T. Moral: ¿Es importante para mi obrar en el bien?

Miramos la realidad

betania ayudando

“Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”[1].

Cuántas veces escuchamos cotidianamente “¡Está bien porque todo el mundo lo hace: es normal!”, “¡Yo pienso que esto es bueno, pero tú no!” o “Siento que está mal, pero no sé por qué” o “Lo que importa es que te sientas bien con lo que haces”.

¿Cómo podemos saber qué es bueno o malo? ¿Qué actitudes debemos tomar en las diferentes situaciones que vivimos?

Ante estas interrogantes, Juan Pablo II nos responde: “Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de Él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo”[2].

¿Quieres realmente seguir al Señor Jesús, obrando el bien?

Iluminamos al mundo con la fe

Con este tema vamos a profundizar en la moralidad de los actos humanos. Aquellos que libremente realizados tras un juicio de conciencia pueden ser calificados como moralmente buenos o malos[3].

1. Los principios básicos del recto obrar

La pregunta del recto obrar está relacionada con la identidad de la naturaleza humana, su origen y su destino. Esto es así porque, para saber qué hacer, en primer lugar, debemos tener claro quiénes somos.

Los principios básicos del recto obrar se encuentran inscritos en el corazón del hombre, en la ley natural y en su culminación, en la ley evangélica, que es el “mandamiento del amor”, revelado por el Señor Jesús.

a. La ley natural

Es el conjunto de juicios objetivos y universales que el ser humano formula a base del conocimiento de los dinamismos fundamentales de permanencia y despliegue[4] y el conocimiento de la naturaleza[5] de las cosas.

La ley natural está inscrita por Dios en el corazón de todo ser humano. Esta ley es conocida en la conciencia, sagrario del hombre donde se encuentra con Dios[6]. La ley natural “contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral”, es universal y objetiva, y se llama natural “no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana”[7].

“El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira:

‘La ley natural […] está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohíbe pecar. Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos’[8][9].

b. La ley antigua

Es la primera etapa de la ley revelada. Sus prescripciones morales se resumen en los diez mandamientos. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Dios las ha revelado porque los hombres no las leían en su corazón. La ley antigua es una preparación al Evangelio.

Corazon de Jesus( mosaico)

c. La ley evangélica

Es la revelación que nos trajo el Señor Jesús. Está sintetizada en el Sermón de la Montaña y perfecciona la ley natural. Es obra del Espíritu Santo, y por Él viene a ser la ley interior del amor[10]: “Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva […], pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”[11].

“Toda la ley evangélica está contenida en el mandamiento nuevo de Jesús[12]: amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado”[13][14]. Al centro del Evangelio se encuentra la persona misma del Señor Jesús, que se convierte así en la norma de toda vida humana, ya que en Él, Dios nos muestra en primera persona cómo se “obra bien”, cómo se llega a ser hombres y mujeres plenos.

Por esta Ley obramos por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor. Además, nos confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad; y nos conduce de la condición del siervo “que ignora lo que hace su señor” a la de amigo de Cristo[15] o a la condición de hijo heredero[16].

Muchas veces al estar heridos por el pecado, la ley natural inscrita en nuestro corazón no es entendida a cabalidad. Entonces en la luz del Evangelio encontramos el camino definitivo: “La Verdad os hará libres”[17].

d. El dinamismo de despliegue y el recto obrar

El ser humano tiene un dinamismo de despliegue, que es una fuerza ontológica que lo impulsa a la acción en el amor, siguiendo las coordenadas de la ley natural. Este dinamismo lo lleva a realizar acciones encaminadas al despliegue personal, al encuentro de comunión con los demás seres humanos y a usar la creación según la intención del creador.

La palabra moral viene del latin, mosmoris y significa “comportamiento”. La moral se refiere entonces a los actos humanos, estudia quién es y cómo debe obrar el hombre para encaminarse a su fin sobrenatural, es decir, a la bienaventuranza eterna, y a comportarse ya en este mundo como hijo de Dios[18].

2. La cuestión moral

La libertad hace del ser humano un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, padre de sus actos y si bien el cristianismo no se reduce a una moral, es decir, a unas normas de comportamiento para regir nuestra vida por caminos del bien, sí posee una dimensión ética[19] que le es propia y esencial. La fe en Cristo incluye la moral, ya que Jesús con sus palabras y con su vida enseña una praxis, un estilo de vida, una determinada manera de vivir y de obrar.

