T. TRINIDAD Y CREACIÓN – Segunda Parte
Miramos la realidad
«Hemos sido creados por la Trinidad»[1]. La creación y particularmente la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, manifiestan en su ser la impronta de la Comunión Trinitaria, ya que la comunión en el amor de las personas divinas está al inicio de su naturaleza y de su historia.
Por esta razón, cada movimiento, actividad, facultad y capacidad humana está transida por los dinamismos de comunión impresos por Dios-Trinidad, fuente y meta de nuestra existencia personal.
Cuando se dice que el hombre es imagen y semejanza, se está señalando una realidad en lo hondo de la persona humana que está signada por la relación del hombre con Dios.
Es por esto que la comunión con Dios y con nuestros hermanos, llena nuestras vidas y les da sentido.
¿Quieres seguir profundizando en la relación que tiene Dios, comunión de Amor, contigo?
Iluminamos al mundo con la fe
«El hombre es la única creatura a la que Dios ha amado por sí misma»[2].
1. El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios
Esta verdad revelada es esencial en la antropología cristiana. Sobre ella se edifica y se expresa el valor inconmensurable de la persona humana, su dignidad y, especialmente, el amor predilecto que Dios ha manifestado por ella.
La Tradición de la Iglesia ha tratado de reflexionar con hondura sobre esta verdad fundamental en la cual radica la dignidad personal que distingue al hombre de todas las demás creaturas de la Tierra. Aquí se pretende solo dar algunos elementos importantes que permitan profundizar en esta realidad.
Ser imagen de Dios es para el hombre un misterio, el cual solo puede comprender a partir de los efectos que él mismo experimenta y que Dios le revela; ser imagen de Dios pone al hombre por encima de todas las creaturas, ello lo vemos por ejemplo en su intelecto, voluntad, conciencia, capacidad reflexiva, potencia creadora, la palabra, señorío sobre el mundo, entre otros.
«En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios lo hizo… y él dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina»[3].
La persona humana está sellada por una relación originaria con Dios que precede toda facultad o actividad humana.
Es porque el hombre es imagen de Dios que tiene ciertos dinamismos fundamentales, facultades y perfecciones que le son participadas por Dios y que no comparte con otras creaturas[4]. A partir de esto se puede comprender que la diferencia del hombre con las demás creaturas no es solo cuantitativa, sino radicalmente cualitativa.
El hombre es una creatura que se distingue de los demás seres no porque sea más evolucionado en sus potencias o capacidades intelectuales, volitivas o creativas, sino porque Dios mismo está incluido en su definición como persona humana y ha entablado con él una relación tan particular que lo hace único e irrepetible incluso dentro del círculo de la misma especie humana.
Cuando el libro del Génesis dice que Dios insufló su espíritu de vida en el hombre[5] quiere indicar precisamente que Dios comunicó al hombre su misma vida. A pesar de que esta verdad pueda parecer radical y escandalosa para algunos, la persona humana de entre todas las creaturas de Dios es la única llamada a participar de la naturaleza divina, a ser símil a Dios, «partícipes de la naturaleza divina»[6].
Ser imagen y semejanza de Dios implica que en el ser humano hay dinamismos que reflejan la vida divina, especialmente las dinámicas propias del Ser y el Amor. Así lo comprendemos por la historia de la salvación y, especialmente, por la revelación que Dios hace de sí mismo a través de los misterios de la vida de Jesucristo.
Algunos Padres de la Iglesia han distinguido[7] la imagen de la semejanza viendo en la imagen un elemento más estable, duradero e imborrable (por el pecado original), ligando además a una reflexión sobre las dinámicas propias de la existencia. En la semejanza se ha visto una realidad más dinámica, relacionada con la comunión y la vocación sobrenatural al Amor de la persona humana.
El hombre siendo imagen de Dios está llamado a ser semejante a Dios. Entre más semejante es a Dios más resplandece su imagen divina pues naciendo de un diálogo en el que Dios toma la iniciativa, se mantiene en la existencia por la fidelidad creadora de Dios y a partir del don de la libertad es invitado a entrar en comunión con Dios-Trinidad.
Por estas razones la Revelación de Dios como Trinidad es fundamental para la compresión de la persona humana. Solo a la luz de la Revelación que el Hijo hace de la vida intradivina, el hombre puede emprender el camino hacia la comprensión de su realidad personal y los dinamismos que de ello se desprenden.
