T: CONOCERME MAS
Miramos la realidad
Hemos avanzado en nuestro camino de reconciliación personal. En este hermoso y apasionante horizonte, el conocimiento de nosotros mismos, nuestros anhelamos, sueños y lo más propio de nuestra mismidad se aclara cada vez más. Sin embargo, al mismo tiempo que nos alegramos con todo lo que descubrimos, resuenan en nosotros con mayor profundidad aquellas palabras de San Agustín que nos invitan a seguir profundizando en el encuentro con nosotros mismos:
«Si abismo es una profundidad, ¿pensaremos que el corazón del hombre no es un abismo? ¿Qué cosa hay más honda que este abismo? Pueden hablar los hombres, pueden ser vistos por las operaciones de sus miembros, pueden ser oídos en su palabra; pero ¿Qué pensamiento permite ser penetrado? ¿Qué corazón se deja ver?»[1].
Iluminamos al mundo con la fe
1. Algunas características de nuestra aproximación antropológica[2]
Desde nuestra espiritualidad Sodálite, nos acercarnos al misterio del hombre desde la fe de la Iglesia, con la certeza de que sólo El Señor Jesús le revela el hombre al hombre, y le muestra la sublimidad de su vocación[3]. Desde este punto de partida, sabemos bien que una espiritualidad es una manera concreta de vivir la fe, en un tiempo y lugar específicos según la inspiración del Espíritu Santo. Así, nuestra espiritualidad posee algunas características en su aproximación antropológica que nos sirven para comprender mejor el misterio del hombre. Destacamos las siguientes:
• Desde la fe. Clara primacía de los datos de la fe, siempre caminando en sintonía con la razón. La fe siempre ilumina el ser y el obrar del ser humano y de la realidad. Sabemos que las respuestas que el hombre busca se encuentran en la Revelación.
• Cristocéntrica. El Señor Jesús devela el misterio del hombre. Él mismo es modelo pleno de humanidad.
• Antropocéntrica teologal. En el Señor Jesús el cristocentrismo se torna en antropocentrismo teologal. Vemos a la persona humana como un misterio de amor, como una realidad abierta al encuentro en todas sus dimensiones, y como un ser teologal.
• Realismo crítico. Optamos por andar en la verdad y por amar la verdad objetiva. El realismo crítico afirma que las cosas «son» en sí mismas y pueden ser «conocidas» en sí mismas por la razón. Es cierto que tenemos límites en nuestra razón, pero ello no debe ser obstáculo; por el contra¬rio, debe ser el impulso constante a objetivar crítica y realistamente lo que conocemos. La crítica busca ser constructiva, buscando comprender lo complejo de lo real.
• Holística (global). Buscamos aproximarnos a la persona y valorarla en todas sus dimensiones (biológica, psicológica y espiritual). Está atenta a la totalidad de los factores relevantes sobre la persona, tanto interna como externamente. Excluye toda aproximación parcial o reductiva.
• Sintética. Busca armonizar los diversos elementos de la realidad en la reflexión sobre la persona humana. Está atenta a las diversas antropolo¬gías, buscando rescatar los elementos positivos y aspirando a construir una síntesis superior y armónica.
• Reconciliativa. Entendemos la antropología desde el Ciclo Reconciliador, con el cual Dios ha creado al hombre y a pesar del pecado lo ha recon¬ciliado en sus cuatro niveles relacionales (Con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con todo lo creado). La reconciliación es central en la aproximación al hombre.
• Eclesial. Nuestra perspectiva está en comunión con la vida y la tradición de la Iglesia. Estamos particularmente atentos a la Palabra de Dios tal como nos es transmitida por la Iglesia, y a la enseñanza del Magisterio.
• Existencial. Es una aproximación encarnada en la existencia de cada hombre, buscando potenciar el dinamismo de la fe en los diversos ám¬bitos de la vida cotidiana de cada persona. Está atenta a lo inmediato, lo cercano, a lo concreto, a la individualidad y subjetividad de la persona.
