T. Moral Sexual: ¿Es posible amar y ser amado con un amor puro?

Miramos la realidad

“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”[1].

Somos testigos de que en la actualidad muchas personas privilegian el placer antes que el amor verdadero. Por este motivo, muchos enamorados, novios e incluso esposos terminan su relación cuando ésta les exige un compromiso; es decir, cuando ésta les pide sacrificarse por el bien del otro, amarlo de verdad. Por otro lado qué común es llamarle “hacer el amor” a casi cualquier acto sexual.

Existe una interpretación errónea del significado del verdadero amor y de la relación sexual como una expresión del amor. La relación sexual humana no es un acto simplemente físico o biológico, sino que enmarca todo el mundo psíquico y espiritual. Es una respuesta libre ante una llamada al amor que engendra vida y que supone donación, ternura, afecto y, sobre todo, compromiso y responsabilidad.

Partiendo del conocimiento de la propia realidad, del ser hombre o ser mujer, y de nuestra propia vocación de ser personas, convocadas por Dios para realizarnos en el amor; estamos llamados a tomar la decisión de vivir el amor según el Plan de Dios, aceptando el desafío de aprender a amar de verdad, y que lo lograremos esforzándonos por vivir la pureza de corazón.

“Alcanzando la pureza de corazón, un hombre es capaz de ver realmente la imagen de Dios en una mujer y una mujer realmente llega a ver la imagen de Dios en un hombre. Así redescubrimos cómo amarnos: como Dios nos ama” .[2].

¿Quieres que tu matrimonio responda
a los anhelos de tu corazón?

Iluminamos al mundo con la fe

1. El mundo donde vivimos

El mundo de hoy está muy erotizado, marcado por una cultura del sexo. No hay una cultura del amor sino del placer. Vamos a enumerar algunas situaciones que vemos con frecuencia:

• Vivimos “sumergidos” en un ambiente sensualizado y erotizado que vemos desde niños en carteles publicitarios; en la televisión (programas con animadoras o bailarinas en trajes diminutos); en las películas (las infaltables escenas eróticas); en la música sensual o explícitamente sexual (videoclips sensuales o eróticos); y en internet (con sus abundantes páginas pornográficas).

• Se difunde el amor sin compromiso, se acepta la infidelidad.

• Somos sometidos a un lavado de cerebro intenso: nos inducen a pensar que no podremos vivir sin mantener relaciones sexuales; nos imponen la idea de que es “normal” mantener relaciones antes del matrimonio; y que “masturbarse” es natural. Incluso, los “psicólogos”, los “gurús” modernos, lo recomiendan.

• Agendas de poderosas multinacionales pretenden imponernos su modo de pensar universalizando los famosos “derechos sexuales”, mediante la introducción del aborto como un derecho. Hay una poderosa fuerza económico-política que promueve ello. ¿Y nosotros? Somos cómplices cuando compartimos su opinión y creemos en su producto. A ellos no les interesa la persona, sino sus intereses ideológicos y económicos: la repartición de preservativos en universidades y colegios; la introducción de la píldora del día siguiente. Todas, facilidades que promueven cada vez más una temprana sexualidad.

• Existe presión social de los “amigos”: sobre la frecuencia y la creencia de que todo se vale en las relaciones maritales.

• Hay proliferación de bailes sensuales y eróticos.

• Existe un considerable aumento de la adicción a la pornografía -mal llamada “arte erótico”- Las redes sociales promueven la trivialización del concepto de intimidad y privacidad de la persona.

Todas estas situaciones junto con la inclinación natural del hombre al pecado explican que hoy el significado y el valor de la sexualidad humana se haya desvirtuado al punto de que no es vista como un medio para comunicar amor y transmitir vida, sino solo como un medio para obtener placer.

2. La sexualidad es parte de mi identidad y de mi vocación al amor

“La sexualidad humana es un Bien: parte del don que Dios vio que ‘era muy bueno’ cuando creó a la persona humana a su imagen y semejanza, ‘hombre y mujer los creó[3]’. En cuanto modalidad de relacionarse y abrirse a los otros, la sexualidad tiene como fin intrínseco el amor, más precisamente, el amor como donación y acogida, como dar y recibir. La relación entre un hombre y una mujer es esencialmente una relación de amor”[4].

El ser humano es una unidad y la sexualidad es parte de esa unidad, un elemento básico de la personalidad. Por ello, la sexualidad se entiende dentro de la vocación al amor de toda persona.

Como vemos, el fin esencial de la sexualidad es el amor, lo cual es muy distante de lo mencionado antes. Al hablar del amor es indispensable distinguir entre la genitalidad y la sexualidad. La genitalidad se refiere a la base biológica y reproductora del sexo, en concreto, a la relación genital entre un hombre y una mujer. El concepto de sexualidad tiene un contenido mucho más amplio que abarca la genitalidad o relación sexual. La genitalidad es una forma concreta de vivir la sexualidad, pero no la única ni la más frecuente y necesaria

a. Dios creó la persona humana como un ser sexuado

Dios creó a la persona como un ser sexuado: varón y mujer. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, manifestarse o comunicarse con otros; un modo de sentir, expresar y vivir el amor humano. La diferencia sexual se fundamenta en la misma naturaleza humana. El cuerpo humano tiene una doble manifestación, un doble código: el ser masculino y el ser femenino. Esta diferencia sexual es un dato biológico que afecta al ser humano en su unidad sustancial bio-psico-espiritual, y que se expresa en las características propias y el estilo de lo masculino o lo femenino.

a1. Complementariedad[5] de ambos sexos

El Libro del Génesis habla de la creación de modo sintético y con lenguaje poético y simbólico, pero profundamente verdadero:

“Creó pues al ser humano a Imagen suya, a Imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó”[6].

