T. El apostolado: ¿Soy apóstol del Señor Jesús?
Cuando nos cuentan una noticia que nos alegra mucho o nos regalan algo que hemos esperado durante mucho tiempo, no pasan muchos minutos y ya estamos llamando a nuestros familiares y amigos más cercanos para contarles lo bueno que nos ha sucedido. Lo mismo pasa en nuestra vida cristiana. Si nos hemos encontrado con el Señor, si hemos encontrado nuestra verdadera felicidad, ¿Cómo no salir presurosos a anunciar con valentía al Señor a tantos hermanos que necesitan una respuesta para sus vidas?
Nos dice el Papa Francisco “No olvidemos que la fe no es para guardarla, sino para compartirla”.
¿Estás dispuesto a anunciar al Señor Jesús?
Nosotros ya hemos recibido el infinito don de la Fe y de la reconciliación en el Señor Jesús y este encuentro personal con Él que constituye una experiencia que nos llena de alegría, de libertad, de plenitud nos debe impulsar a anunciarlo y a querer compartir con otros este tesoro encontrado, con la seguridad de que, así como es respuesta para nosotros, es también la realidad que responde plena y auténticamente al anhelo que hay en todos los hombres. Anunciando al Señor, respondemos como miembros de la Iglesia al llamado que Él mismo nos ha hecho:
“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”[2].Hemos visto con mucha claridad lo evidente de la crisis del mundo en que vivimos, en sus distintas manifestaciones. Vivimos en una sociedad marcada por la realidad de la ruptura fundamental del ser humano, una sociedad con unos valores que alejan cada vez más a las personas de Dios, de su identidad auténtica, que divide a los hombres entre sí y con toda la creación. Se trata de un proceso agresivo de secularización y descristianización, es decir, un proceso de opciones de rechazo de Dios, de la Verdad del Señor Jesús y su mensaje, y de la Iglesia, —que tiene la misión de anunciarlo a todo el mundo—.
Ante esta situación del mundo, nosotros como hijos de la Iglesia, estamos llamados a cooperar con su misión apostólica ya que desde nuestro bautismo adquirimos el compromiso de ser apóstoles del Señor y en la confirmación renovamos la promesa de ser sus colaboradores en el anuncio del Evangelio, en todas las realidades humanas, para así ayudar a cambiar el mundo, según el divino Plan. Así mismo, como miembros del MVC, nuestra identidad está sellada por la vocación al apostolado, que es centro de la vida y acción del Movimiento.
Por esto, nos descubrimos llamados a comprometernos a colaborar en la misión Evangelizadora de la Iglesia.
“Chicos y chicas, por favor, no se metan en la cola de la historia, ¡sean protagonistas! ¡Jueguen para adelante! ¡Pateen adelante! ¡Construyan un mundo mejor! ¡Un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad!”.Papa Francisco, JMJ Rio 2013.
1. El Apostolado como sobreabundancia de amor
Cuando el amor al Señor, arde en el corazón, necesita expandirse y comunicarse. Éste por su propio dinamismo lleva a la acción comprometida en favor de los demás, en el amoroso cumplimiento de los designios del Padre. Este Amor que eleva al ser humano, y que es un Don derramado en nuestros corazones desde lo Alto[3], es dinámico y eminentemente difusivo, no puede contenerse ni puede permanecer encerrado egoístamente en uno mismo. De por sí busca manifestarse y transmitirse de modos concretos, pues, —como advierte el apóstol San Juan— es falso un amor que lo es tan sólo de palabra[4]. Existe una íntima relación entre lo que hay en el interior del hombre y lo que se exterioriza y comunica[5], “de lo que rebosa el corazón habla la boca”[6]. Conforme a este principio enunciado por el Señor Jesús, entendemos que el auténtico apostolado no puede ser sino una sobreabundancia de amor, que brota del encuentro con Cristo, pues, ¿Puede acaso alguien predicar a Cristo con convicción si no lo ama intensamente?[7] El apostolado es expresión de nuestro propio amor al Señor, de nuestro encuentro con Él, que se sustenta en una rica vida interior, o no es más que un címbalo que resuena vacuamente[8].
