigue con las comodidades materiales, con el poder sobre los demás y entregándose al placer que supuestamente da la felicidad verdadera que debemos conseguir cueste lo que cueste. En este camino se ha endiosado al «yo», estableciendo como «normas» de vida el individualismo, el consumismo pero sobre todo el relativis­mo que deja a hombres y mujeres, supuestamente aptos y tranquilos, para hacer lo que les plazca. «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus ganas»[1].

Y si el Señor Jesús decía sobre sí mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, Yo soy el que soy, YO SOY»[2], si vino a servir, no a ser servido; si vino a obedecer la voluntad de otro, la del Padre; si murió en una cruz en coherencia con la Verdad y dejando de lado todo beneficio personal por una sincera entrega en el amor: ¿No se convierte en el enemigo número uno de esto que el mundo nos plantea?

 

 ¿Frente a la cultura dominan­te, encuentras  en el Señor Jesús  la respuesta para el hombre hodierno?

 

Iluminamos al mundo con la fe

 

«Para poner remedio a esta mentalidad relativista, cada vez más difun-dida, es necesario reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo. Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el cual es el camino, la verdad y la vida[3], se da la revelación de la plenitud de la verdad divina: “Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera re-velar”[4]. “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado”[5]; “porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente”[6]»[7].

 

1. Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre

 

«El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre»[8].

 

a. Jesucristo verdaderamente hombre

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«Jesucristo es verdadero hombre… Se trata de una verdad fundamental de nuestra fe. Fe basada en la palabra de Cristo mismo, confirmada por el testimonio de los Apóstoles y discípulos, trasmitida de generación en generación en la enseñanza de la Iglesia»[9].

 

El Concilio Vaticano II enseña que Jesús, el Cristo, muestra el hombre al propio
hombre y nos abre a un horizonte de esperanza: «En realidad, el misterio
del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de
su vocación»[10].

 

Además, dice que «la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación»[11]. Y confirma: «Jesucristo, el Verbo hecho carne, “hombre enviado a los hombres”, “habla palabras de Dios” y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, verlo a Él es ver al Padre, con su total presencia y manifestación, con palabras y obras, (gestos) señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio divino»[12].

Jesús, verdadero hombre, enviado a los hombres es la clave para la hu­manidad, es la ruta que Dios ha querido darnos para mostrarnos cómo ser verdaderamente hombres plenos. Todos estamos en búsqueda de mo­delos que nos aclaren cómo vivir nuestra compleja humanidad; quién mejor que Él, el Verbo encarnado, para mostrarnos lo que Dios ha querido de noso­tros, y la razón por la cual nos ha hecho a su imagen y semejanza.

En Jesús, sin duda, hay un atractivo, simpatía y empatía humanas, fruto de la unidad y armonía de su ser bio-psico-espiritual, que atraía a los hombres de su tiempo, especialmente a los enfermos, pecadores y pecadoras. Esto queda en evidencia repetidas veces, en la naturalidad con que la gente le presentaba a los niños[13]; o en aquella mujer que al verlo exclama una alabanza a su ma­dre[14]; también en los pecadores y publicanos que se le acercan sin temor[15] a pesar de saberse marginales y excluidos por sus semejantes; lo mismo sucede con los enfermos[16] pues recordemos que según la cosmovisión de la época las dolencias físicas se leían como señal de maldición o de pecado.

Así es como en los Evangelios podemos descubrir la percepción que la gente común y corriente de la Palestina de hace dos mil años tenía del Señor Jesús, y esto nos puede ayudar a ver con objetividad, asistidos por el Espíritu, quién es el hombre Jesús de Nazareth.

Valiéndonos de varias de las reflexiones de autores contemporáneos como Romano Guardini[17] y repasando diversos pasajes del Evangelio podemos agrupar algunas características de su humanidad:

 

a1. Su mirada

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Marcos hace referencia en varias ocasiones a la mirada del Señor, por lo que podríamos decir que debió ser lo suficientemente intensa y elocuente: «Y mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano»[18]; «Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho»[19]; Y «mirándoles»[20] dijo.

La mirada de Jesús comunicaba su interioridad, «Jesús fijando su mira­da en él, lo amó, y le dijo: “Una sola cosa te falta: Anda, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; ven después y sígueme”. Pero al oír estas palabras se fue triste; tenía muchos bienes»[21].