La Escritura misma da la interpretación de este dato: Dios ve que el hombre está solo[7], aun encontrándose rodeado de las innumerables criaturas del mundo visible e interviene para hacerlo salir de tal situación de soledad:

“No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”[8].

“No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” . En la creación de la mujer está inscrito pues, desde el inicio, el principio de la ayuda: ayuda no unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer:mujer y hombre son complementarios entre sí. La femineidad realiza lo “humano”, tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria.

“Cuando el Génesis habla de ‘ayuda’, no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no solo desde el punto de vista físico y psíquico, sino también ontológico[9]. Solo gracias a la dualidad de lo ‘masculino’ y de lo ‘femenino’ lo ‘humano’ se realiza plenamente”[10].

Hombre y mujer son distintos y complementarios[11].

Femineidad y masculinidad son dones complementarios, a consecuencia de los cuales la sexualidad humana integra la concreta capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y la mujer.

3. Las dimensiones del amor esponsal: total, fiel y exclusivo

El amor esponsal o conyugal es aquel que viven los llamados a la vida matrimonial.

“El sexo es una parte que, aunque importante, no es desde luego, la más importante del amor. En cambio el amor lo es todo. Amar es descubrir que la propia felicidad depende de que sea feliz la persona a la que se ama; subordinar la felicidad propia a la felicidad de la otra persona; o mejor, descubrir que la existencia de una y otra coexisten, necesitan y tienden una felicidad común. Pues como escribía Lewis (1991),sobre este particular, “el eros hace que un hombre desee realmente no una mujer, sino una mujer en particular. De forma misteriosa, pero indiscutible, el enamorado quiere a la amada en sí misma, no en el placer que pueda proporcionarle…´ ” .

“El sexo es una parte que, aunque importante, no es desde luego, la más importante del amor. En cambio el amor lo es todo. Amar es descubrir que la propia felicidad depende de que sea feliz la persona a la que se ama; subordinar la felicidad propia a la felicidad de la otra persona; o mejor, descubrir que la existencia de una y otra coexisten, necesitan y tienden una felicidad común. Pues como escribía Lewis (1991),sobre este particular, “el eros hace que un hombre desee realmente no una mujer, sino una mujer en particular. De forma misteriosa, pero indiscutible, el enamorado quiere a la amada en sí misma, no en el placer que pueda proporcionarle…´[12][13] .

A través de la alianza matrimonial, el hombre y la mujer se dan definitiva y totalmente el uno al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. Esta alianza contraída libremente exige conservarla una e indisoluble: “Lo que Dios unió […], no lo separe el hombre”[14].

Es así que la vivencia del misterio de la fidelidad, a este amor esponsal, expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada .[15]

“El matrimonio en la visión bíblica, no pertenece simplemente al orden de las instituciones humanas, sino que es expresión del designio creador de Dios a favor del hombre y de la mujer y, en resumidas cuentas de toda la humanidad. Y así es el anuncio de Jesús sobre el matrimonio: establece la unidad y la indisolubilidad original del matrimonio”[16].

“El matrimonio en la visión bíblica, no pertenece simplemente al orden de las instituciones humanas, sino que es expresión del designio creador de Dios a favor del hombre y de la mujer y, en resumidas cuentas de toda la humanidad. Y así es el anuncio de Jesús sobre el matrimonio: establece la unidad y la indisolubilidad original del matrimonio”[16].

Cuando el amor se vive en el matrimonio, comprende,vive la amistad y se plasma en la entrega total de un hombre y una mujer de acuerdo con su masculinidad y femineidad. A través del pacto conyugal,el hombre y la mujer fundan aquella comunión de personas:la familia, en la cual Dios ha querido que viniera concebida, naciera y se desarrollara la vida humana. A este amor conyugal, y solo a él, pertenece la donación sexual.

“Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad”[17].

La vivencia de este amor esponsal, total, fiel y exclusivo,supone un aprendizaje para el amor y la responsabilidad, en un mutuo conocimiento y en un ámbito de cariño, compromiso y entrega responsable. Esta educación es un proceso queimplica -para el hombre y la mujer que quieren casarse-, esfuerzo y tiempo para conocerse, comunicarse y comprenderse. Solo así es posible vivir cada etapa previa al matrimonio: amistad, enamoramiento y noviazgo, como momentos importantes para su crecimiento en un amor recíproco para toda la vida. Y para el hombre y la mujer que ya están casados implica esforzarse por mantener el compromiso y la entrega dada para toda la vida. Haciendo crecer el amor a través del diálogo, la comprensión mutua, el perdón, el servicio, la reconciliación y viviendo las virtudes necesarias para vivir castamente su relación conyugal.

4. La relación sexual humana

“Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen […] Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión”[19].

a. El amor como don de sí mismo

El ser humano, varón y mujer, es sin duda,“capaz de un tipo de amor superior: no el de concupiscencia, que solo ve objetos con los cuales satisfacer sus propios apetitos, sino el de amistad y entrega, capaz de conocer y amar a las personas por sí mismas. Un amor capaz de generosidad, a semejanza del amor de Dios: se ama al otro porque se le reconoce como digno de ser amado. Un amor que genera la comunión entre personas, ya que cada uno considera el bien del otro como propio” [18].