“Sin una vida interior sólida, sin una auténtica unión con Jesucristo, sin una piedad verdadera, no se puede ser apóstol. Para restaurar todas las cosas en Cristo por medio del apostolado es menester la gracia divina, y el apóstol no la recibe si no está unido a Cristo”[9].
2. Instaurarlo todo en Cristo bajo la guía de María
Como hijos de la espiritualidad Sodálite buscamos vivir la espiritualidad de María. Por ello, miramos a la Madre para aprender de ella a vivir conformándonos a su hijo, el Señor Jesús, quien la quiso asociar de una manera estrecha a su servicio apostólico.
De la maternidad espiritual de María brota nuestro apostolado:
El ser hijos de Santa María, nos mueve a cooperar activamente con Ella en la misión apostólica que le ha sido encomendada por su Hijo, el Señor Jesús, de llevar a todas las personas hacia Él, para que en Él encuentren la respuesta a sus anhelos más profundos.
Siguiendo sus pasos buscamos cooperar con la transformación del mundo desde la fe, teniendo en cuenta que “Es todo un mundo que se ha de rehacer desde los cimientos, que es necesario transformar de salvaje en humano, de humano en divino, es decir, según el corazón de Dios”[11].
Para ello es necesario ser como María disponibles para el apostolado.
La disponibilidad apostólica es también una consecuencia lógica del Amor. Quien verdaderamente ama dona su tiempo a la persona que ama. Difícilmente pondrá obstáculos o inventará excusas para no encontrarse con aquel a quien ama. La disponibilidad en el apostolado es fruto del dinamismo amorizante del encuentro con el Señor Jesús. Cuanto más nos acercamos al Señor Jesús, más nos señala a María; y cuanto más nos acercamos a la Madre, ella nos enseña con su corazón doloroso y puro el camino de encuentro con su Hijo. Y en este camino de amorización descubrimos en ambos una disponibilidad absoluta para el cumplimiento del Plan de Dios, un amor sin medida a todas las personas, y con ellos a toda la Creación que gime con dolores de parto esperando la Reconciliación.
Para ser verdaderamente disponibles al apostolado debemos amar realmente la misión apostólica, siguiendo los pasos del apóstol Pablo: “El amor de Cristo nos apremia”[12], descubrirla en nuestras vidas como el anhelo que ciertamente late en lo profundo de nuestros corazones. Y para esto recurrimos a María.
María es por excelencia modelo de disponibilidad apostólica. Ella nos muestra el camino del amor que responde de manera inmediata y total a las exigencias de Aquel que es Amor, porque sabe con el conocimiento que le da la fe, que en vivir estas exigencias está la plena realización de su libertad.
Para instaurarlo todo en Cristo, es necesario vivir una disponibilidad apostólica, según el máximo de nuestras capacidades y posibilidades, dejándonos guiar por María.
3. Nuestra vida hecha apostolado
Cuando el amor de Cristo apremia en el corazón, resuenan fuertemente las palabras de San Pablo en nuestro interior: “Ay de mí si no evangelizare”[13]. Amar a Cristo es esforzarnos por conformarnos con Él en todo tiempo y lugar, por anunciarlo, —siendo portadores de la esperanza y testigos de su amor—.
Por eso, ante la magnitud del reto es necesario volver una y otra vez a esta verdad esencial: ¡Sólo los santos cambiarán el mundo! El propósito de cambiar el mundo empieza por el compromiso serio de cambiar nuestro propio corazón, acogiendo el don de la reconciliación que el Señor Jesús ha traído a nuestra propia vida.
Solo contribuimos al cambio si nos esforzamos en cambiar nosotros primero.