Jesús, a veces simplemente no mira, comunicando su desacuerdo con lo que sucedía: «Mas esto decían ten­tándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escri­bía en tierra con el dedo. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se in­corporó y les dijo: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra»[22].

 

a2. Su salud física

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No son pocos los textos que hacen referencia a su salud y energía, a su ca­pacidad emprendedora y resistente a la fatiga, e inclusive a su físico robusto y equilibrado.

Caminaba largos trechos anunciando, sanando y perdonando los pecados. Se trasladaba a pie según el uso de la época por varios kilómetros[23].

Su vida contaba con muchas exigencias fruto de su apostolado: En muchas circunstancias no tenía tiempo para comer[24]; hasta muy entrada la noche acu­dían a Él los enfermos[25]; también acudían a él sus enemigos, saduceos y fari­seos, buscando hacerle caer maliciosamente, respondiéndoles con diálogos muy intensos[26].

Varias veces se dice que pasaba la no­che entera en oración[27]. «Este “orar” de Jesús es la conversación del Hijo con el Padre, en la que están implicadas la conciencia y la voluntad humanas, el alma humana de Jesús, de forma que la “oración” del hombre pueda llegar a ser una participación en la comunión del Hijo con el Padre»[28].

Inicia su jornada muy temprano, al amanecer[29].

 

 

 

a3. Su lucidez de juicio y su voluntad

Jesús muestra una lucidez extraordinaria de su juicio[30] y una inquebrantable firmeza de su voluntad[31]. Se podría decir que es “un hombre de carácter” que tenía clara su identidad y su misión, el fin por el que vino al mundo a cumplir la voluntad del Padre, con todas las consecuencias que de ello se deriva.

Su modo de hablar, las repetidas expresiones: «Yo he venido», «yo no he venido», traducen perfectamente ese «sí» y ese «no», consciente e inque­brantable[32].

Jesús aparece siempre como hombre de voluntad resuelta. Jamás se le ve, en todo su ministerio, ya sea en sus palabras o en su modo de obrar, vacilar, permanecer indeciso, y menos moverse atrás. Jesús pide esa misma voluntad, firme e inflexible a sus discípulos, cuando dice; «Quien tiene la mano en el arado y mira atrás, no sirve para el Reino de Dios»[33]. Jesús es siempre el mis­mo, siempre dispuesto, porque cuando habla y cuando obra, siempre lo hace con plena lucidez de conciencia y con toda su voluntad.

Todo su ser y toda su vida son unidad, firmeza, luz y pura verdad. Producía tal impresión de sinceridad y energía, que sus mismos enemigos no podían sus­traerse a ella. «Maestro, sabemos que eres veraz y que no temes a nadie»[34].

Jesús fue un hombre de actitud heroica, de una disposición y entrega abso­luta de su vida por la verdad contemplada y encarnada en la obediencia, que también la exige a sus discípulos también[35].

 

a4. La conciencia de sí mismo y de los demás

 

Jesús manifiesta una fina y constante conciencia de sí mismo[36].

En muchos pasajes Jesús demuestra una profunda conciencia de las personas

que tiene alrededor, incluso de lo que ellas pensaban sin decirlo[37].

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a5. Su riqueza emotiva

 

Varias veces se muestra que experi­menta ira, frente a la injusticia y falta de caridad, y tristeza por el mal[38].

Muestra compasión por la multitud que lo busca, por los pecadores, los enfermos[39].

Se conmueve interiormente[40] junto a sus discípulos, inclusive se lo ve cantar[41].

Esta lista de algunas características humanas del Señor Jesús, pueden ser para nosotros un camino de co­nocimiento del Señor en cuanto hombre verdadero, y un impulso en nuestra conformación a Él con todo nuestro ser. Que nuestros pensamientos sean los del Señor, que desde ellos nuestros sentimientos se transformen en los suyos, y nos impulsen a obrar día a día siguiendo sus pasos de cara al Padre y santificados por el Espíritu.