Es en el don de sí, hecho a quien se ama, que se descubre y se actualiza la propia bondad, mediante la comunión de personas y donde se aprende el valor de amar y ser amado.

Toda persona está llamada al amor, como ‘don de sí misma’. Esta capacidad de amar como ‘don de sí’ tiene una manifestación concreta a través del cuerpo humano, en el cual está inscrito la masculinidad y la feminidad de la persona. Es así que el cuerpo humano no solo es fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural, sino tiene ‘la capacidad de expresar el amor’. Precisamente ese amor con el que el hombre-persona se convierte en don y mediante el cual realiza el sentido mismo de su ser y existir[20]. Cuando dicho amor se actúa en el matrimonio, el don de sí expresa, a través del cuerpo, la complementariedad y la totalidad del don. Entonces, el amor conyugal llega a ser una fuerza que enriquece y hace crecer a las personas y, al mismo tiempo, contribuye a alimentar la civilización del amor. Por el contrario, cuando falta el sentido y el significado del don en la sexualidad, se introduce “una civilización de las ‘cosas’ y no de las ‘personas’; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas. En el contexto de la civilización del placer, la mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre, los hijos un obstáculo para los padres”[21].

La sexualidad tiene como fin más hondo la vivencia del amor, más precisamente el amor como donación y acogida, como dar y recibir. La relación entre un hombre y una mujer es esencialmente una relación de amor. Cuando dicho amor se realiza en el matrimonio, la entrega total se expresa, a través del cuerpo, en las relaciones sexuales.
 Al amor entre los esposos, y solo a él, pertenece la donación sexual. Se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integrante del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen entre sí y ante Dios hasta la muerte. En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía de comunión espiritual[22].

 

b. La relación sexual humana tiene dos dimensiones: unitiva y procreadora

b1. Dimensión unitiva

“Dijo luego Yahveh Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada’”[23].

“La sexualidad […] mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte”[26].

Dios es amor y llama al ser humano a vivir el amor a través de experiencias de encuentro con Él, consigo mismo y con los demás. Este encuentro está transido de corporalidad. La dimensión unitiva de la sexualidad, que están llamados a vivir el hombre y la mujer en el matrimonio,expresa la complementariedad entre los dos sexos y se manifiesta en la ayuda mutua, en el diálogo, en el afecto, en el recorrer juntos el camino de la santificación.

Una manera específica de vivir esta vocación al encuentro conyugal son las expresiones corporales propias del amor de pareja. Estas expresiones van creciendo, conforme crece la comunión, hasta llegar a la donación corporal plena, que manifiesta una entrega total e irreversible.

El dinamismo de despliegue que reclama el salir al encuentro del otro para desplegar los propios dones se plasma en la vocación al matrimonio en el encuentro conyugal y familiar.

Respecto de este encuentro definitivo Jesús dice en el Evangelio: “Ya no son dos, sino que se han convertido en una sola carne”[24]. El Señor se refiere no solo a la entrega de dos cuerpos, sino a la mutua donación total y definitiva del hombre y la mujer, simbolizada visiblemente en la entrega corporal. La relación sexual vivida castamente ayuda a crear lazos, refuerza, ratifica y alimenta la experiencia del amor de los esposos. Cuando no hay amor, se convierte en un gesto vacío, sin contenido puesto que no hay nada que expresar ni celebrar.

Esto lo expresa Jason Evert en su libro Amor puro, cuando afirma respecto de la relación sexual que pertenece al matrimonio porque solo en él es que los cuerpos hablan con la verdad cuando dicen: “Me entrego a ti por completo y para siempre… Tu cuerpo es un gran don, y durante el acto sexual, la pareja se entrega el uno al otro. Pero reducir este regalo a un préstamo rebaja el respeto que se te debe. Por eso, el regalo total de tu cuerpo y corazón pertenece a una relación permanente y fiel: el matrimonio”[25].

 

Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: ‘Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla’”[27].

b2. Dimensión procreadora

En este primer capítulo del Génesis, en los albores de la Creación, aparece claramente que una dimensión de la sexualidad en el designio divino es la procreación del ser humano, como una participación o, mejor, como cooperación con el amor creador de Dios que es siempre fecundo

La fecundidad es un don, un fin del matrimonio pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos, brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso, la Iglesia, que está en favor de la vida[28], enseña que todo “acto matrimonial” en sí mismo debe quedar abierto a la transmisión de la vida[29],[30].

El dinamismo de permanencia de prolongar la propia existencia más allá de la muerte se plasma en la vocación a la paternidad o maternidad.

A esta dimensión procreadora apuntan la diferencia anatómica y fisiológica del hombre y la mujer, así como las cualidades anímicas propias de esa diferenciación. De la misma manera que el ojo es un órgano que sirve para ver o el oído posibilita la captación de sonidos, los órganos sexuales tienen como destino y tarea la procreación. Este es un dato firme e inalterable en todas las épocas y culturas.