a. Una antropología del encuentro y la comunión
El ser humano fue creado por Dios a su imagen y semejanza, para vivir el amor y el encuentro. Este dinamismo de amor y de encuentro está en la raíz misma de la naturaleza humana. Todo en la persona (cuerpo, alma y espíritu) está llamado a vivir la dinámica del encuentro y del amor; todo en ella se entiende ordenado a su raíz trinitaria. Esto se manifiesta particularmente en sus dinamismos fundamentales de permanencia y de despliegue, cuyo origen y fin son la Trinidad. El amor y el encuentro surgen de la Trinidad y la persona solo puede realizarse plenamente en el amor y encuentro con la Trinidad y desde esta. «Así como la Trinidad vive la comunión y participación desde toda la eternidad, análogamente el hombre está invitado, desde la creación, a vivirlas en su vida temporal y en su vida futura. Para ello es que el Creador le ofrece desde el principio un Plan»[4]. «La comunión y la participación son una clave decisiva que permite, en primer lugar, superar los extremos del individualismo y el socio centrismo. La comunión no es accidental en Dios, sino que es su misma esencia. De manera análoga, el hombre está llamado —por su misma esencia y no accidentalmente por algún vínculo contractual o de otro tipo— a vivir la comunión; como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, desde la eternidad viven el dinamismo pleno del amor, así el ser humano para alcanzar su plenitud como hombre debe vivir, en medida humana, una apertura al encuentro con el “Tu” al que se siente convocado desde su constitución óntica, y una apertura al conocimiento, comunicación, servicio y amor con las demás personas humanas, a las que reconoce semejantes a sí, en la línea de despliegue de su realidad constitutiva calificada por la fraternidad en la que se inscribe como ser humano creado por Dios y reconciliado con Él en el Señor Jesús»[5].
b. El ser humano es persona
Cuando calificamos al ser humano como persona, nos referimos sobre todo a que es un ser en relación, necesitado del encuentro, así como también libremente responsable de sus actos. El ser persona incluye la necesidad ontológica de vivir el encuentro y la comunión con los demás. En ese sentido: El ser humano es persona, ser abierto a la comunicación, capaz de escucha y respuesta, de diálogo y comunión. El ser humano es una creatura abierta al encuentro, y habría que decir más; inmersa en el dinamismo del encuentro. Ante él, desde su libertad, puede responder en un sentido u otro, dependiendo de su realización de la naturaleza de su respuesta. Este dinamismo siempre lo lleva más allá de sí, e incluso de aquellos semejantes a sí, en un hambre de infinito que respondiendo a su hondura más propia lo remite al único que es respuesta que puede saciar ese hambre, a Aquel que es mayor significación: a Dios.
2. Punto de partida antropológico
Existen diversos puntos de partida para aproximarse a la realidad del ser humano, tanto desde realidades internas como desde la inteligencia, la voluntad, la experiencia interior, su vida psíquica, el obrar, la experiencia de limitación y del pecado o desde su esfera social, cultural, relacional, histórica, política o religiosa, o desde realidades externas como el cosmos, la tecnología y la historia.
Nosotros partimos del hecho humano tal como se da en la historia, con objetividad y desde allí buscamos comprender toda la creación. No partimos de ideas preconcebidas, sino de hechos reales y concretos. Por eso, nuestra primera pregunta es ¿quién soy yo?
En la búsqueda de la respuesta sobre nuestra propia identidad, descubrimos que vivimos enmarcados en una cultura concreta en la que se desenvuelven tradiciones que incluyen el lenguaje, la comunicación, las manifestaciones artísticas, las ciencias desarrolladas por el ser humano como hombre ubicado en un tiempo y espacio determinados. En última instancia, nos acercamos al hombre en todo su aspecto existencial. Así, para entendernos a nosotros mismos, debemos tener en cuenta todos los aspectos que enmarcan nuestra existencia. Somos seres humanos ubicados en un lugar y tiempo específicos: aquí y ahora.
«Se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre “abstracto” sino real, del hombre “concreto”, “histórico”. Se trata de “cada” hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre por medio de este ministerio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre, y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y la semejanza con Dios mismo. El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que “el hombre es en la tierra la única creatura que Dios ha querido por sí misma”. El hombre tal como ha sido “querido” por Dios, tal como Él lo ha elegido eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente “cada” hombre, el hombre “más concreto”, el “más real”; éste es el hombre, en toda su plenitud, en la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo»[6]
Al aproximarnos al hombre, vemos dos realidades que están presentes: el anhelo de infinito y la experiencia de limitación o contingencia.
a. El hambre o anhelo de infinito
En cuanto a la primera realidad, es común experimentar un anhelo de felicidad, de permanencia, de estabilidad a lo largo del tiempo. Al ser creados a imagen y semejanza de Dios tenemos su huella en nuestro ser, y nuestro corazón no descansará hasta que se encuentre plenamente con el Señor. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que junto con el don de la vida, Dios ha sembrado en el hombre el deseo de conocer a su Creador. Esta natural apertura o tendencia del ser humano hacia Dios es ante todo un don maravilloso, que nos permite emprender el camino de encuentro con Dios tras experimentar el deseo de conocerlo. Para este movimiento del hombre hacia Dios contamos con la iniciativa de Dios, quien además de sembrar en nosotros el deseo de conocerlo, nos da su gracia para poder buscarlo.