La enseñanza moral es parte de la Revelación. En muchos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento aparecen enseñanzas morales que señalan indicaciones concretas acerca del comportamiento que deben vivir aquellos que buscan seguir el Plan de Dios y responder a la auténtica orientación de la naturaleza humana.

a. La crisis moral

Al haberse alejado el ser humano de su fundamento, Dios, el mundo vive una profunda crisis moral y de valores; y con ello se juega la supervivencia de la humanidad.

La crisis consiste en que hoy se ha oscurecido la ley natural, y su valor objetivo y universal en la conciencia de los hombres.

Woman with Laptop and Cellphone in cafe

Hoy se han resquebrajado las antiguas certezas morales que sostenían las diversas culturas y todo se torna relativo. Antes, la gente sabía distinguir lo bueno de lo malo, antes la gente pecaba, pero podía reconocerlo.

 Según los pregoneros del relativismo, los criterios de moral no son objetivos, sino subjetivos, es decir: dependen de las personas. Esto significa que algo no es ni bueno ni malo, sino que está enteramente condicionado por las circunstancias de la vida y de cada individuo. Dado que vivimos en un mundo tan cambiante, ya no existiría ninguna verdad moral permanente. Lo único que queda es “crear” verdades, que suelen ser establecidas por el consenso de todos. Así, vemos cómo, a lo largo de las últimas décadas, los valores morales han cambiado radicalmente. Lo vemos en el caso del aborto, y de la homosexualidad, entre otras realidades, donde las personas han cedido a la idea de su intrínseca maldad.

La incoherencia entre la fe y la vida que ha existido siempre, y que manifiesta la condición caída de la naturaleza humana herida por el pecado, se traduce hoy, a nivel filosófico, en el escepticismo y agnosticismo. Estos conllevan a un creciente relativismo que lleva a que la mayoría de personas no tenga una noción clara y objetiva de la verdad. De esta manera, los valores éticos del bien, de la justicia, de la dignidad inalienable de la vida humana, etc. han perdido su valor real y su vigencia universal. Por consiguiente, la conciencia moral y el obrar de las personas pasa por una crisis ética.

“En algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad al extremo de considerarla algo absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas. Se han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el mal. Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia, se ha añadido indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de ‘acuerdo con uno mismo’, de tal forma que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral”[20].

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Hoy vemos cómo se han trastocado los valores, al punto de que la sociedad y los medios de comunicación enaltecen los vicios y deploran la virtud: se celebra la ira y la violencia, la lujuria, la codicia, la envidia, la vanidad, y la soberbia, etc., y se desacreditan y son objeto de burla, la castidad, honestidad, humildad, etc.

Cuántas veces los modelos actuales tienen más que moderna, una vida bastante autodestructiva. Hoy el individualismo, el liberalismo, el no tener parámetros, entre otras cosas, son consideradas virtudes: “Vales más si tienes más, si te vendes más, si dominas más”. Muchas veces, la mejor o la más aceptada del grupo no es quien vive las virtudes, sino al contrario. Por ejemplo, quien es infiel “no hace mal y la pasa bien”; no hace mal quien usa un billete sabiendo que es falso.

A esto debemos añadir la desproporción entre el inmenso desarrollo de la ciencia y la tecnología, y el inmenso retroceso en el campo moral y espiritual. Vamos construyendo un mundo aparentemente más desarrollado, pero que atenta contra la dignidad del hombreen otros aspectos.

                        Incluso se van estableciendo normas y leyes que no tienen a la ley natural como sustento.

derecho a vivir

Por ejemplo, hoy se han planteado nuevos derechos para el ser humano. Entre otros, está el que le atribuye a la mujer el derecho de decidir sobre su cuerpo. Así, se permite el aborto y, sin importar el bien y la verdad, se acepta matar al ser humano que una mujer embarazada lleva en su vientre.

“Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus. Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud los atormenta y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presenta un desafío al hombre que le obliga a responder”[21].

3. El joven rico y la cuestión moral[22]

Cristo y el joven rico

Cristo y el joven rico – Heinrich Hofmann

La Iglesia, en su reflexión sobre la moral, siempre ha tenido presentes las palabras que Jesús dirigió al joven rico. En la Sagrada Escritura encontramos la fuente siempre viva y fecunda de la doctrina moral de la Iglesia, como ha recordado el concilio Vaticano II: “El Evangelio (es)… fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta”[23]. La Iglesia ha custodiado fielmente lo que la Palabra de Dios enseña no solo sobre las verdades de fe, sino también sobre el comportamiento moral, es decir, el comportamiento según el Plan de Dios.