«En el orden del amor, el hombre no puede permanecer fiel a la persona más que en la medida en que permanece fiel a la naturaleza. Violando las leyes de la naturaleza, viola también la persona convirtiéndola en objeto de placer en vez de hacerla un objeto de amor. La disposición a la procreación en las relaciones conyugales protege al amor, es la condición indispensable de una unión verdadera de las personas… Gracias a esta, las personas actúan conforme a la lógica interna del amor, respetan su dinamismo inmanente y se abren ellas mismas a un nuevo bien, en este caso a la expresión de la fuerza creadora del amor. La disposición a la procreación sirve para doblegar el egoísmo recíproco”[31].

Es muy importante tomar conciencia de la misión trascendente que tienen los cónyuges de transmitir la vida humana y educarla pues son cooperadores del amor de Dios Creador y, en cierta manera, sus intérpretes. Por ello, están llamados a ser muy responsables en esta tarea.

Al respecto San Juan Pablo II, nos alienta como hijos de la Iglesia a profundizar en este tema, a vivirlo y a comunicarlo:

“Ante el problema de una honesta regulación de la natalidad, la comunidad eclesial, en el tiempo presente, debe preocuparse por suscitar convicciones y ofrecer ayudas concretas a quienes desean vivir la paternidad y la maternidad de modo verdaderamente responsable.
En este campo, mientras la Iglesia se alegra de los resultados alcanzados por las investigaciones científicas para un conocimiento más preciso de los ritmos de fertilidad femenina y alienta a una más decisiva y amplia extensión de tales estudios, no puede menos de apelar, con renovado vigor, a la responsabilidad de cuantos —médicos, expertos, consejeros matrimoniales, educadores, parejas— pueden ayudar efectivamente a los esposos a vivir su amor, respetando la estructura y finalidades del acto conyugal que lo expresa. Esto significa un compromiso más amplio, decisivo y sistemático en hacer conocer, estimar y aplicar los métodos naturales de regulación de la fertilidad.
Un testimonio precioso puede y debe ser dado por aquellos esposos que, mediante el compromiso común de la continencia periódica, han llegado a una responsabilidad personal más madura ante el amor y la vida. Como escribía Pablo VI, ‘a ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana’[32][33] .

b3. Unidad de ambas dimensiones

indoor portrait with happy young family and cute little babbyUna clave importante de la ética sexual es que ambas dimensiones, la unitiva y la procreadora, son complementarias y se soportan mutuamente.

No hay dimensión unitiva sin apertura a la vida. El amor auténtico que viene de Dios es fecundo por naturaleza. El hijo recibido como don de Dios es el fruto de ese amor. Por ello, toda experiencia unitiva debe estar siempre abierta a la vida. La paternidad responsable es el fruto y el deseo insistente del amor conyugal que sobreabunda y se hace fecundo[34].

 Del mismo modo, la procreación exige como condición la vinculación afectiva. El hijo debe ser concebido como un fruto natural del amor de sus padres. Por la misma salud física y psíquica del niño, es importante que este haya sido concebido con amor en el marco de una relación auténticamente humana.

Esta es la razón de por qué existe una condena moral a los anticonceptivos (acentúan lo unitivo cerrándose a lo procreativo) y a las técnicas diversas de fecundación artificial (acentúan lo procreativo, cerrándose a lo unitivo). La dimensión procreativa y la unitiva nunca pueden estar separadas. La encíclica Humanae vitae revalora la unidad de ambas dimensiones.

“Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador… Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad”[35].

El mundo de hoy, al no tener en cuenta la real finalidad de la sexualidad humana, con la prevalencia del placer sobre el amor, ha trastocado la verdad sobre la identidad del ser humano, y la ha llevado por caminos que no lo conducen a una felicidad plena, sino todo lo contrario. Cuanto más se aleja de sí mismo, va en búsqueda de compensaciones que hagan olvidar la ausencia del amor verdadero que tiene en su vida.

Es muy importante tener en cuenta el verdadero sentido de la sexualidad para que decidamos con libertad sobre este tema en nuestras vidas. Todo acto conlleva una responsabilidad. Por ello, la verdad, el compromiso, la fidelidad y la exigencia son realidades ineludibles para aquellos que quieren seguir el Plan amoroso de Dios para sí mismos y para toda la humanidad, en el que la sexualidad está inserta en el amor conyugal, dentro de la vida matrimonial.

En el amor conyugal, los cónyuges deben de promover y defender la cohabitación, afecto, escucha, comprensión, ayuda, disponibilidad para el servicio y para el sacrificio, etc. Pero precisamente en cuanto conyugal, este amor tiene como expresión específica la mutua y completa donación que se da en las relaciones conyugales, que son no sólo buenas y santas, sino también debidas.

“Este amor [matrimonial] se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y bástamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don reciproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud”[36].

5. La sexualidad se educa con la vivencia de la castidad

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La castidad implica un proceso de crecimiento en el amor

Ante la pregunta ¿Por qué tienes relaciones sexuales?… la primera respuesta que les viene a la mente es: “porque me gusta”, “porque es placentero”. … Pero si conversamos un poco más con la persona que mantiene una vida sexual activa probablemente encontremos otro tipo de respuestas: “por que lo quiero”, “porque la quiero”, “porque compartimos todo”, “porque queremos tener hijos”, “porque él o ella es la razón de mi vida”, “porque es parte de nuestra vida”, “porque queremos formar una familia”.[37].

