T: DIOS SE REVELA VERDADERA Y EFICAZMENTE AL HOMBRE
Miramos la realidad
En la actualidad numerosas personas se preguntan si es demostrable que Dios se haya revelado, que eso ha tenido lugar en el cristianismo, primero en el pueblo judío y después en la Iglesia de Cristo y además si ¿es posible para la razón aceptarlo?
En muchos casos el hombre de hoy, que ha aceptado los parámetros del positivismo y del relativismo científico, se pregunta con «coherencia» si el cristianismo puede pretender seguir afirmando hoy que solo en Cristo se posee la Verdad completa.
Por otro lado, desde algunas perspectivas filosóficas y maneras de vivir hodiernas, muchas veces plagadas de concepciones incompatibles con la Revelación Divina (ateísmos, agnosticismos, panteísmos, deísmos), se presentan visiones empobrecidas de Dios. Un dios cínico, «relojero del universo», que no se ocupa de su creación, sino que ha creado el mundo y lo ha dejado a su curso, y se goza al ver cómo sufre y se destruye su criatura sin querer mostrarse a él mismo, ni la verdad de las cosas; o un dios ineficaz que existe, pero que su obra está errada e inconclusa y, por lo tanto, el hombre está imposibilitado de encontrar la Verdad y el Bien absolutos para ser feliz; o un dios incomunicado e impotente que por ineptitud no tiene el poder de darse a conocer ni de intervenir en la historia y existe lejos del hombre que lo desea.
Por todo esto, cabe preguntarse y buscar respuestas consistentes a las siguientes preguntas:
¿Se ha revelado verdadera y eficazmente Dios al hombre?
¿Lo podemos llegar a conocer con certeza?
¿Interviene en la historia providentemente?
Iluminamos al mundo con la fe
1. La Revelación
«Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana»[1].«Revelar» proviene de la palabra latina revelatio, que se traduce al griego como apocalipsis y significa desvelar, quitar el velo, manifestar algo de orden religioso.
«Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo —no sólo algo de sí, sino a sí mismo— y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo»[2].
Como se ha dicho antes (en el primer nivel del programa), Dios se ha dado a conocer de dos modos: la Revelación natural, a través de la persona humana y del mundo material, entendiéndola como una revelación en un sentido impropio y la Revelación sobrenatural, en la que, yendo más allá de la capacidad natural de la razón humana, Dios habla al hombre, directa y expresamente, para entrar en diálogo y comunión personal con él.
Así, ninguna revelación es concebible sino hablamos de un Dios distinto al mundo y al hombre mismo; un Dios trascendente que sale, Él primero, al encuentro del ser humano. Desde el punto en que la filosofía no puede decir nada más sobre los interrogantes últimos del hombre —el dolor, la muerte, la condición humana, entre otras— se hace absolutamente necesaria la llamada a la intervención divina, real y efectiva, que nos presenta la fe.
«Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios»[3].
a. Etapas de la Revelación Divina
a1. Revelación primera u originaria
Dios se reveló desde el principio a nuestros primeros padres, Adán y Eva. Después de su caída original alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, el proto- Evangelio, la primera promesa: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, Él te pisará la cabeza, mientras tú acechas su calcañar»[4].
Expulsados del paraíso, Dios emprende con el hombre y la mujer, un camino histórico y pedagógico, conduciéndolos
hacia la salvación plena en Cristo, el Mesías:
• Establece una alianza con Noé[5], rescatando a los hombres de la perversión con el diluvio universal que se abatió sobre ellos.
• A pesar del diluvio, el hombre no permanece fiel y cae en idolatría, por lo que Dios decide tomar a su cargo un pueblo para gobernarlo con especial
providencia.
a2. Revelación al pueblo de Israel
«El designio divino de la Revelación se realiza a la vez “mediante acciones y palabras”, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. Este designio comporta una “pedagogía divina” particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo»[6].
Esto lo vemos en la historia del pueblo de Israel. Dios establece una alianza con Abraham (s. XX – XIX a.C.), hombre virtuoso de Caldea a quien le ordena que salga de su tierra y pase a la tierra de Canaán (Palestina), le promete que sería la cabeza de un gran pueblo[7], Israel, del que nacería el Mesías.
«El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección[8], llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia[9]; ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes[10]»[11].
a3. Revelación definitiva: El Señor Jesús mediador y plenitud de la Revelación
En un contexto histórico particular, un mundo helenizado y en cierta medida “unificado” por el imperio romano, después de un largo proceso pedagógico y paciente de Dios con el hombre, Él decide cumplir la Promesa y envía a su único Hijo para liberación de muchos en Israel y para la redención del mundo entero.