2. Hombre y mujer los creó
Todos los hombres son creados a imagen y semejanza de Dios, en ello radica la dignidad de la persona humana y la igualdad fundamental de todo el género humano. Sin embargo, Dios entabla un diálogo personal con cada uno, tan personal e íntimo que hace de cada ser humano un ser único e irrepetible.
La persona es única para Dios y para los demás. Pero a pesar de lo que podría pensarse, la unicidad de la persona humana no está cerrada sobre sí misma; al contrario, la realidad de la alteridad le es fundamental para su propia comprensión.
Del mismo modo como en la Trinidad, la unidad que es inefable brota de la comunión de las personas divinas, de este mismo modo el hombre es llamado a entrar en comunión con el Padre a través de la persona del Hijo en el Espíritu Santo.
El hombre de este modo está llamado a vivir con sus hermanos humanos, y especialmente con la mujer, la dinámica propia de la comunión. Creando Dios al hombre y a la mujer manifiesta nuevamente a la persona humana, su ser imago Trinitatis (imagen de la Trinidad).
El matrimonio, en este sentido, manifiesta de modo particular la dinámica propia de la comunión. El hombre y la mujer, siendo dos individuos distintos, son llamados a unirse y ser una sola carne.
La dinámica propia del amor matrimonial manifiesta la realidad icónica de la persona humana, pues el hombre y la mujer están llamados en su existencia terrena a reproducir con su unión en el amor la íntima y eterna unidad divina y la unidad de Dios con la Iglesia.
3. Señor de la creación (dominar la tierra y llevarla a su plenitud)
Inmediatamente después de que Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» declara parte de la misión terrena del hombre «para que domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y toda la Tierra, y a todos los reptiles que reptan sobre la Tierra»[8]. Dios comunica también al hombre el poder de ser señor de la creación.
Ser señor de la creación es una consecuencia de la condición icónica del hombre y tiene como objetivo la comunión. El hombre es llamado a dar y vivir en armonía con la creación, reproduciendo la obra creadora de Dios en el mundo que crea y ordena el mundo mediante la palabra y el amor.
Grandes monarcas del mundo antiguo erigieron sus propias imágenes o acuñaron sus propias monedas como manifestación de su poder real. En este sentido, el Génesis parece indicar también que el hombre, porque es imagen de Dios, ejerce el poder de señorío sobre la creación. Sin embargo, se debe insistir en que el señorío no puede ser considerado en sí mismo sino en cuanto manifiesta la relación especialísima de Dios con el hombre y su inmenso amor, de este modo entendemos la voz del salmista que se pregunta con asombro:
«Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser huma-no, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies: rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por el mar. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la Tierra!»9.
4. Dinamismos fundamentales de Permanencia y Despliegue
A la luz de cuanto nos ha revelado Dios, podemos decir que los hombres, por el hecho de ser imagen y semejanza de Dios, participan de los dinamismos trinitarios de Permanencia y Despliegue[10].
Estos dos dinamismos de la persona, como hemos visto en el tema 5, son complementarios, no se pueden entender separados uno del otro. Tienen su fundamento en la Trinidad y nacen de la vocación del hombre a la comunión, se retroalimentan mutuamente y se experimentan como hambres de infinito que buscan su plenitud en el Amor.
a. Dinamismo de Permanencia
Dios Es y permanece siendo lo que Es eternamente[11]. Dios es el Ser por excelencia, solo Él permanece por sí mismo. He aquí un primer elemento de la permanencia. Ella está vinculada a la existencia necesaria de Dios. Además, podemos decir que en las relaciones intratrinitarias cada persona es más en cuanto más se dona a los demás, es decir, el Padre es más Padre cuanto más se entrega al Hijo y de la misma manera el Hijo y el Espíritu Santo son más ellos mismos en cuanto más se entregan al Padre. La permanencia está aquí vinculada a la comunión, cuanta más relación hay con las demás personas tanto más se afirma el propio ser, cuanto más se dona cada una de las Personas trinitarias, cada una de ellas puede afirmar con mayor propiedad: Soy.
En las relaciones intratrinitarias cada persona es más en cuanto más se dona a las demás. En el hombre este dinamismo de permanencia es análogo, ya que el hombre «existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y solo puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador»[12].