 

b. Jesucristo verdadero Dios

 

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Si nos quedamos solamente con la Verdad de que Cristo es el Hombre perfecto, paradig­ma de la humanidad toda, sería insuficiente. Todas las características humanas que nos apelan tanto del Señor Jesús, no terminan de explicar cuál es la diferencia entre Él y cualquier héroe de la historia. Ni siquiera su muerte, por más cruenta, valiente y genero­sa, tendría ningún sentido si no nos adentra­mos en el misterio de su Divinidad. Él es el hijo de Dios, y por lo tanto Dios verdadero, consustancial con el Padre, es decir, tiene su misma naturaleza, la Divina. Es por esto que de Él, con toda certeza podemos decir que es el Cristo, el Mesías esperado del pueblo Judío, el Dios con nosotros, el Salvador. Es Él quien nos convierte y a quien nos conforma­mos.

Por esto debe ser firmemente creído que:

«Uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, es él mismo perfecto en divinidad y perfecto en humanidad, Dios verdaderamente, y verdaderamente hombre […], consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad […], engendrado por el Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad»[42].

 

Así como hicimos una lista de las cualidades humanas del Señor podríamos decir cuáles son los «motivos de credibilidad»[43] de su divinidad:

• Los milagros obrados por Jesucristo.
• El cumplimiento de las antiguas profecías en la persona de Cristo.
• El gran milagro de la resurrección.
• Las profecías hechas por Jesucristo y perfectamente realizadas.
• La conservación intacta del depósito revelado.
• El establecimiento inexplicable por razones meramente humanas de la religión católica, a pesar de las persecuciones sufridas a lo largo de la historia y de la escasez de medios.
• La fidelidad y el número de sus mártires.
• Los frutos admirables producidos por el cristianismo.
• La sublimidad de la doctrina cristiana.

 

b1. Los milagros de Jesús

 

«Para confirmar su poder divino sobre la creación, Jesús realiza “mila-gros”, es decir, “signos” que testimonian que junto con Él ha venido al mundo el reino de Dios»[44].

Dentro de los motivos de credibilidad los milagros y las profecías —sobre y de— Jesucristo, tienen un papel principal. Por esto los vamos a desarrollar brevemente en este tema.

Entendiendo «milagro» como una intervención divina y directa fuera de lo ordinario del mundo material, podemos decir que los milagros de Jesús son las acciones sensibles y extraordinarias, que sin seguir el curso ordinario de las leyes naturales, realizó Jesús como signos de su Divinidad y que hacen presente la salvación.

 

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«Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos»[45] que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado[46]»[47].

 

Jesús curó enfermos, resucitó muertos, ejerció el dominio sobre las fuerzas de la naturaleza y expulsó demonios, sin embargo su más grande milagro fue su misma resurrección, punto culminante y definitivo de su redención, sin el cual podríamos repetir con el apóstol Pablo «vana sería nuestra fe»[48].

Cristo realizó estos milagros en nombre propio, como Hijo de Dios y como prueba de su divinidad, «Si no queréis creer en mis palabras, creed en mis obras»[49]; esto es lo que lo diferencia de cualquier otro enviado de Dios que realice milagros, incluyendo a los apóstoles que los obran por la fe en Él. Sólo Jesucristo procede como Señor ejerciendo sobre toda la naturaleza una acción divina ilimitada. Ni siquiera es comparable en este sentido con ningún otro fundador de cualquier religión de la historia.

 

«Los milagros que hizo Nuestro Señor Jesucristo, son obras divinas que enseñan a la mente humana a elevarse por encima de las cosas visibles, para comprender lo que Dios es»[50].

 

b2. Las profecías

 

Jesús anunció profecías que se realizaron en la historia, y hay profecías que en Él se vieron cumplidas. Éstas son otro signo fehaciente de su divinidad.

En su valor salvífico se puede decir que «la profecía en el sentido de la Biblia no quiere decir primariamente predecir el futuro[51], sino explicar la voluntad de Dios para el presente, lo cual muestra el recto camino hacia el futuro. El profeta ayuda a la ceguera de la voluntad y del pensamiento y aclara la voluntad de Dios como exigencia e indicación para el presente»[52]. Esto lo ha realizado el Señor Jesús con creces.

Por otro lado una profecía «es el anuncio cierto de acontecimientos futuros que no pueden ser conocidos por causas naturales y que por eso son signos ciertos de la Revelación, adaptados a la inteligencia de todos»[53].