Debemos hacer apostolado con toda nuestra vida, esforzándonos para que como San Pablo podamos repetir: “Mi vida es Cristo”[14], “¡Soy yo, más no yo, sino Él quien vive en mí!”[15]. Esa presencia es la que estamos llamados a transmitir e irradiar con nuestras palabras y gestos, con todo nuestro ser y con nuestras obras nutridas de caridad. Los santos son los mejores apóstoles. Si queremos ser buenos apóstoles recordemos que tenemos que formarnos en la fe para así hacerla vida en nosotros y dar razón de ella a los demás, anunciando al Señor Jesús en primera persona.
«Queridos jóvenes, aprendan a rezar cada día. Así conocerán a Jesús, y le permitirán entrar en sus vidas». Papa Francisco, JMJ Rio 2013.
Además, la eficacia de nuestro apostolado depende de nuestra permanencia y adhesión al Señor, de la acción de su gracia en nosotros y de nuestra libre colaboración con ella, pues, como Él mismo nos dice:
“Separados de mí no podéis hacer nada; el que permanece en mí y yoen él ese da mucho fruto”[17].
Por ello, para ser buenos apóstoles es necesaria una vida espiritual intensa y consistente, que por la acción del Espíritu Santo nos vaya conformando cada vez más con Cristo. Un antiquísimo autor sagrado del siglo II se preguntaba sobre la causa de que el testimonio de un cristiano sea tan poco convincente: “¿Por qué razón ultrajan el nombre de Dios?”, e inmediatamente ensayaba esta respuesta:
“Porque nuestra conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de nuestros labios la Palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan con nuestras palabras, empiezan a blasfemar, diciendo que todo es fábula y mentira”.
Por eso otro autor cristiano, San Ignacio de Antioquia, exhortaba a los cristianos cuando él mismo era conducido a ser devorado por las fieras en el circo romano: “Lo que yo ahora deseo es que lo que enseñan y mandan a otros lo mantengan con firmeza y lo practiquen en esta ocasión. Lo único que para mí deben pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho”. Y con unas palabras que tienen enorme actualidad para nosotros concluía:
“Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de espíritu”.
¡Ese es el heroísmo que hoy se necesita para llevar a cabo la Nueva Evangelización:
el heroísmo de la coherencia!
4. La doble dimensión del servicio apostólico
“Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria sino más bien un deber que me incumbe. ¡Y ay de mí si no predicara el Evangelio!”[18].
Después de su resurrección, el Señor Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, para reforzarlos en su fe y prepararlos para la misión que tenían por delante, la que el Señor mismo muchas veces anunció, y que de manera definitiva quiso entregarles cuando se dirigió a ellos, antes de su Ascensión, con este mandato:
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”[19].Como hemos visto antes, como miembros del MVC, estamos llamados a cooperar con María desde nuestra situación personal, asumiendo la misión de ser apóstoles de la reconciliación.
El apostolado que estamos convocados a realizar implica un doble servicio:
a. El servicio evangelizador
Mediante este servicio el apóstol transmite el Evangelio de la Reconciliación para responder al “hambre de Dios” que anida en el corazón de todo hombre y mujer. Buscando en primer lugar cómo hacer cercano al Señor Jesús, “a tiempo y a destiempo”, es decir: en todo momento, no sólo cuando “me toca”, no sólo en circunstancias favorables, sino en todo momento, siempre, sin descanso. Como emevecistas, nuestra vocación apostólica nos lleva a hacernos apostolado a nosotros mismos con un esfuerzo eficaz por ser cada vez más santos; a nuestros hermanos más cercanos: en nuestras familias, grupos de formación y vida cristiana; en nuestros colegios, universidades, centros de trabajo y en general a aquellos a quienes el Señor ha puesto en nuestro camino.