Este deseo o apertura a Dios es experimentado existencialmente como una nostalgia de infinito, de algo que nos trasciende y va más allá de nosotros mismos y de nuestro entorno. Llamamos teologalidad a esta tendencia del hombre hacia Dios cuya raíz más profunda es la búsqueda de la comunión como Dios, comunión de amor, y la real capacidad de participar de la comunión trinitaria.
La nostalgia de Dios reclama ideales altos y nobles. Por ello debemos hacer un gran esfuerzo por evitar los sucedáneos, todos aquellos vicios que entorpecen nuestro camino hacia el Señor.
Nada de lo que hay en el mundo, por más bueno y válido que sea, puede saciar esa hondura que existe en lo más hondo de nosotros mismos.
«La pedagogía cotidiana, con sus gozos y dolores, también mostró al hombre las fragilidades inherentes a su condición humana. Fue aprendiendo tempranamente que el bienestar resultaba fugaz. Su ser más esencial, abierto a la comunión, añoraba una experiencia de contento que perdure, que lo envuelva de permanencia. Aquel hombre añoraba respuestas»[7].
b. La experiencia de limitación
Junto con este anhelo de infinito, constatamos la experiencia de la limitación. Esta experiencia se manifiesta particularmente en la contingencia del ser humano y en su experiencia del mal moral.
La experiencia de contingencia nos habla de las limitaciones del propio ser en la realidad temporal: limitaciones físicas, psicológicas. No nos debemos la existencia a nosotros mismos, hubiéramos podido no existir y podemos dejar de existir en cualquier momento, incluso a pesar nuestro.
La experiencia del mal moral, es la experiencia del pecado, de la debilidad y ruptura interior; de esa incoherencia que experimentamos entre nuestros anhelos y nuestras acciones. Esto lo describe muy bien el apóstol San Pablo: «Realmente mi proceder no lo comprendo, pues no hago el bien que quiero sino que hago el mal que aborrezco»[8].
«Al encontrarnos con nosotros mismos descubrimos una doble realidad aparentemente contradictoria. Por un lado, constatamos que nuestra naturaleza es frágil y limitada, que somos contingentes y débiles, que las contradicciones signan nuestro caminar (…) Pero eso no es todo, pues además experimentamos un anhelo profundo de plenitud y realización. Se trata del hambre de Dios que habita en nuestros corazones y que nos abre a la entrega confiada en Aquel que nos ha creado para la plenitud del encuentro»[9].
«El ser humano, creado con amor por Dios, es algo muy pequeño ante la inmensidad del universo. A veces, mirando fascinados las enormes extensiones del firmamento, también nosotros hemos percibido nuestra limitación. El ser humano está habitado por esta paradoja: nuestra pe-queñez y nuestra caducidad conviven con la grandeza de aquello que el amor eterno de Dios ha querido para nosotros»[10].
c. La búsqueda: «Conócete a ti mismo»
El Señor nos invita a todos a alcanzar la perfección es decir, la santidad. Para ello es necesario en nuestro proceso de adhesión a su plan, cono-cernos cada vez más y entendernos en profundidad a la luz de la verdad.
El hombre, experimentando el anhelo de infinito y su realidad limitada, emprende la búsqueda de algo que le dé sentido a su existencia y lo ubique en el horizonte de la realización personal. El hombres es un buscador, un explorador de la verdad, como bien lo ha recordado San Juan Pablo II en la encíclica Fides et Ratio.
Esa actitud, esa disposición, encuentra sus raíces en la conciencia de su propia naturaleza, en esa “nostalgia” que anida en lo más íntimo de sí y lo remite más allá de sí, en perspectiva de encuentro y participación, y más aún al encuentro pleno que ha sido prometido para quien permanece en Él y su amor.
Escuchemos lo que afirmaba San Juan Pablo II:
«Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con esa transparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal. Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la verdad. Más aún, el hombre también la evita a veces cuando en cuanto comienza a divisarla porque teme sus exigencias. Pero, a pesar de esto, incluso cuando la evita, siempre es la verdad la que influencia su existencia; en efecto, él nunca podría fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; tal existencia estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquél que busca la verdad»[11].
3. El extravío antropológico: situación actual de la antropología
El hombre en su búsqueda de respuestas no siempre encuentra las que responden a su humanidad. Muchas veces por cerrarse a la sola razón, pierde de vista otros elementos dados por la revelación. Esto conduce a buscar respuestas en antropologías que ponen como base de su respuesta una realidad inferior del hombre.