 

Jesús anunció las siguientes profecías:

Su propia pasión y muerte (Mt 16,21-23). Que sería entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley (Mt 20,18; 26, 57; Mc. 10, 64). Que lo entregarían a los gentiles, los cuales se burlarían de Él, lo azotarían y lo crucificarían (Mt. 20, 19; Mt. 27,26: 29, 30; Lc. 23,33). La traición de Judas (Mt. 26,21-25; Jn. 13,21-26; Lc. 22,3-4) La triple negación de Pedro (Mt. 26,34 // Mt. 26,69-75) y su martirio (Jn. 21,18-19), La huida de los discípulos durante la Pasión (26,31), Las persecuciones que padecerían después de su muerte (Mt 10,17-23; Mc. 13,9-13), Los milagros que harían en su nombre (Mt 16,17). La conversión de los paganos (Mt.8,11), La predicación del evangelio en todo el mundo (Mt 24,14), La permanencia de la Iglesia hasta el fin de los siglos (Mt 28,20), La aparición en su seno de herejías y separaciones (Mt 7,15-22), La destrucción de Jerusalén (Mt 24,1 ss.; Lc. 21,24; Mc. 13,2).

 

En Jesús se cumplieron profecías que se hicieron en el Antiguo Testa­mento:

Éstas ven su culmen en Jesucristo, y desde Él el futuro de la Iglesia y la huma

­nidad. A continuación presentamos algunas profecías:

Linaje: Cristo nacería en la familia de David (Gen 49, Isa 11, Rom 1:3).

Él vendría: A servir, no a ser servido (Zac 3:8, Mt 12:18, Mc 10:45).

A cargar los pecados de la humanidad (Isa 53:4, Mt 8:17,1Ped 2:24).

Él establecería una nueva alianza (Gen 17:2,19, Isa 49:8, Jer 31:31, Mt 26:28, Mc 14:24, Lc 22:20, Heb 8:8).

Nacería en Belén (Mica 5:2, Mt 2:1,6, Lc 2:4,11,15).

Nacería de una virgen (Isa 7:14, Lc 1:27, Apoc 12:5).

Los niños de Belén serían asesinados (Jer31:15, Mt 2:17-18).

Sería llamado de Egipto (Hosea 11:1, Mt 2:13-15,19-20).

Él entraría a Jerusalén sobre el pollino, sobre los mantos de un asno (Zac 9:9, Mt 21:5).

Ellos herirían al Pastor y dispersarían las ovejas (Zac 13:7, Mt 26:31, Mc 14:27).

Sería traicionado por un amigo (Salmo 41:9, Jn 13:18, Hechos 1:16).

Treinta monedas de plata serían dadas por el campo del Alfarero (Zac 11:13, Mt 27:7,10).

Él sería clavado en la cruz (Isa 22:23, Jer 10:4, Mt 27:35, Jn 19:18).

Sería acusado por falsos testigos (Salmo 27:12,35:11,109:2, Mt 26:60,Mc 14:57).

Él sería abandonado por sus amigos y se irían (Isa 63:3, Mc 14:50).

Sus enemigos serían de su propia casa (Mic 7:6, Jn 7:5).

Él no abriría la boca a sus verdugos (Isa 53:7, Salmo 38:13-14, Mt 26:62- 63,27:14, Lk 23:9, Jn 19:9, Hechos 8:32, 1Ped 2:23).

Él sería humillado y ridiculizado (Salmo 22:7-8, Mt 27:29).

Él sería escupido y azotado (Isa50:6, Mt 27:30, Mc 14:65).

Él sería golpeado en la cabeza (Mic 5:1, Mc 15:19).

Su apariencia sería tan desfigurada que no parecía ser de hombre (Isa 52:14, Mc 15:19).

Sus manos, pies y costado serían atravesados (Salmo 22:16, Zec 12:10, Jn 19:37,20:27).

Sería crucificado con dos ladrones (Isa 53:9,12, Mc 15:27-28, Jn 19:18).

Él perdonaría a Sus agresores (Isa 53:12, Lc 23:34).

Él gritaría, “Tengo sed” (Salmo 22:15, Jn 19:28).

A Él le darían hiel y vinagre en Su agonía (Salmo 69:21, Mt 27:34, Jn 19:29).

Hombres se sortearían Sus vestiduras (Salmo 22:18, Mt 27:35, Jn 19:24).

Él diría, “En tus manos encomiendo mi Espíritu” (Salmo 31:5, Lc 23:46).