Además, estamos llamados a brindar nuestro servicio evangelizador, anunciando al Señor Jesús en las diversas actividades apostólicas que realizamos, tales como retiros, jornadas, congresos, o en el esfuerzo de alentar y animar diversos grupos de vida cristiana. Este servicio implica presentar el ideal cristiano como lo que es: un ideal hermoso, apasionante, digno de ser vivido. Implica acompañar con perseverancia a quienes participan —con nuestra confiada oración y con nuestra acción eficaz— y ayudarlos a formarse integralmente en la fe —con una formación que abarca la mente, el corazón y la acción— para poder vivirla e irradiarla intensamente los demás.
b. El servicio de la caridad concreta y eficaz[20]
Este servicio va en paralelo con el servicio evangelizador y busca ayudar a satisfacer el “hambre de pan” —y todo lo que ello implica: salud, educación, vivienda, etc[21].— de tantos hermanos necesitados. Ciertamente, la dura situación de pobreza —material, moral y espiritual— en la que viven muchos hermanos nuestros, hace que el anuncio de la Buena Nueva vaya acompañado de aquellas ineludibles consecuencias sociales por las que —mediante diversas iniciativas de solidaridad— buscamos el modo de saciar conjuntamente el “hambre de pan” que difícilmente puede esperar[22].
Como emevecistas hacemos concreto nuestro amor a los más necesitados a través de nuestra solidaridad con aquellos humanos necesitados que Dios ponga en nuestro camino y en las diversas asociaciones en las que brindamos nuestros servicios, de acuerdo al lugar donde nos encontramos: Solidaridad en Marcha, Navidad es Jesús, entre muchos otros.
5. Conclusión
“Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación”[23].
Nuestra tarea en la gesta de la nueva evangelización, a la que nos convoca la Iglesia, no puede dejar de considerar que nuestra cooperación con Santa María, consiste en acoger y anunciar el don que ella nos trae: la reconciliación con el Padre.
Para ser apóstoles de la reconciliación es necesario recurrir constantemente a ella, pidiéndole que nos alcance de su Hijo la gracia de ser disponibles al apostolado como Ella lo fue. Para ello es muy importante desarrollar en nosotros una sólida piedad filial, una sintonía con Aquella que libremente cooperó con el designio divino.
«‘Vayan’, salgan de ustedes mismos, y lleven la luz y el amor a las periferias de la existencia, a los más alejados, a los olvidados, a quienes necesitan comprensión, consuelo, ayuda”.
Papa Francisco, JMJ Rio 2013
Transmitamos el Evangelio a muchos para que a su vez sean capaces ellos mismos de transmitir la buena nueva de la Reconciliación. Así el radio de difusión y de influencia del Evangelio se irá ampliando cada vez más, llegando de este modo a más personas, que cooperarán para transformar las estructuras sociales, y así colaboraremos en la construcción de la tan anhelada civilización del amor.
“Los miembros del MVC encontramos que nuestro gozo y plenitud está en anunciar a Jesucristo”[24].
¿Cómo vivo esto?
“Os aliento a preparar vuestros corazones para recibir la misericordia de Dios y favorecer un espíritu de vida cristiana coherente y profunda en vuestros ambientes y actividades apostólicas. Haced que en la formación de la juventud el espíritu de iniciativa se aúne con la fidelidad al Evangelio, que la cultura se abra al sentido de la trascendencia y la pobreza, en todas sus manifestaciones, reciba de la caridad y solidaridad efectiva un rayo de esperanza.
De este modo, seréis verdaderos artesanos de reconciliación en el mundo actual.”[25].
Preguntas para el diálogo
• ¿Descubres en tu interior el llamado de Dios que te invita a ser apóstol
de la reconciliación?
• ¿Respondes al llamado del Señor de anunciarlo a tiempo y a destiempo?
¿Cómo?
• ¿Cómo vives nuestro lema: Instaurarlo todo en Cristo bajo la guía de María?
• ¿Qué significa para ti y como vives tu disponibilidad apostólica?