Es decir, si bien el placer es importante y tiene sentido, la experiencia señala que la unión conyugal no siempre está acompañada del placer de los dos y no por ello pierde su sentido, cuando está enmarcada en el amor

A la luz del Plan de Dios es importante conocer el juicio moral sobre el placer sexual. El placer en sí mismo no es malo ni pecaminoso. El placer -o gozo sensible- es algo querido por Dios como un elemento complementario al encuentro sexual, que además exige un gesto auténticamente humano, en un contexto de amor y compromiso. Sin embargo, la herida del pecado puede llevar a la persona a una búsqueda egoísta del placer como un fin en sí mismo.

Hay que darle al placer su valor propio, sin endiosarlo ni desprestigiarlo.

Nos realizamos como personas y vamos alcanzando la felicidad a través del amor auténtico; no a través del placer venéreo. Hemos sido hechos para el amor, no para vivir el placer sexual desordenadamente. Esto es la lujuria (vicio capital). Al respecto, para responder a muchas voces que se alzan en el mundo de hoy, es necesario saber que la lujuria no es algo natural. Aunque el ser humano experimenta en su interior impulsos sexuales, ubicados más a nivel del cuerpo y de la mente, lo natural en él es el amor, ubicado en el espíritu.

La creación de Adán de Miguel Ángel Buonarroti, en la Bóveda de la Capilla Sixtina.

La creación de Adán de Miguel Ángel Buonarroti, en la Bóveda de la Capilla Sixtina.

Uno de los grandes errores de los estudios antropológicos actuales es intentar explicar al hombre a partir del animal;es decir, entender lo superior a partir de lo inferior. Esto lo vemos cuando, a partir de Darwin y Freud, se aborda con frecuencia, la sexualidad como un instinto pues el hombre es entendido solo como un animal evolucionado.

Entre el hombre y el animal, existen diferencias cualitativas porque el ser humano está creado a Imagen y Semejanza de Dios.

Frente a tales posturas, es necesario afirmar que el sexo no es un instinto. A diferencia de los animales, en el ser humano no existen instintos, sino tendencias. Esto sucede porque el instinto es una respuesta orgánica que actúa como una fuerza irreversible en la dinámica estímulo-respuesta y, por ello, no está sujeta a la razón y a la libertad, sino que determina la conducta del individuo. Por el contrario, el ser humano, poseedor de un espíritu, es libre y no está determinado por sus tendencias.

La realidad es que el ser humano no está determinado por su impulso sexual, más bien está invitado a canalizarlo, dándole el lugar y el orden debido según el Plan de Dios. La gracia de Dios opera en el hombre para que este coopere, ordene y aprenda a ser continente de sus tendencias e impulsos sexuales, para que de esta manera pueda responder a su vocación al amor. El ser humano es un ser bio-psico-espiritual y como tal debe y puede actuar libremente para conquistar su libertad cada vez más plenamente. Esta conquista —que no es fácil porque estamos heridos por el pecado (concupiscencia) e influenciados por la cultura actual en la que nos movemos, que tiene una alta agresividad erótica— es posible y real, gracias a la acción del Espíritu Santo en nosotros y a nuestra cooperación: “para ser libres nos liberó Cristo”[38].

a. Virtudes de pureza y castidad

San JOSE

“San José, casto esposo de la Virgen María; intercede para obtenerme el don de la pureza…[39]”.

Quizá lleguemos a pensar ¿no es una locura pretender vivir la pureza en un ambiente como el nuestro o luchar contra estas inclinaciones? Lo más fácil es dejarnos llevar y por eso nos preguntamos ¿por qué esforzarme en vivir la pureza? ¿Qué gano?

Necesitamos una poderosa razón para luchar por la pureza, más allá de que Dios mismo nos llama a vivir la pureza[40]. ¿Cuál es esta razón? Entender que lo natural en nosotros es el amor, no la sensualidad/sexualidad desenfrenada; entender que si no nado contra la corriente, que si no lucho por vivir la pureza, el amor morirá en mí, y me vuelvo incapaz de amar de verdad, de amar como necesito amar y ser amado.

Necesitamos amar y ser amados porque nuestra vocación es al amor. La impureza destruye el amor verdadero. La pureza protege el amor auténtico, hace que veamos a los demás, como personas, no como cosas.

Estamos llamados a vivir la pureza que nos concede ver según Dios, es decir, ver como Dios ve y ver a Dios en el prójimo, reconociendo su dignidad de persona y valorando el cuerpo humano -el nuestro y el del prójimo- como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina. La vocación de la persona al amor requiere, para su desarrollo, del compromiso por vivir la castidad y la pureza. Todas las personas —los casados, los solteros y los sacerdotes y consagrados— estamos llamadas a vivir la castidad.

La pureza se alcanza por el ejercicio de la virtud de la castidad. Una virtud es una disposición estable para actuar bien, es un “hábito” que perfecciona a quien lo tiene, dándole cierta connaturalidad con el bien obrar en su propio campo. Las virtudes se van adquiriendo por el ejercicio continuo (repetición) bajo el influjo de la gracia de Dios.

La castidad y la pureza nos permiten orientar rectamente nuestra sexualidad según nuestra propia naturaleza y liberar el amor del egoísmo. La castidad es una virtud moral, un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual. La pureza de mente y de cuerpo ayuda a desarrollar el propio respeto y, al mismo tiempo, nos hace capaces de respetar a los otros, al verlos como personas.

La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad. En la misma medida en que en el hombre se debilita la castidad, su amor se hace progresivamente egoísta, es decir, busca el placer y ya no el don de sí.