Ni un hueso de Su cuerpo sería quebrado (Salmo 34:20, Jn 19:32-33,36).

Él moriría por nuestros pecados (Isa 53:8,12, Dan 9:26, 1Cor 15:3).

Él resucitaría de la muerte (Salmo 16:10,49:15, Isa 53:10, Hos 6:2. Mc 15:6).

Él ascendería a lo alto (Salmo 68:18, Ef 4:5).

Su palabra se propagaría a muchas naciones desde Jerusalén (Mic 4:2, Lc 24:47).

Él establecería una Iglesia que duraría para siempre (Isa 59:21, Mt 16:18, Jn 14:16-17, Jn 16:12-15)

Él se sentaría a la derecha del Padre (Salmo 110:1, Hechos 2:34, Heb 1:3).

Su Reino durará por siempre (Salmo 45:6, Dan 7:14, Heb 1:8).

 

2. El Señor Jesús es la esperanza para nuestras vidas

 

En el Señor Jesús se dio la plenitud de la revelación. Fiel a la palabra de Dios, el Concilio Vaticano II enseña: «La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación»[54]. Y confirma: «La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa ma­nifestación de nuestro Señor Jesucristo[55]»[56].

Él nos muestra la sublimidad de nuestra vocación. Él se encarnó, padeció, murió y resucitó por todos, y de ahí que la vocación suprema del hombre es participar de la naturaleza divina, acogiendo la gracia de la reconciliación en nuestras vidas. Al enviarnos al Espíritu Santo ofrece a TODOS la posibilidad de asociarse a este misterio pascual, de alguna forma que sólo Dios conoce[57].

La acción salvífica de Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se ex­tiende más allá de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad. Así, «La presencia y la actividad del Espíritu no afectan única­mente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones […]. Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu […]. Es también el Espíritu quien esparce “las semillas de la Palabra” presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo»[58].

En el nombre que le ha dado la historia está condensada su identidad y misión: «El intento de condensar el misterio de Jesús en títulos que interpre­taran su misión, más aún, su propio ser, prosiguió después de la Pascua. Cada vez más se fueron cristalizando tres títulos fundamentales: Cristo (Mesías), Kyrios (Señor) e Hijo de Dios. El primero apenas era comprensible fuera del ámbito semita: desapareció muy pronto como título único y se fundió con el nombre de Jesús: Jesucristo. La palabra que debía servir de explicación se convirtió en nombre, y esto encierra un mensaje muy profundo: Él es una sola cosa con su misión; su cometido y su ser son inseparables. Por tanto, con razón su misión se convirtió en parte de su nombre»[59].

 

3. Conclusión

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Desde siempre Jesucristo ha sido signo de contradicción, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, es así que hoy, frente a la cultura dominan­te podemos encontrar en Él la respuesta para el hombre hodierno, pero que se abre paso trayendo no una falsa paz, sino una vida plena desde la esperan­za de la fe y la convicción profunda en la caridad del anuncio de la Verdad.

 

«Queridos hermanos y hermanas, les invito a mirar el futuro con es-peranza, permitiendo que Jesús entre en sus vidas. Solamente Él es el camino que conduce a la felicidad que no acaba, la verdad que satisface las más nobles expectativas humanas y la vida colmada de gozo para bien de la Iglesia y el mundo»[60].

 

«A la Madre del Evangelio viviente le pedi­mos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea aco­gida por toda la comunidad eclesial. Ella es la mujer de fe que vive y camina en la fe[61], y “su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia cons­tante para la Iglesia”»[62].

 

Interiorizamos

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«Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley». Gal 4,4.

¿Cómo vivo esto?

«La resurrección confirma de un modo nuevo que Jesús es verdadero hombre: si el Verbo para nacer en él tiempo “se hizo carne”, cuando, resucito volvió a tomar el propio cuerpo de hombre. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir y morir en la cruz, sólo un verdadero hombre ha podido resucitar. Resucitar quiere decir volver a la vida en el cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado, dotado de nuevas cualidades y potencias, y al final incluso glorificado (como en la ascensión de Cristo y en la futura resurrección de los muertos), pero es cuerpo verdaderamente humano. En efecto, Cristo resucitado se pone en contacto con los Apóstoles, ellos lo ven, lo miran, tocan a las cicatrices que quedaron después de la crucifixión y El no sólo habla y se entretiene con ellos, sino que incluso acepta su comida: “Le dieron un trozo de pez asado y tomándolo comió de­lante de ellos”[63]. Al final Cristo con este cuerpo resucitado y ya glorificado pero siempre cuerpo de verdadero hombre asciende al cielo para sentarse “a la derecha del Padre”.