¿Qué haré para cooperar con la gracia?
Acciones personales
• Ponte medios concretos para crecer en tu piedad filial a María. Con ello podrás colaborar eficazmente en su misión evangelizadora.
• Piensa de acuerdo con tus dones y talentos en qué proyecto del MVC puedes participar, aportando así a la misión evangelizadora de la Iglesia.
• Visita al Santísimo y pídele crecer en tu disponibilidad apostólica.
Acciones Comunitarias
• Organicen en su reunión de grupo una exposición de los proyectos apostólicos que cada uno asume en el momento.
• Organicen una actividad apostólica con su agrupación. Puede ser por ejemplo: un video-forum, un trabajo social, etc.
• Recen juntos un rosario pidiéndole a la Madre que fructifique sus obras apostólicas
Recemos en Comunidad
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lector 1:
El Señor, en el momento de su ascensión a los cielos, al despedirse de sus apóstoles, les dijo:“Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo estoy con vosotros, hasta el fin del mundo”[26].
Lector 2:
Santa María, Madre de los Apóstoles, te pedimos que intercedas por nosotros, para que siguiendo tu ejemplo de ardor por anunciar al Señor, podamos también nosotros ser valientes y constantes en nuestro apostolado.
Monitor:
Dispuestos a llevar la alegría de la Reconciliación a los demás, terminamos nuestra oración cantando “Apóstol del Señor”.
Todos:
SOY UN APÓSTOL, SOY DEL SEÑOR,
ÉL ME LLAMÓ PARA ESTA MISIÓN,
VOY ANUNCIANDO LA SALVACIÓN,
MARÍA GUÍA MI CAMINAR.
SOY MENSAJERO DE SU AMOR,
A TODOS QUIERO IR A BUSCAR,
TOCO A LA PUERTA DEL CORAZÓN
LLEVANDO LA RECONCILIACIÓN.
1. Yo nací para vivir así,
día y noche voy hasta el fin
y mi rostro el fuerte sol quemó,
mi cabeza la lluvia mojó,
un fuego arde en mi corazón.
2. Yo nací para vivir así,
peregrino por todo lugar
y no temo la vida arriesgar
pues mi hermano se aleja de Dios
y va muriendo aunque que crea que no.
3. Yo nací para vivir así,
pregonando a todos la verdad,
la palabra del Señor que es
una espada que alcanzará
el corazón y lo transformará.
4. Yo nací para vivir así,
cual profeta que denuncia el mal,
la injusticia y la explotación
y que anuncia el triunfo del Amor,
que reconcilia y trae la salvación.
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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NOTAS
1. Mt 28, 19-20.
2. Mt 28, 19.
3. Ver Rm 5, 5.
4. Ver 1Jn 3, 18; 4, 20-21.
5. Ver Lc 6, 44-45.
6. Mt 12, 34.
7. Ver Flp 1, 21.
8. Ver 1Cor 13, 1.
9. San Pio X, Carta, 11-06-1909.
10. Jn 19, 26-27.
11. Pío XII, Exhortación, Por un mundo mejor, 10/2/1952, n. 4.
12. 2Cor 5, 14.
13. 1Cor 9, 16.
14. Flp 1, 21.
15. Gál 2, 20.
16. www.caminohaciadios.com/chd/172.html.
17. Jn 15, 5.
18. 1Cor 9, 16.
19. Mc 16, 15.
20. Ver Gál 5, 6.
21. Ver Pablo VI, Populorum Progressio, 20.
22. Ver Stgo 2, 15-17.
23. 2Cor 5, 20.
24. Movimiento de Vida Cristiana, ¿Qué es?, Fondo Editorial, Lima, 1998, p. 28.
25. Audiencia de San Juan Pablo II a los miembros del MVC reunidos con ocasión de su I Asamblea Plenaria, Vaticano, 6 de Diciembre de 1999.
26. Mt 28, 18-20.