La persona casta no está centrada en sí misma, ni en relaciones egoístas con las otras personas. La castidad torna armónica la personalidad, la hace madurar y la llena de paz interior.

b. El dominio de si

La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí. La alternativa es clara: o el ser humano ordena sus pasiones desordenadas y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y es infeliz e insaciable.

Toda persona sabe, también por experiencia, que la castidad requiere rechazar ciertos pensamientos, palabras y acciones pecaminosas. Por esto se requiere una capacidad y una actitud de dominio de sí que comporta tanto evitar las ocasiones de provocación e incentivos al pecado, como superar los impulsos de la propia naturaleza caída.

El autodominio es una condición necesaria para ser capaces del don de sí pues es necesario apreciar y practicar el autocontrol para vivir en forma ordenada, y para realizar sacrificios personales en espíritu de amor a Dios, de autorrespeto y generosidad hacia los demás, sin sofocar los sentimientos y tendencias sino encauzándolos en una vida virtuosa[41].

c. La castidad en el matrimonio[42]

Los actos íntimos de los cónyuges, llevados a cabo en el respeto y dignidad de sus propias personas, expresan y favorecen la recíproca entrega en un clima de gozosa confianza[43].

Como hemos visto el acto sexual se trata de una relación humana que acoge la sexualidad como un dato y una tarea que es básicamente el amor que da origen a la familia.

Todo acto sexual debe ser humanamente digno y abierto a la vida.

Humanamente digno quiere decir en primer lugar respetuoso de la libertad de ambos. Ninguno de los cónyuges puede ser obligado a realizar actos contra su voluntad, sea por amenaza o manipulación. Uno puede dialogar, jamás someter al otro.

Abiertos a la vida quiere decir que es dañino para la relación mantener una vida sexual activa en la que por decisión de uno o de ambos se cierren a la posibilidad de la procreación. Las prácticas cerradas a la vida o a la unidad del matrimonio son un grave desorden. Y todo desorden grave tiene serias consecuencias para la relación y el crecimiento personal. Para alcanzar este fin es necesario vivir la castidad en el matrimonio.

La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad.[44]

“Conviene, además, distinguir entre el acto de amor fundante del matrimonio y todas aquellas manifestaciones de amor que, estando radicalmente contenidas en él, vienen exigidas por ser aquel un amor entregado y, por ello, debido y comprometido. Independiente del amor que existiera en el noviazgo, los esposos están ahora obligados a amarse por vínculo especial; antes podían dejar de amarse, ahora el compromiso de entrega mutua les obliga a hacer efectiva la donación dela propia vida. Aquella mutua entrega por la que los cónyuges vinieron a ser marido y mujer debe hacerse actual y presente a lo largo de la vida, a través delas cotidianas pruebas de afecto y obras de amor. El ejercicio diario del amor conyugal, vivido en entrega y generosidad, puede, además de reflejar la fuerza del amor ya existente, hacerlo crecer y llevarlo hacia su plenitud. Si el matrimonio presupone amor, el amor conyugal es fruto, a su vez,del matrimonio, ya que en este el amor ha de ser una singular forma de amistad que lleva a compartir generosamente todo, sin cálculos egoístas. En este contexto se sitúa la unión propia y específicade los esposos, signo de amor y medio de posible desarrollo. Los actos íntimos de los cónyuges, llevados a cabo en el respeto y dignidad de sus propias personas, expresan y favorecen la recíproca entrega en un clima de gozosa confianza”[45]

6. Ofensas a la castidad

La castidad no es una cuestión fácil. Es ir contracorriente todos los días… Es una Libertad, la libertad de hacer lo correcto.

Vemos con frecuencia diversos comportamientos sexuales que van contra la castidad y los fines de la sexualidad según el orden natural.

 a. El adulterio

Atenta contra el amor esponsal. Es la unión entre un hombre y una mujer estando uno u otro casado -o ambos- con una persona ajena a esta unión[47]. “La infidelidad consiste, precisamente, en querer retirar lo que se había dado, lo que por haberse dado ya no le pertenece a uno. La infidelidad no es otra cosa que optar exclusivamente por uno mismo, renunciando a lo que es irrenunciable: la otra persona con la que se llegó al compromiso”[48].

Nos dice el Catecismo al respecto[49]
El adulterio atenta contra:
• La justicia, porque viola un derecho a la exclusiva intimidad sexual y afectiva.
• La promesa de fidelidad conyugal, hecha ante Dios de manera solemne.
• La santidad del sacramento del matrimonio y la estabilidad de la familia.
• El amor y respeto a los hijos, a quienes ofende.
• La moral pública, porque es causa de separación y divorcio.

b. Masturbación o autoerotismo[50]

La masturbación es cualquier acto que voluntariamente provoque la excitación de los órganos genitales, a fin de obtener placer sexual.

La masturbación es perjudicial porque:

• Altera la finalidad de la sexualidad. La facultad sexual debe estar orientada a la mutua entrega y a la procreación en el contexto de un amor verdadero, y no a la búsqueda egoísta de placer sexual.

• Es un acto egoísta pues repliega a la persona sobre sí misma y la encierra en la soledad y en una actitud narcisista.

• Crea una mentalidad morbosa pues se asocia a una aproximación impura al cuerpo humano y, muchas veces, a la pornografía.