Por tanto es verdadero Dios y verdadero hombre. No un hombre aparente, no un “fan­tasma” (homo phantasticus), sino hombre real. Así lo conocieron los Apóstoles y el grupo de creyentes que constituyó la Iglesia de los comienzos. Así nos hablaron en su testimonio»[64].

 

Preguntas para el diálogo

•  ¿Qué significa para el hombre de hoy que Jesús es Dios y hombre verdadero?
•  ¿Qué rasgos de la humanidad del Señor Jesús, te iluminan en tu horizonte de ser verdaderamente hombre?
•  ¿Los milagros y profecías que se cumplen en el Señor Jesús, incrementan tu fe en Él? ¿Por qué?
•  ¿Reconoces la importancia de conocer más al Señor Jesús y de darlo a conocer a los demás, para darles esperanza a sus vidas?
•  ¿Qué medios concretos puedes poner para conocer más a Jesús?

 

Vivamos nuestra fe

¿Qué haré para cooperar con la gracia?

 

Acciones personales

• Selecciona algunas profecías que se cumplen en Cristo, lee los textos bíblicos que lasseñalan y medita en qué te dice Dios a ti, a través de ellas.
• Piensa qué medios puedes poner para conocer más a la persona del Señor Jesús,
• Haz un examen personal de aquello que te falta para conformarte con la persona del Señor Jesús
• Realiza la oración que te proponemos en el Anexo 2.

 

Acciones comunitarias

• Reflexionen en el grupo, a partir de lo estudiado, por qué en nuestra familia espiritual, muchas veces cuando nos referimos a Jesús, lo hacemos llamándolo “Señor Jesús”.
• Realicen una visita comunitaria al Santísimo, para pedirle aumente su fe y su amor a Él.
• Compartan con el grupo, cómo es su relación con el Señor Jesús.
• Reflexionen en el grupo el texto del Anexo 1.

 

Celebramos nuestra fe

 

Recemos en Comunidad

 

Todos:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Lector:

«Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios»[65].

Monitor:

Señor Jesús te damos gracias por estar presente con nosotros en esta reunión. Te pedimos que nos ayudes a permanecer unidos a ti, en nuestro camino de ser obedientes al Plan del Padre.

Rezamos juntos la oración de San Juan Pablo II:

Todos:

«Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives “siempre
intercediendo por nosotros”[66].
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado
contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el
centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores
evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón
y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Nuestra vida no tiene sentido sin ti».
Amén.

Monitor:

Cantamos juntos “Cristo Rey”

Todos:

 1. Un grito de guerra se escucha
en la faz de la tierra y en todo lugar.
Los prestos guerreros empuñan su espada
y se enlistan para pelear.
Para eso han sido entrenados;
defenderán la verdad
y no les será arrebatado
el fuego que en su sangre está.

¡VIVA CRISTO REY, VIVA CRISTO REY!
EL GRITO DE GUERRA
QUE ENCIENDE LA TIERRA.
¡VIVA CRISTO REY!
NUESTRO SOBERANO SEÑOR,
NUESTRO CAPITÁN Y CAMPEÓN.
PELEAR POR ÉL, ES TODO UN HONOR.

2. Sabemos que esta batalla no es fácil
y muchos se acobardarán.
Y bajo los dardos de nuestro enemigo
sin duda perecerán.
Yo tendré mi espada en alto
como la usa mi Señor.
A Él nada lo ha derrotado,
su fuerza es la de Dios.

3. No conocemos mayor alegría,
no existe más honroso afán
que con mis hermanos estar en la línea
y juntos la vida entregar.
A Él que merece la gloria
y nos reclutó por amor,
ante Él la rodilla se dobla
y se postra el corazón.

Todos:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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ANEXOS

– Revelación pública y revelaciones privadas — su lugar teológico: Descargar aquí

– Lectio personal: Descargar aquí

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NOTAS

1. Cardenal Joseph Ratzinger, Homilía Pre cónclave, 18/04/2005.

2. Yahvéh: Tetragrama que para el pueblo judío era impronunciable, porque era el Nombre sobre todo nombre, el del Dios verdadero.