«No faltan quienes, cansados de deambular sin encontrar ningún significado a la existencia humana, se dejan arrastrar por la desilusión y la desesperanza, y piensan que la vida humana no tiene mayor sentido. Existe otro tipo de personas que sí deciden con sincero corazón adentrarse en el misterio de su propia identidad. Sin embargo no aciertan a encontrar la luz que ilumine sus incertidumbres, pues se topan con visiones reduccionistas de la persona humana que entenebrecen una correcta comprensión del misterio del hombre»[12].
4. La respuesta a la búsqueda: El Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Esperanza de reconciliación para el ser humano
La fe es fundamento de toda recta aproximación al hombre y a todo lo humano, ya que por ella acogemos al Señor Jesús quien revela el misterio de la propia persona. Sin la fe es imposible entender en profundidad al hombre, a Dios y al sentido del universo. Ella constituye el gran pórtico por el que cruzamos para ver con certeza toda la realidad.
Por la fe conocemos y acogemos al Señor Jesús, comprendiendo así la verdad de la Revelación acerca del hombre. Solo en Cristo se esclarece la verdad del hombre[13]. El Señor tiene la verdad sobre Dios y su Plan, sobre el mundo, sobre el hombre. Esta verdad no la puede alcanzar el hombre por sí mismo de manera completa, por eso el ser humano debe abrirse con humildad a lo que Cristo ha revelado sobre sí mismo, sobre el hombre y el plan de Dios para toda la humanidad.
«¡Cristo, su mensaje de amor, es la respuesta a los males de nuestro tiempo! Él es quien libera al hombre de las cadenas del pecado para reconciliarlo con el Padre. Sólo Él es capaz de saciar esa nostalgia de infinito que anida en lo profundo de vuestro corazón. Sólo Él puede colmar la sed de felicidad que lleváis dentro. Porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. En Él están las respuestas a los interrogantes más profundos y angustiosos de todo hombre y de la historia misma. Vuestra sed de Dios no puede ser saciada por sucedáneos. ¡Convertíos de corazón para alcanzar la Vida! Sólo desde una conversión personal y profunda se puede aspirar a un cambio real, que luego se proyecte hacia las demás relaciones solidarias. No debéis evadir la fascinante aventura de vivir según el Evangelio»[14].
Es clave entonces que nos abramos cada vez más a la vida de gracia que nos ofrece el Señor Jesús, Camino, Verdad y Vida. No podemos conformarnos con lo que hemos alcanzado en el camino recorrido, pues la meta es la santidad. Recordemos que solo los santos son los que pueden cambiar el mundo, porque no se transmiten a sí mismos, sino al mismo Señor Jesús, respuesta y esperanza para la vida de tantos que lo buscan a través de muchas maneras y que no lo encuentran.
«En efecto, “el Verbo de Dios, asumiendo en todo la naturaleza humana menos en el pecado, manifiesta el plan del Padre, de revelar a la persona humana el modo de llegar a la plenitud de su propia vocación […] Así, Jesús no sólo reconcilia al hombre con Dios, sino que lo reconcilia también consigo mismo, revelándole su propia naturaleza”[15]. Con estas palabras los Padres sinodales, en la línea del Concilio Vaticano II, han reafirmado que Jesús es el camino a seguir para llegar a la plena realización personal, que culmina en el encuentro definitivo y eterno con Dios. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”[16]. Dios nos “predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos”[17]. Jesucristo es, pues, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano»[18].
Interiorizamos
¿Cómo vivo esto?
«… Así pues, el verdadero contacto con el hambre de Dios debe permanecer toda la vida, porque sólo el encuentro definitivo con Él puede saciarlo… “el ser humano no es un ser cerrado sobre sí mismo, su propio ser está abierto en una proyección de encuentro que apunta a su plenitud en el amor, en el encuentro y comunión con Dios. Es, pues, un ser abierto, pero no a un infinito abstracto y quizá sólo ideal, sino a Aquel que es el fundamento de todo, a Dios, Comunión de Amor”.
Dice la Sabiduría: “Venid a mí los que me deseáis… Los que me comen quedan aún con hambre de mí, los que me beben sienten todavía sed”. ¡Qué gran paradoja de la vida cristiana la descrita en este texto inspirado! Y es que mientras estemos en este mundo no podremos saciar plenamente nuestra nostalgia de infinito. Esa realidad apunta a un “más allá”, a una plenitud eterna. ¡Hemos de ser conscientes de que nada ni nadie nos puede dar lo que sólo la comunión plena con Dios Amor puede saciar!»[19].