Jesucristo se convierte en la Palabra definitiva del Padre a los hombres, en la Revelación definitiva, la nueva Alianza. Por lo tanto no cabe esperar otra revelación pública de Dios antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo al final de los tiempos. Y en Él se encuentra la mediación perfecta para con Dios.
En dicha Revelación plena hay que considerar los siguientes aspectos generales:
• Termina con la muerte del último apóstol (Juan).
• En la Iglesia se comprende gradualmente su contenido en el transcurso de los siglos.
• Es completamente necesaria para conocer y comprender las verdades sobrenaturales (Ej: Trinidad, redención, encarnación del verbo).
• Sin ella el hombre no podría conocer el último fin sobrenatural (gozar de la misma vida divina, conociendo y amando a Dios toda la eternidad) ni los medios que conducen a ese fin (Fe y gracia santificante).
• Contiene Misterios, que son las verdades reveladas que pertenecen al orden sobrenatural y que superan la capacidad del entendimiento del hombre (Ej: verdades referentes a la Santísima Trinidad, la Encarnación, la Inmaculada Concepción de la Virgen, la Concepción virginal de Cristo, la Redención por la Cruz, etc).
«“Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo”[12]. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta»[13].
b. Dimensión personal de la Revelación
Dios vino para ayudar al hombre y mostrarle, no un camino, sino el «Camino» para llegar plenamente a Él. Este camino no es un conjunto de normas y preceptos para cumplir, tampoco es la realización de la experiencia histórica del pueblo de Israel; todo ello, desemboca en una persona: Jesucristo, palabra personal, única y absoluta de Dios.
«El mismo Jesucristo —verlo a él es ver al Padre[14]— con su presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos y, finalmente, al enviar el Espíritu de Verdad, completa totalmente y confirma con el testimonio divino, la revelación de que Dios vive con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna»[15].
El hombre de todos los tiempos ha aspirado a un Absoluto personal y aunque filosóficamente descubre que eso es inalcanzable para la razón y las fuerzas humanas, por la fe evidencia que ese don viene gratuitamente «desde arriba», convirtiendo la mediación de Dios en la salvación para el hombre.
En el Señor Jesús tenemos que es Dios mismo quien se hizo hombre —el Camino, la Verdad y la Vida— para ser respuesta definitiva para la persona humana de todos los tiempos.
El cristianismo, entonces, muestra a ese Dios que se ha revelado como persona. Como comunidad y amor interpersonal (Santísima Trinidad), no como fruto de la acción o disquisición humana, sino por la intervención amorosa de Dios que se ha dado a conocer a sí mismo en la historia.
«El cristianismo es una verdad definitiva, donde definitiva significa justamente eso; que es el acceso divino a Dios»[16].
2. La Transmisión de la Revelación
Si Dios es Dios, el único Dios verdadero, se tiene que poder comunicar con el hombre y tiene que querer hacerlo.
¿Será posible entonces, que el hombre, teniendo la conciencia de ser lo más grande y, por qué no decir, perfecto, en relación con los demás seres del universo material conocido, no pueda tener acceso a los fundamentos de su existencia? ¿Es sensato pensar que el hombre, siendo racional y libre, no pueda reconocer esta Revelación Divina para darle un sentido y respuesta a su ser? Y en consecuencia, si encuentra la Verdad, ¿no sería lógico que quiera y deba transmitirla?
El hombre, siendo imagen y semejanza de su Creador, tiene que ser capaz de reconocer esta Revelación y lo puede hacer con la más segura de las confianzas, porque Dios no se engaña ni engaña al ser humano, Él nunca se contradice a sí mismo. A su vez la inteligencia humana pide comprobaciones, siempre que sean posibles, «motivos de credibilidad», que le hagan razonable creer que realmente Dios existe y se ha revelado. Por lo tanto, la Iglesia tiene la responsabilidad de ayudar a los creyentes a dar razón de su esperanza y permitir que se compruebe la solidez de las enseñanzas que ha recibido —como lo hizo Lucas con Teófilo—. Esto no quiere decir que se pretenda hacer demostrable la fe, sino que se debe buscar hacer razonable la entrega de la inteligencia y la voluntad al don de la fe, dada gratuita y amorosamente por Dios.
«En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de “salida” que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva[17]. Moisés escuchó el llamado de Dios: “Ve, yo te envío”[18], e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa[19]. A Jeremías le dijo: “Adonde quiera que yo te envíe irás”[20]. Hoy, en este “id” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera»[21].
«Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de La Verdad»[22], es decir, al conocimiento de Cristo. Es preciso que la Revelación Divina llegue hasta los confines del mundo.
«Dios dispuso benignamente que cuanto Él había revelado para la salvación de todos los hombres permaneciera siempre íntegro y se transmitiese a todas las generaciones. Por eso, Cristo… ordenó a los apóstoles que, para comunicar a los hombres los dones divinos, predicaran todos el Evangelio… Para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los apóstoles dejaron a los obispos como sucesores suyos, entregándoles su propio cargo de magisterio»[23].
¿Cómo llega a nosotros la Revelación Divina?
• Es transmitida mediante la Iglesia…
• A través de la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura…
• Explicada por su intérprete auténtico que es el Magisterio de la Iglesia…
• Con el fin de conservarla siempre viva y completa.
Con esto vemos que están estrechamente vinculados: la Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio.
a. La Tradición
La Sagrada Tradición es la transmisión oral de la verdad revelada que, a partir de lo dicho y obrado por Jesús, iniciaron los apóstoles y que perdura ininterrumpidamente en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo.
Los apóstoles transmitieron el Evangelio por medio de la predicación, del ejemplo de sus vidas, de la administración de sacramentos, por la creación de instituciones para la ordenación del culto y de la vida moral de los cristianos.
La fe cristiana no es una «religión de libro», sino la religión de la Palabra de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros. Es reductivo aproximarse a la «sola escritura»[24] como fuente de la revelación, rechazando la existencia de la tradición oral de la cual la misma Biblia se originó. La propia Escritura afirma que existen verdades doctrinarias enseñadas por Cristo que deben transmitirse de generación y generación[25]. Este depósito oral es una realidad viva y operante que hace que la Iglesia pueda transmitir lo que es y lo que cree.
¿Qué instrumentos han conservado la Tradición de la Iglesia?:• Las profesiones de fe o símbolos de la fe católica (“El Credo”).• Decisiones infalibles de Papas y Concilios.
• Los catecismos.
• La liturgia.
• Los escritos de Padres de la Iglesia[26] y de diversos autores de la época patrística.
• La vida de la Iglesia.
• Los monumentos arqueológicos.
Gracias a la Tradición apostólica, la Iglesia conoce con seguridad, por ejemplo, el «Canon» de los Libros Sagrados[27] y los criterios para interpretar con certeza el mensaje cristiano.
b. La Sagrada Escritura
«La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo»[28] y confiada a la Iglesia[29], cuyos textos han sido redactados por hombres elegidos por Dios para que pusieran por escrito todo y solo lo que Dios quería dar a conocer para la salvación de los hombres[30].
Siendo Dios el autor principal de la Sagrada Escritura, los hagiógrafos ejercitan todas sus facultades y talentos personales, los cuales quedaron reflejados en sus escritos, es así que se los considera también verdaderos autores.
Por lo tanto, para la profundización de la Sagrada Escritura es recomen-dable analizar las condiciones de su tiempo y cultura, los géneros literarios en los que escribieron, y las maneras de sentir, de hablar y narrar del autor y de la época.
El católico se aproxima a la Escritura en la Tradición viva de toda la Iglesia y entiende su contenido en una unidad, atendiendo a la «analogía de la fe», es decir, a la cohesión de las verdades entre sí y en el proyecto total de la Revelación.
Considerando que Dios mismo es el autor, no puede enseñar positivamente ningún error; por lo tanto, cualquier contradicción frente a las ciencias naturales, historia o cualquier rama del saber profano o teológico es aparente. Por ejemplo, el relato del pecado original no tiene que entenderse como una narración histórica (en el sentido moderno, casi fotográfico), sino como una plasmación poético-dramática de un proceso espiritual real e histórico.
La Biblia contiene una sola Revelación, cuyo mensaje de Dios está distribuido en 73 unidades literarias o libros sagrados y canónicos que se dividen en dos «Testamentos», Alianzas o Pactos (46 en el Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento).
La Biblia contiene una sola Revelación.
El Antiguo Testamento relata una alianza no definitiva y anuncia otra nueva y eterna. Además, proclama la alianza que Dios estableció con Abraham y su descendencia (el pueblo de Israel) y se refiere a las infidelidades que ocurrieron en el pueblo elegido y las intervenciones salvíficas de Dios.