• Debilita la voluntad y se puede convertir en un vicio.

c. La pornografía[51]

La pornografía consiste en exhibir actos sexuales, reales o simulados, ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente contra la dignidad de quienes se dedican a ella y de quienes la miran, pues convierte al ser humano en un objeto de placer y lo utiliza con fines de lucro ilícitos.

d. La homosexualidad[52]

“La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado y reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves[53], la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’[54]. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”[55].

• Se trata de un problema psicológico, social, ético, jurídico y religioso.

• Actualmente, existen terapias adecuadas para ayudar a corregir esta tendencia distorsionada de la persona. Dichas terapias, aparte de los necesarios elementos psicológicos, incluyen también elementos espirituales[56].

• Una de las principales causas de la homosexualidad es la falta de madurez.
En la pubertad puede tratarse de un fenómeno transitorio,pero hay casos en que la homosexualidad se arraiga en los primeros años de juventud.

Es necesario hacer algunas precisiones respecto de la homosexualidad:

• La persona siempre debe ser tratada con respeto y evitando todo signo de discriminación.

• La tendencia constituye un desorden, pero no es en sí misma un pecado.

• El acto es un pecado grave pues atenta contra el recto sentido de la sexualidad. Nunca puede ser expresión de amor humano, por ello, quien lo realiza se frustra en su deseo de expresar o recibir amor y se engaña al creer que ello podría ser posible. El acto homosexual no puede conducir a la felicidad que el ser humano anhela en lo hondo de su corazón.

 “Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición”[57]
“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”[58].

7. ¿Qué puedo hacer si ya caí?

“Y entrando en sí mismo, dijo... ‘Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti’”.

“Y entrando en sí mismo,
dijo… ‘Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti’”[59].

Si por alguna razón has caído en algún acto impuro, ¡no te desalientes! Ten en cuenta que una de las consecuencias del pecado de impureza es una profunda desesperanza y olvido de la misericordia de Dios. En esas circunstancias, con mucha humildad, debemos recordar que el Señor Jesús nos ha reconciliado y que, por sus méritos, todo es curable. Si reconocemos nuestros errores y volvemos arrepentidos al Padre, nadie es condenado.

«Dios nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos. Si sabemos volver a Él con el corazón arrepentido”[60].

El amor de Dios sale a nuestro encuentro ofreciéndonos siempre su perdón en el sacramento de la Reconciliación, además, en la Eucaristía se nos da Él mismo, quién nos fortalece con su gracia para que volvamos a empezar. Con esto busca renovarnos para que alcancemos a vivir el amor puro que anhela nuestro corazón. Es muy importante tener una vida de oración y el buscar consejo en personas prudentes, amigos en la fe, que puedan ayudarnos a superar las dificultades personales.

8. Conclusión

Vivir la virtud de la pureza en un mundo sensualizado, inmersos en una cultura de egoísmo e individualismo, no es fácil. Solo una opción real por el Señor Jesús, que nos abre al horizonte del amor pleno, nos ayudará a ir conquistando poco a poco la pureza que nuestro corazón anhela vivir. Acojámonos a la intercesión de Santa María y busquemos, como Ella, cooperar con la gracia que Dios derrama sobreabundantemente en cada uno de nosotros, para ir siendo cada vez más dueños de nosotros mismos y, con un corazón reconciliado y puro, vivir el horizonte del amor verdadero.

Interiorizamos

“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?... Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”. 1Cor 6,19-20.

“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?… Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”.
1Cor 6,19-20.

¿Cómo vivo esto?

“La castidad es la afirmación gozosa de quien sabe vivir el don de sí, libre de toda esclavitud egoísta. Esto supone que la persona haya aprendido a descubrir a los otros, a relacionarse con ellos respetando su dignidad en la diversidad. La persona casta no está centrada en sí misma, ni en relaciones egoístas con las otras personas. La castidad torna armónica la personalidad, la hace madurar y la llena de paz interior. La pureza de mente y de cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto de sí y al mismo tiempo hace capaces de respetar a los otros, porque ve en ellos personas, que se han de venerar en cuanto creadas a imagen de Dios”[61].

Preguntas para el diálogo

• ¿Por qué amar con un corazón puro responde a mis dinamismos fundamentales?

• ¿Qué criterios del mundo promueven un amor egoísta?

• ¿Qué medios concretos pueden proponer para vivir la pureza?

• ¿Qué dudas tienen sobre la opción por vivir la pureza y la castidad?

Vivamos nuestra fe

¿Qué haré para cooperar con la gracia?

aros-matrimonioAcciones personales

• Ingresa a la página www.caminohaciadios.com y busca el Camino Hacia Dios n. 58 sobre el “Silencio del cuerpo”. Verás que profundizar en este silencio es un buen medio para vivir tu pureza.

• Identifica en qué situaciones concretas no vives la pureza y cita medios concretos para vivirla en esas situaciones.

Acciones comunitarias

• Comparte con tu cónyuge, los contenidos de este tema para ayudarse a evaluar la vivencia de la castidad en su matrimonio.

• Organiza con tu grupo un video fórum sobre la película “Diario de una Pasión” (The Notebook) ó “Votos de amor” (Thevow)

• Lean y dialoguen “Sexualidad humana: verdad y significado” del Pontificio Consejo para la Familia en la reunión de grupo. Lo pueden encontrar en www.vatican.va

Celebramos nuestra fe

Recemos en Comunidad

vela1Todos:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Monitor:

El Señor Jesús nos invita a vivir el amor verdadero y auténtico, a entregarnos sin medidas, buscando seguir su ejemplo de entrega total hasta la cruz.