En este pasaje, aparecen diversas afirmaciones que iluminan la reflexión moral:

“En esto se acercó uno y le dijo: ‘Maestro, ¿Qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?’ Él le dijo: ‘¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Más si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’‘¿Cuáles?’ – le dice él. Y Jesús dijo ‘No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Díjole el joven: ‘Todo eso lo he guardado, ¿Qué más me falta?’ Jesús le dijo: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme’. Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes”[24].

 

a. ¿Qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?

La pregunta sobre la vida eterna se refiere al fin último o a la felicidad: una felicidad en esta tierra y una felicidad eterna. El cuestionamiento acerca de la moral brota del anhelo de felicidad que tiene el corazón humano.

 Se trata de una pregunta existencial. No es un diálogo que pertenezca al pasado, sino que todos estamos implicados en él, porque todos anhelamos ser felices. Este anhelo es común a todo ser humano y es puesto por Dios en el corazón humano[25].

Es una pregunta moral por excelencia. El joven rico pregunta “¿Qué tengo que hacer?” Se cuestiona acerca del tema de la conducta, del comportamiento.

                         La pregunta plantea una relación íntima entre el bien moral de los actos y la vida eterna.

Hay en el joven rico una conciencia de que para ser feliz y alcanzar la vida eterna es necesario obrar de una determinada manera. A partir del buen o mal uso de la libertad, el ser humano puede ganar o frustrar su vida en este mundo y en la vida eterna.

Es una pregunta dirigida a Jesús: el joven rico intuye en su corazón que este Rabí, puede responder a sus interrogantes más profundos.

                         Cristo es la respuesta decisiva a los interrogantes religiosos y morales del ser humano[26].

b. ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno

                                     Detrás de toda pregunta moral, hay una pregunta religiosa.

La respuesta a la pregunta moral y existencial del hombre por la felicidad, solo puede encontrarse dirigiendo la mente y el corazón al único que es bueno.

La búsqueda del bien moral está inseparablemente unida con nuestra actitud hacia Dios. Solo Él es bueno sin límites. El Bien por excelencia es un ser personal y no simplemente un valor ético. Llegar a ser bueno, significa como horizonte definitivo llegar a ser semejante a Dios.

                                   El Bien por excelencia es un ser personal y no simplemente un valor ético.

c. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos

Todas las prescripciones morales están resumidas en los diez mandamientos, que prescriben lo que es esencial para ser feliz y llegar a la vida eterna y prohíben lo que atenta contra el amor a Dios y al prójimo.

Jesús destaca en este pasaje los mandamientos que se refieren a la relación con el prójimo. Quienes cumplen con los mandamientos están en camino hacia Dios, aún cuando todavía no lo hayan conocido.

                                Los mandamientos son una auto-revelación de Dios y un camino para cumplir su Plan.
 

d. Todo eso lo he guardado, ¿Qué más me falta?

El ser humano experimenta que no le basta obrar bien, es decir, no le basta con ser una persona ética y recta para ser feliz. En su interior hay un vacío, una insatisfacción, que expresa una profunda nostalgia de Dios. Esto sucede porque el hombre es un ser teologal.

Solo en Dios puede el ser humano saciar ese anhelo de felicidad y esa búsqueda de sentido para su vida, puesto que hemos sido creados a su Imagen y Semejanza: “Me hiciste para Ti, mi Dios, inquieto mi corazón, hasta que descanse en Ti”[27].

e. Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme

El Señor Jesús, conociendo el corazón del joven rico y viendo sus anhelos de vida eterna, le muestra aquello que lo ata: sus posesiones. Por eso le dice “Vende todo lo que tienes”.

Con esto nos muestra cómo el corazón del ser humano, lleno de anhelos de vida y de verdad, está herido por la concupiscencia que puede impedirle volar alto. También nos muestra el verdadero camino para lograrlo: dejar radicalmente todo aquello que nos aleja de Él.

A continuación, Jesús le hace una invitación diciéndole: “Luego, ven y sígueme”. Esto porque en el seguimiento a Cristo se realiza y perfecciona la plenitud de la ley moral delineada en los diez mandamientos. El seguimiento a Cristo es una invitación a la plenitud de la libertad y un camino para alcanzar la perfección de la caridad.