Preguntas para el diálogo
• ¿Soy consciente de mi propia hambre de Dios? ¿Qué estoy haciendo para saciarlo?
• ¿Identifico todo aquello de lo que tengo que despojarme para alcanzar a ser plenamente yo mismo?
• ¿Qué medios estoy poniendo para para conocerme más?
Vivamos nuestra fe
¿Qué haré para cooperar con la gracia?
Acciones personales
• Pídele al Señor en tu oración que te ayude a conocerte a ti mismo a la luz de la verdad.
• Realiza una visita al Santísimo y responde en tu interior. ¿Quién soy? ¿Qué necesito purificar para ser quien realmente soy?
• Escribe dos medios concretos que vas a poner para conocerte más a ti mismo y esfuérzate por cumplirlos.
• Resuelve el cuestionario del Anexo 1.
Acciones comunitarias
• Lean el texto de Anexo 1 y dialoguen sobre él.
• Mediten sobre el tema de la Humildad con los textos que les proponemos en el Anexo 2.
Celebramos nuestra fe
Recemos en Comunidad
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Lector 1:
«Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»[20].
Monitor:
Señor Jesús, te pedimos que nos ayudes a ir conociéndonos cada vez más y que podamos acoger tu gracia para poder alcanzar la santidad. Recemos juntos la oración «Que te conozca y me conozca»[21]:
Señor Jesús, que me conozca a mi
y que te conozca a Ti,
Que no desee otra cosa sino a Ti.
Que me odie a mí y te ame a Ti.
Y que todo lo haga siempre por Ti.
Que me humille y que te exalte a Ti.
Que no piense nada más que en Ti.
Que me mortifique, para vivir en Ti.
Y que acepte todo como venido de Ti.
Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti.
Que siempre escoja seguirte a Ti.
Que huya de mí y me refugie en Ti.
Y que merezca ser protegido por Ti.
Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti.
Que sea contado entre los elegidos por Ti.
Que desconfíe de mí
y ponga toda mi confianza en Ti.
Y que obedezca a otros por amor a Ti.
Que a nada dé importancia sino tan sólo a Ti.
Que quiera ser pobre por amor a Ti.
Mírame, para que sólo te amé a Ti.
Llámame, para que sólo te busque a Ti.
Y concédeme la gracia
de gozar para siempre de Ti. Amén.
Lector 2:
Miremos siempre a María; quien representa para nosotros el modelo de la santidad auténtica, que se realiza en la unión con Cristo.
Todos:
Aseméjanos a ti, y enséñanos a caminar por la vida tal como Tú lo hiciste: fuerte y digna, sencilla y bondadosa, repartiendo amor, paz y alegría.
En nosotros recorre nuestro tiempo preparándolo para Cristo Jesús. Amén
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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ANEXO
Extracto de la Encíclica Fides et Ratio: Descargar aquí
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NOTAS
1. San Agustín, In Ps. XLI, 13.
2. Antropología: Estudio de la realidad humana. Ciencia que trata de los aspectos biológicos y sociales del hombre.
3. Ver Concilio Vaticano II, Constitución, Gaudium et Spes, 22.
4. Miguel Salazar, Persona humana y reconciliación,segunda edición, Vida y Espiritualidad, Lima 1992. P. 11.
5. Miguel Salazar, Persona humana y reconciliación,segunda edición, Vida y Espiritualidad, Lima 1992. P. 12.
6. San Juan Pablo II, Encíclica Redemtor Hominis, 13.
7. Alfredo Garland, Centro de Estudios Católicos, 5 de Diciembre de 2013.
8. Rm 7,15.
9. Camino Hacia Dios, Tomo II La confianza en Dios, Vida y Espiritualidad, Lima 1999, P. 56.
10. Benedicto XVI, Audiencia General, miércoles 6 de febrero de 2013.
11. San Juan Pablo II, Encíclica Fides et Ratio, 28.
12. Camino Hacia Dios, El hombre ser para el encuentro, Tomo 1, PP. 117-118.
13. Ver Gaudium et Spes 22.
14. San Juan Pablo II, Mensaje a los jóvenes, Lima 15 de mayo de 1988.
15. Propositio 9; Ver Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22.
16. Jn 14,6.
17. Rm 8,29.
18. Exhortación Apostólica Ecclesia In America, 10.
19. Camino Hacia Dios n. 155 “Con Hambre de Dios”.
20. Mt 5,48.
21. San Agustín.