Lector 1:

“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”[62].

Lector 2:

El Señor mismo con su gracia va purificando nuestro corazón y educándolo para amar verdaderamente. La pureza es un don de Dios que implica nuestra constante cooperación. Miremos a Santa María, miremos las flores blancas que coronan su corazón. Dejémonos conducir por su Inmaculado Corazón para que, educados en él, podamos alcanzar la plena Conformación al Señor Jesús.

Terminamos cantando: “Pureza Inmaculada”

Todos:

1. Pureza Inmaculada, espejo del Señor,
¡oh gran canal de gracia, unido al Redentor!
Belleza sin mancilla, encanto virginal,
Tú eres la alegría, la gloria del mortal.

CELEBREMOS A MARÍA, CONCEBIDA SIN PECADO
Y ADOREMOS A SU HIJO JESÚS, NUESTRO SEÑOR

2. Dichosa por los siglos los pueblos te dirán:
Tú fuiste de Dios vivo la aurora celestial.
Infunde en nuestro pecho, la fuerza de tu amor.
Feliz Madre del Verbo, custodia del Señor.

3. Hermosa y pura Luna, recoges del Señor
la luz que ilumina y guía al pecador.
¡Oh dulce flama ardiente!, perfecto don de Dios
aleja las tinieblas, las sendas del error.

4. ¡Oh Santa Inmaculada!, ternura maternal
bendita cual ninguna sin culpa original.
Sellada fuente pura, ¡oh Madre del Amor!,
de ti nació la Vida, el Reconciliador.

Todos:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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NOTAS

1. Mt 5,8.

2. Jason Evert, Amor Puro, Catholic Answers, Inc. Chile 2007, p. 2.

3. Gn 1,27.

4. Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, 11.

5. Complementario: Que sirve para completar o perfeccionar algo, RAE.

6. Gn 1, 27.

7. Ver Gn 2, 20.

8. Gn 2, 18.

9. Ontológico: Del ser en general y de sus propiedades trascendentales.

10. Carta de San Juan Pablo II a las mujeres, 7.

11. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2333.

12. Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae, 10.

13. Pontificio Consejo para la Familia, Lexicón, Aquilino Polaino-Lorente, Educación Sexual, Palabra, Madrid 2004, p. 327.

14. Mc 10,9; Mt 19, 1-12; 1Cor 7, 10-11.

15. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2364-2365.

16. Pontificio Consejo para la Familia, Lexicón, Francesco di Felice, ¿Indisolubilidad matrimonial?, Palabra, Madrid 2004, p. 613.

17. Catecismo de la Iglesia Católica, 2363.

18. Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, 9.

19. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 11.

20. Ver Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, 9-10.

21. PontificioConsejo para la Familia,Sexualidad humana:verdad y significado, 11.

22. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2360-2361.

23. Gn2,18.

24. Mt 19,6.

25. Jason Evert, Amor Puro, Catholic Answers, Inc. Chile 2007, p.7.

26. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 11.

27. Gn 1, 28.

28. Ver San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 30.

29. Ver Pablo VI, Carta Encíclica Humanae Vitae, 11.

30. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2363.

31. Karol Wojtyla, Amor y responsabilidad, p. 279.

32. Pablo VI, Carta EncíclicaHumanae vitae, 25.

33. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica FamiliarisConsortio,35.

34. Ver Catecismo de la Iglesia Católica,2366.

35. Pablo VI, Carta Encíclica Humanae Vitae, 12.

36. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 49.

37. Notas del libro inédito de Manuel Rodríguez, Vida sexualen el matrimonio.

38. Gal 5, 1.

39. Extracto de una oración a San José.

40. Ver 1Tes 4, 3-5, 7.

41. Ver Pontificio Consejo para la Familia,Sexualidad humana: verdad y significado, 58.

42. Ver Notas del libro inédito de Manuel Rodríguez, Vida sexualen el matrimonio.

43. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, 49.

44. Ver Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad Humana: verdad y significado, ediciones paulinas, Madrid 1997, 16

45. Pontificio Consejo para la Familia, Lexicón, Francisco Gil Hellín, ¿Amor Conyugal?, Palabra, Madrid 2004, p. 57.

46. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2351-2400.

47. Ver Dt22, 22; Lv 20, 10; Prov6, 27-35; Jn 8, 3-5; 1Cor 6,9; Heb13,4.

48. Pontificio Consejo para la Familia, Lexicón, Aquilino Polaino-Lorente, Educación Sexual, Palabra, Madrid 2004, p. 329.

49. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2380-2381.

50. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2352.

51. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2354.

52. Ver Catecismo de la Iglesia Católica,2357-2359.

53. Ver Gn 19, 1-29; Mt 10, 15;Rm 1, 24-27; 1Cor 6, 10; 1Tm 1, 10.

54. Sagrada congregación para la doctrina de laFe,Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, 8.

55. Catecismo de la Iglesia Católica, 2357.

56. Ver Apostolado de la Iglesia Católica para la atención espiritual de personas con atracción al mismo sexo: www.courage-latino.org ;Es posible el cambio:www.esposibleelcambio.com

57. Catecismo de la Iglesia Católica, 2358.

58. Catecismo de la Iglesia Católica, 2359.

59. Lc 15, 17-18.

60. Papa Francisco, Twitter 17 de marzo 2013.

61. Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, 17.

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