3. Ver Jn 14, 6.

4. Mt 11,27.

5. Jn 1,18.

6. Col 2,9-10.

7. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 5.

8. Catecismo de la Iglesia Católica, 464.

9. San Juan Pablo II, Catequesis, 3 de Marzo de 1988.

10. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, 22.

11. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 2.

12. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 4.

13. Ver Mc 10,13-16; Lc 18,16; Mt 19,13-14.

14. Ver Lc 11,27.

15. Ver Lc 15,1.

16. Ver Lc 5,12.

17. Ver Romano Guardini, La realidad Humana del Señor.

18. Mc 3,5.

19. Mc 5,32.

20. Ver Mc 8,33; 10, 21, 23, 27.

21. Mc 10,17-22.

22. Jn 8,6.

23. Ver Mt 19,1; Jn 10,40; Mc 7,31; Lc 9,10.51.

24. Ver Mc 3, 20; 6,31.

25. Ver Mc 3,8; Lc 4,40-42.

26. Ver Mt 15,1-20; Mt 22,16-21; Mt 22,34-40; Lc 20,27-38.

27. Ver Lc 6,12.

28. Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, Ed. Planeta, Buenos Aires, p.29.

29. Ver Mt 21,18; Jn 8,2; Mc 1,35.

30. Ver Jn 8,7; Mc 2,27-28; Lc 10,29.36; Mt, 22,17-22; Lc, 20,1-8.

31. Ver Mt 16,22-23; Mt 26,42.46; Mc 11,15-17.

32. Ver Mt 5,37.

33. Lc 9, 62.

34. Mc 12,14.

35. Ver Jn 10,18s.

36. Ver Lc 8, 44; Mc 5,30.

37. Ver Jn 16,5-7; Lc 5,22; Mt 9,4; Mc 2,6-8; Jn 6,58; Jn 16,19; Mc 12,15.

38. Ver Mt 21,12-13; Mc 3,5; Mt 26,37; Mc 14,33.

39. Ver Mc 6,34; Mt 9,36; Mt 14,14; Mc 8, 2; Lc 7,12-13; Mt 20,34.

40. Ver Jn 11,33.39; Jn 13,21; Jn 4,27-30.

41. Ver Mt 26,30.

42. Concilio Ecuménico de Calcedonia, DS 301.

43. Motivos de credibilidad: “Las razones y argumentos que demuestran ser plenamente razonable y obligatorio creer en la divinidad de Jesucristo, y por consiguiente, en la Iglesia católica como su única verdadera Iglesia y la única religión verdadera” (Introducción a la Teología para Universitarios, Universidad Libros, pg. 49, 2013).

44. Catequesis de San Juan Pablo II, 13 Enero de 1988.

45. Hch 2,22.

46. Ver Lc 7,18-23.

47. Catecismo de la Iglesia Católica, 547.

48. 1Cor 15,14.

49. Jn 10,38.

50. San Agustín, In Io. Ev. Tr., 24, 1.

51. Vale la pena leer el Anexo 1, para una mayor comprensión de lo que es una profecía.

52. Introducción a la Teología para Universitarios, Universidad Libros, pg. 50, 2013.

53. Introducción a la Teología para Universitarios, Universidad Libros, pg. 50, 2013.

54. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 2.

55. Ver 1Tim, 6,14; Tit 2,13.

56. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 4.

57. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22.

58. San Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris missio, 28. Acerca de «las semillas del Verbo»; Ver también San Justino, 2 Apologia, 8,1-2,1-3; 13, 3-6: ed. E. J. Goodspeed, 84; 85; 88-89.

59. Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, Ed. Planeta, Buenos Aires, p. 371.

60. Benedicto XVI, Homilía Yankee Stadium, Bronx, Nueva York (V Domingo de Pascua 20 de abril de 2008).

61. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 52-69.

62. Francisco, Exhortación Apostólica Evangeli Gaudium, 287.

63. Lc 24, 42-43.

64. San Juan Pablo II, Catequesis Jesucristo, verdadero hombre, 27/1/88.

65. Jn 6,68-69.

66. Heb 7,25.

  • Los siguientes archivos van a ayudarte a preparar tu reunión de grupo.
  • Texto - Referencias del Catecismo
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