                                      La perfección moral solo puede alcanzarse en el seguimiento del Señor Jesús

f. Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.

El seguimiento del Señor Jesús que es el “cumplimiento” pleno de la ley moral solo puede lograrse con la ayuda de la gracia, como una participación en la bondad divina que se revela y se comunica en Él, el “Maestro Bueno”. El Espíritu Santo, es la fuerza moral de la nueva criatura.

                                      Solo en Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo se puede vivir la plenitud de la vida moral.

Todos anhelamos ser plenamente felices. No basta ser “buenos” y cumplir con normas de comportamiento correcto. Es clave ir más allá: nuestro corazón anhela llegar a grandes alturas y, en este camino, es María quien nos guía y nos ayuda a obtener la presencia del Espíritu.[28]

4. La moralidad de los actos humanos

 

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Por tanto, se entiende por acto humano todo acto libre del hombre, es decir, realizado libremente tras un juicio de conciencia. El acto humano es conocido como:

• Acto voluntario o deliberado

• Moral e imputable

Todo acto humano es calificable moralmente como un acto bueno o malo. Así, encontramos actos buenos o virtuosos, aquellos que responden a la ley moral y al Plan de Dios, como dar una limosna, ayudar al necesitado o perdonar al que nos ha ofendido; y actos malos o viciosos, aquellos que se apartan del recto orden moral y que desde la fe son llamados “pecaminosos”, como mentir, robar, matar, etc.

Para juzgar si un acto es bueno o malo debemos considerar tres elementos:

• El objeto o el acto en sí mismo: Responde a la pregunta ¿qué hago? Se refiere al acto mismo,es decir, al objeto intrínseco del acto. Por ejemplo: un asesinato, una calumnia, un robo, una mentira.

• El fin o la intención: Responde a la pregunta ¿para qué o por qué lo hago? Se refiere al fin que se busca o la intención de la persona. Por ejemplo: por dinero, para evitar males mayores, para vengarme, para servir.

• Las circunstancias: Responde a la pregunta ¿en qué circunstancias lo hago? Se refiere a la situación concreta de la persona, a las circunstancias que rodean el acto. Por ejemplo: si robo un dinero, cuánto robé, que necesidades tenía, cómo lo robé, cuándo.

a. Los actos buenos y los actos malos[29]

                           El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias.

a1. El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos —como el homicidio— que siempre son un error, porque comporta un desorden de la voluntad, o sea, un mal moral.

a2. Una finalidad mala corrompe la acción aunque su objeto sea naturalmente bueno (como orar y ayunar para ser visto por los hombres). Por otro lado, “No se puede justificar una acción mala por el hecho de que la intención sea buena”[30]. El fin no justifica los medios.

a3. Las circunstancias no determinan la maldad o bondad del acto, pero sí entran en consideración para su gravedad o atenuación.

Por tanto, es erróneo juzgar la moralidad de los actos humanos considerando solo la intención que los inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco.

Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien.

El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia.

El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia.

5. La conciencia moral[31]

La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto. Es el juicio particular respecto de la adecuación de un acto concreto respecto de la ley natural general.

Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral[32] le ordena, en el momento oportuno, a practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones concretas, aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas[33]. Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual a persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. La persona prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le habla.

Ante una decisión moral, la conciencia puede formar un juicio recto de acuerdo con la razón y la ley divina o, al contrario, un juicio erróneo que se aleja de ellas. La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia o formar juicios erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están siempre exentos de culpabilidad.

La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral.

La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral.

a. La formación de la conciencia moral[34]

Es muy importante formar nuestra conciencia moral y esclarecer nuestro juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero, que está en el Plan de Dios. La educación de la conciencia moral es indispensable ya que estamos heridos por el pecado y sometidos a los criterios del mundo que nos inducen a preferir nuestro propio juicio.

En la formación de la conciencia moral, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”[35]. Es preciso que nos adhiramos a ella en la oración, en el estudio y reflexión de la fe; y que la pongamos en práctica, mediante la vivencia de la virtud[36]. Es preciso también que examinemos nuestra conciencia frecuentemente, confrontándonos con la persona del Señor Jesús quien “muestra al hombre su propio ser”[37].

La educación de la conciencia moral es una tarea de toda la vida que garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.

La educación de la conciencia moral es una tarea de toda la vida que garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.

Además, debemos recordar que estamos asistidas por los dones del Espíritu Santo, ayudadas por el testimonio o los consejos de otros hermanos en la fe y guiadas por la enseñanza autorizada de la Iglesia[38].