Los libros del Antiguo Testamento se los puede dividir de la siguiente manera:
• Libros históricos: describen acontecimientos salvadores que realizó Dios en favor de Israel. Son los siguientes: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio (estos cinco son el Pentateuco), Josué, Jueces, Rut, Samuel (I y II), Reyes (I y II), Crónicas (I y II), Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester y Macabeos (I y II).
• Libros proféticos: escritos de los profetas o mensajeros que envió Dios a Israel para transmitir su voluntad, inducirlo a ser fiel a su Alianza y preparar la venida de Jesucristo. Son los siguientes: Isaías, Jeremías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.
• Libros sapienciales: escritos de los sabios y poetas religiosos, que ofrecían al pueblo normas de vida acordes con la santidad del Dios que lo había elegido. Contienen también salmos, poemas y reflexiones teológicas. Son los siguientes: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés (Qohelet), Cantar de los Cantares, Sabiduría y Eclesiástico (Sirácida).
El Nuevo Testamento hace referencia a la nueva y definitiva alianza de Dios, al designio final de Dios que reconcilia consigo a toda la humanidad. Es realizada con Cristo y sellada con su sangre.
Los libros del Nuevo Testamento se dividen en:
• Los cuatro Evangelios: se centran en Jesús: su misión, muerte y resurrección (Mateo, Marcos, Lucas y Juan).
• Los hechos de los apóstoles: sucesos más memorables en los primeros años de la Iglesia.
• Las cartas de San Pablo: a los Romanos, Corintios (I y II), Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses (I y II); a Timoteo (i y II), Tito y Filemón.
• Cartas de otros apóstoles: a los Hebreos; y de Santiago, Pedro (I y II), Juan (I, II y III) y San Judas.
• El Apocalipsis: libro que alienta a los cristianos perseguidos con la esperanza de la victoria de Cristo y de su Iglesia sobre los poderes del mal.
c. Magisterio de la iglesia
El depósito sagrado de la fe (depositum fidei) es el contenido de la Revelación en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura que fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia.
Por lo tanto, se denomina Magisterio al oficio de enseñar el Evangelio y de interpretar auténticamente la Revelación. Este oficio fue confiado por Cristo a los apóstoles, a quienes ofreció la asistencia del Espíritu Santo, y se conserva en los Pastores de la Iglesia, los sucesores de los apóstoles (el Papa y los Obispos). Su misión es evitar que se introduzcan falsedades en la comunicación de la fe.
El Magisterio de la Iglesia, estando al servicio de la Palabra de Dios, ejerce plenamente la autoridad que le viene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario[31]. Así, los dogmas van iluminando el camino de nuestra fe y le dan seguridad de una vida recta.
«La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas»[32].
3. Conclusión
Un dios cínico, ineficaz, incomunicado o impotente se contradice absolutamente con el ser de Dios, de ese Dios que por definición es Verdadero, Bueno y Bello, y que se acerca hasta el extremo a su criatura, de manera providente, responsable y comprometida.
Muchos podrían decir que la Revelación, no es sino la excusa —«invento»— del hombre, del cristiano, para anestesiarse frente al sin fin de preguntas que no se puede responder por sí mismo. Pero, ¿no será mejor decir que el hombre, por su limitación, que Dios bien conoce, ha sido encontrado «desde lo alto», y elevado a la comprensión de sí mismo y de su fundamento, haciendo real y concreta la promesa de una vida feliz y eterna?
«¡Oh Verdad! En todas partes tú estás al alcance de los que te consultan, y respondes a un mismo tiempo a todos los que te preguntan, aunque sean cosas diversas. Claramente tú respondes, pero no todos oyen claramente. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo siervo tuyo es quien no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti oyere»[33].
Interiorizamos
¿Cómo vivo esto?
«Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo —no sólo algo de sí, sino a sí mismo— y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina[34]. Dios no sólo dice algo, sino que se comunica, nos atrae en la naturaleza divina de tal modo que quedamos implicados en ella, divinizados. Dios revela su gran designio de amor entrando en relación con el hombre, acercándose a él hasta el punto de hacerse, Él mismo, hombre. Continúa el Concilio: Dios invisible movido de amor, habla a los hombres como amigos[35], trata con ellos[36] para invitarlos y recibirlos en su compañía. El hombre, sólo con su inteligencia y sus capacidades, no habría podido alcanzar esta revelación tan luminosa del amor de Dios. Es Dios quien ha abierto su Cielo y se abajó para guiar al hombre al abismo de su amor»[37].