                         “…lo vivido ha de estar subordinado a la virtud, so pena de no haber sido plenamente vivido”[39].

Hay que recordar siempre que “Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad”[40].

 

6. Solo en el Señor Jesús, el ser humano puede vivir una vida moral plena

El Señor Jesús vino al mundo para salvarnos del pecado y reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos, con los demás, y con toda la creación. Solo con su ayuda podemos vivir una vida moral plena. La plenitud de la vida moral es la santidad que consiste en la conformación con Él, viviendo así la perfección de la caridad, resumen de toda la ley moral.

Cristo le muestra al hombre cómo ser hombre pleno[41], ser feliz en esta vida y alcanzar la vida eterna, el fin último para el que ha sido creado. Estamos llamadas a cooperar con la gracia, esforzándonos por conformarnos con Él, viviendo la virtud, como una disposición habitual y firme de la voluntad a hacer el bien, para alcanzar esta felicidad.

 Hemos sido creadas por el Amor y para el Amor. En nuestro corazón Dios ha depositado su voz, que clama interiormente en nuestras conciencias exhortándonos a una vida santa, cumpliendo con fidelidad su Plan de salvación. Es importante que luchemos día a día, cooperando activamente con la gracia de Dios para que sea el Amor llevado hasta la cruz el que guíe cada uno de nuestros pasos. Solo así podremos forjar un mundo reconciliado.

La plenitud de la vida moral es la santidad que consiste en vivir la perfección de la caridad, resumen de toda la ley moral.

Interiorizamos

¿Cómo vivo esto?

“Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”. Jn 8,12.

“Yo soy la luz del mundo; el que me siga
no caminará en la oscuridad, sino que
tendrá la luz de la vida”.
Jn 8,12.

El Señor Jesús nos llama a ser plenamente felices, y nos da toda la gracia necesaria para poder lograrlo, buscando cumplir su Plan día a día. Pero es muy importante abrirnos a la luz de la Verdad que siendo Él mismo, ilumina las tinieblas de nuestro interior para ver con claridad. Cristo nos ha revelado la verdad sobre el bien del hombre y la verdad que nos hace libres[42]. Nuestra santidad consiste en vivir coherentemente según la verdad revelada. A partir de esta base firme, se establece la relación entre la libertad y la ley, entre la conciencia y la verdad, y entre la elección fundamental y los comportamientos concretos.

Es muy importante que formemos nuestra conciencia para que nuestros actos sean coherentes con nuestra opción de seguir radicalmente al Señor Jesús, buscando en todo momento pensar, sentir y actuar como Él.

Preguntas para el diálogo

• ¿Qué relación existe entre el cumplimiento del Plan de Dios y nuestra felicidad?

• ¿Qué consecuencias trae a la vida del ser humano el “no vivir coherentemente según la verdad revelada”?

• ¿Por qué es importante formar nuestra conciencia, con la Verdad que nos trae el Señor Jesús?

• ¿Qué medios concretos crees son importantes para abrirnos a la luz de la Verdad del Señor Jesús, que ilumina las tinieblas de nuestro interior y nos permite ver la realidad con claridad?

• ¿Cómo le explicas a alguien la diferencia entre “sentirse bien” y realmente “estar bien”?

Vivamos nuestra fe

betania

¿Qué haré para cooperar con la gracia?

Acciones personales

• Medita el texto del joven rico y, a la luz del tema reflexionado, responde ¿Qué conclusiones sacas para tu vida?

• ¿Hay alguna cosa o realidad que antes veías buena y al ir avanzando en tu vida cristiana ahora comprendes que no es así? ¿Hay otras cosas que todavía necesitas clarificar?

• Es muy importante formarnos en la mente para tener claros los criterios de fondo y discernir el Plan de Dios en las circunstancias concretas de nuestra vida. ¿Le dedicas tiempo a tu formación? Si aún no lo haces, proponte empezar esta semana.

• Visita al Santísimo para encontrarte personalmente con el Señor Jesús y pídele que te ayude a conformarte con Él.

• Lee el libro “María paradigma de unidad”.

Acciones Comunitarias

• Lean los numerales del 1776 al 1802 del Catecismo de la Iglesia Católica, que hablan sobre la conciencia moral y dialoguen en grupo.

• Vean la película “San Agustín” (Sant’ Agostino), y analícenla.

• Lean el texto del libro “El arte de vivir” de Dietrich y Alice von Hildebrand, que se encuentra en el Anexo de este tema y respondan a las preguntas.

• Vean la película “Gravedad” (Gravity) y comenten en el grupo sobre las consecuencias de las decisiones personales y el valor de la vida humana.

• “El amor se hace concreto en el servicio”. Organiza con tu grupo una visita solidaria en algún proyecto del MVC en la ciudad donde vives.

Celebramos nuestra fe

Recemos en comunidad

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Todas:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Monitora:

Te damos gracias, Señor, por este espacio de formación y crecimiento en la fe. Sabemos bien que el ideal que nos presentas de ser santas es inmenso y que implica opciones concretas por acoger tu Palabra y vivirla en las circunstancias concretas de nuestra vida.

Lectora 1:

“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo”[43].

Monitora:

Acojamos las palabras del Señor que nos invitan a abrirle la puerta de nuestro corazón. Vivamos con Él, Él es la respuesta.

Cantamos juntas “Himno de todos los Santos”.

Todas:

1. Nacidos del amor para la vida,
vivieron de un amor nunca acabado;
se nutrieron del amor crucificado
en una carne débil no abatida.

2. Hirieron con la sangre de su herida
al animal salvaje del pecado,
floreció su bautismo en el Amado
con una santidad comprometida.

3. Hombres como nosotros,
compañeros del silencio extasiado
y de la lucha
en la fatiga de todos los senderos.

4. Danos, Padre, gozar
su compañía, ser testigos del cielo
aquí en la tierra
y como ellos vivir en armonía. Amén.

Monitora:

Pidámosle a Santa María, la Madre del Reconciliador, que nos acompañe en nuestro caminar, que nos eduque en su escuela de amor y nos enseñe a amar como el Señor Jesús.

 

Todas:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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ANEXOS

1. El Arte de vivir: descarga aquí

 

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NOTAS

1. Mt 5, 16.

2. Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor, 8.

3. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1749.

4. Dinamismos fundamentales: Ver Tema 5 ¿Quién soy?, del presente Manual de Formación.

5. Naturaleza se refiere a La esencia y propiedad característica de cada ser; la Virtud, calidad o propiedad de las cosas.

6. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Gaudiun et spes, 16.

7. Catecismo de la Iglesia Católica, 1955.

8. León XIII, Carta Encíclica Libertas praestantissimum, 6.

9. Catecismo de la Iglesia Católica, 1954.

10. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1965.

11. Hb 8, 8.10.

12. Ver Jn 13, 34.

13. Ver Jn 15, 12.

14. Catecismo de la Iglesia Católica, 1970.

15. Ver Jn 15, 15.

16. Ver Gal 4, 1-7; Rm 8, 15.

17. Jn 8, 32.

18. Ver Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor, 29.

19. La ética está en directa relación con el quehacer del ser humano al definir normas, expresar criterios de juicio o proporcionar motivos para la acción de la persona humana. Ver Karol Wojtyla, La moral y la ética, en Mi visión del hombre. Hacia una nueva ética, Palabra, Madrid 1997, pp. 25 y ss.

20. Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor, 32.

21. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 4.

22. Ver Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor, 1-27.

23. Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 7.

24. Mt 19, 16-22.

25. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1718.

26. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22.

27. San Agustín, Confesiones, I, 1, 1.

28. Ver Hch 1, 14.

29. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1755-1756

30. Santo Tomás de Aquino, In duo praecepta caritatis et in decem Legis praecepta expositio, 6.

31. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1776 - 1802.

32. Ver Rm 2, 14-16.

33. Ver Rm 1, 32.

34. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1783-1785.

35. Jn 8, 32.

36. La virtud es la respuesta de cooperación con la gracia que realiza el hombre para madurar en el camino de la fe. Es el esfuerzo del hombre por reunificar sus facultades, heridas por el pecado, y así cooperar con el Plan de Dios en su vida. La virtud permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino desplegar los propios dones para dar lo mejor de sí misma, procurando asemejarse en todo a Jesucristo y a su Santísima Madre, modelos de una vida virtuosa.

37. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22.

38. Ver Declaración del Concilio Vaticano II: Dignitates humanae, 14.

39. Karol Wojtyla, Amor y responsabilidad, Biblioteca Palabra, Madrid 2012, p. 51.

40. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 16.

41. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22.

42. Ver Jn 8, 32.

43. Ap 3, 20.

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