Preguntas para el diálogo
• ¿Qué necesita el hombre de hoy, para reconocer que sólo con su inteligencia y sus capacidades, no habría podido alcanzar las verdades fundamentales de su vida y la del mundo?
• ¿Son conscientes de que Dios se comunica con nosotros de manera personal? ¿Buscan entrar en relación con Él para escucharlo?
• ¿Qué pensamientos les suscita que Dios se haya revelado al hombre?
Vivamos nuestra fe
¿Qué haré para cooperar con la gracia?
Acciones personales
• Pídele al Señor en tu oración que te ayude a acercarte con humildad a luz de la verdad, que nos da en su Revelación.
• Medita en esta frase de San Agustín: “No se accede a la verdad sino a través del amor”.
• Ponte como medio concreto para conocer más la verdad revelada por Dios, estudiar los temas de este Manual y/o algún tema del Catecismo u otro texto del Magisterio de la Iglesia, por lo menos una hora a la semana.
• Lee el texto del Anexo 1, y reflexiona en las preguntas propuestas.
Acciones comunitarias
• Hagan un plan grupal para leer los libros del Nuevo testamento.
• Vean la película «San Agustín» (Sant’ Agostino) y conversen sobre la búsqueda de la verdad que vive San Agustín.
• Hagan un fulbito intelectual, con los contenidos de este tema.
• Lean el texto de Anexo 2 y dialoguen sobre él.
Celebramos nuestra fe
Recemos en Comunidad
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Lector 1:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida»[38].
Monitor:
Señor Jesús, te pedimos que nos ayudes a encontrar la Verdad que nos muestras en tu vida y palabras, para que haciéndola nuestra alcancemos la santidad.
Lector 2:
«Que el Trono de la Sabiduría sea puerto seguro para quienes hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría. Que el camino hacia ella, último y auténtico fin de todo verdadero saber, se vea libre de cualquier obstáculo por la intercesión de Aquella que, engendrando la Verdad y conservándola en su corazón, la ha compartido con toda la humanidad para siempre»[39].
Monitor:
Miremos siempre a María y pidamos su intercesión para responder con fidelidad, como Ella, a aquel que es camino, verdad y vida: su Hijo Jesús.
Recemos juntos un Ave María.
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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ANEXOS
– Artículo: Descargar aquí
– Sobre las «biblias protestantes»: Descargar aquí
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NOTAS
1. Concilio Vaticano II, Constitución Dei verbum, 6.
2. Benedicto XVI, Audiencia general, Miércoles 5 de Diciembre De 2012.
3. Concilio Vaticano II, Constitución Dei verbum, 4.
4. Gn 3,15.
5. Ver Gn 10,20-31.
6. Catecismo de la Iglesia Católica, 53.
7. Gn 17,5.
8. Ver Rm 11,28.
9. Ver Jn 11,52; 10,16.
10. Ver Rm 11,17-18.24.
11. Catecismo de la Iglesia Católica, 60.
12. Hb 1,1-2.
13. Catecismo de la Iglesia Católica, 65.
14. Jn 14,9.
15. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 4.
16. Filósofo Xavier Zubiri (1898-1983).
17. Ver Gn 12,1-3.
18. Ex 3,10.
19. Ver Ex 3,17.
20. Jr 1,7.
21. Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 20.
22. 1Tim 2,4.
23. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 7.
24. Catecismo de la Iglesia Católica, 82.
25. Ver 2Tes 2,15; 1Cor 11,2; 2Tim 1,12-14; 1Tim 6,20.
26. Escritores cristianos de los primeros siglos de la era cristiana, distinguidos por su santidad y ortodoxia, que la Iglesia ha reconocido como tal.
27. Colección de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento que la Iglesia ha recibido como inspirados por Dios.
28. Catecismo de la Iglesia Católica, 81. (Inspiración: influencia inmediata, sobrenatural, carismática, ejercida por Dios sobre el escritor, que le impele a escribir lo que ha de ser consignado como Palabra de Dios, y a no escribir nada más que eso; asistiéndole además para que lo exprese de modo conveniente e infalible [Schmaus]).
29. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 81-82.
30. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 11.
31. Catecismo de la Iglesia Católica, 88.
32. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 10.
33. San Agustín.
34. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 2.
35. Ver Ex 33,11; Jn 15,14-15.
36. Ver Ba 3, 38.
37. Benedicto XVI, Audiencia general, Miércoles 5 de Diciembre De 2012.
38. Jn 14,6.
39. San Juan Pablo II, Encíclica Fides et Ratio, 108.