Esto quiere decir que el hombre, creado por Dios, subsiste por la eterna fidelidad divina. Nuestra permanencia es un constante movimiento que trata de «echar raíces»[13] en el ser de Dios. El hombre experimenta una fuerte ansia por permanecer en el ser, por echar raíces en Dios. Por esto, debe madurar existencialmente entendiendo que este acto que es no depende puramente de su voluntad. Por ello, es siempre invitado a confiar en Dios. En ese Dios que se muestra fiel y que constantemente renueva su amor por cada hombre, que le repite a cada uno en el silencio de su interior: «Quiero que existas»[14].
Como habíamos dicho la permanencia trinitaria está ligada no solo a la existencia, sino también a la consistencia que encuentra el propio ser en la relación con el otro. Por ello, también la persona humana encuentra su consistencia en el don radical de sí misma. La permanencia es, podríamos decir, el fundamento de la capacidad de salir de nosotros mismos, y por ello aquella que nos permite decir confiadamente y con propiedad: «Soy».
De la misma manera que sucede en nuestra relación personal con Dios, sucede con las relaciones humanas.
De una parte la constante relación con los demás afirma nuestra propia persona. El «yo» se va forjando también en la relación con los «tu humanos». Y de otro lado, el hombre crece más en su experiencia de permanencia mientras más se sabe amado y amando. Psicológicamente, por ejemplo, se experimenta como un crecimiento en la seguridad personal y en la experiencia del propio valor. Como decía el Papa San Juan Pablo II:
«El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente»[15].
b. Dinamismo de Despliegue
El amor Trinitario se distiende, es dinámico, no está muerto o petrificado, al contrario se da y se expande en forma infinita. Cada Persona Trinitaria, desde la posesión de sí misma, se dona libre y confiadamente a las demás. El Padre se da todo sin guardarse nada para sí al Hijo y al Espíritu Santo. Igualmente, con la misma radicalidad, el Hijo se da todo al Padre y al Espíritu, y el Espíritu Santo se da al Padre y al Hijo. El despliegue es la dinámica libre, confiada y plena de amor en que viven las Personas de la Trinidad. Un continuo movimiento de darse y recibirse en el Amor sin que por ello se disuelva el uno en el otro.
De alguna manera la permanencia es el fundamento del despliegue, ya que el despliegue de la persona humana solo se realiza en la medida en que responde al amor que le participa la Trinidad.
Es decir, en la medida en que echa raíces en el amor del Hijo al Padre en el Espíritu Santo, la persona crece según la medida del amor. Dado que es por la mediación del Señor Jesús que entramos en el dinamismo del amor Trinitario, el verdadero despliegue es para el ser humano según la persona del Señor.
Por tanto, para el hombre el despliegue es —desde su libertad que acepta el amor de Cristo como camino de plenitud— la donación libre, confiada y por tanto radical de sí mismo a Dios y a sus semejantes según el divino Plan.
La figura bíblica del árbol o la vid, usándola para nuestro propósito, nos puede dar algunas luces. El árbol no crece y no tiene consistencia si no tiene raíces profundas, si no está bien arraigado en la tierra. Cuanto más grandes son sus raíces, mayor tiende a ser la altura del árbol que se desarrolla. Las raíces extraen de la tierra los nutrientes necesarios para el crecimiento de la vid, que con el cuidado del viñador crece y se desarrolla para dar buen fruto[16]. De esta misma manera, el hombre alimentado por el amor crece y se desarrolla según el Plan del Viñador. Es también por esta razón que cuanto el hombre más crece en su fe de manera integral, crece su espacio de libertad para donarse a los demás en forma auténtica y generosa.
5. Nuestra experiencia humana encuentra luz en la Revelación
Nuestros dinamismos fundamentales están signados por la Comunión que vive la Trinidad.
Por ello, estos dinamismos nos reclaman un encuentro que nos plenifique, un encuentro que satisfaga nuestra hambre infinita de permanecer en el amor y de donarnos libremente según él, como Cristo en la cruz.
La experiencia del encuentro auténtico con los demás nos ayuda a constatar esta nostalgia infinita de encuentro con Dios Amor.
Por ejemplo, cada vez que hacemos algo bueno para un necesitado nos alegramos, cada vez que logramos sanar la tristeza de un afligido nuestro corazón se alegra. Nos alegramos también al saber que hemos atendido bien a un huésped que viene a nuestra casa, incluso le damos lo mejor que tenemos, sacrificando nuestras propias comodidades. Una madre y un padre se conmueven de alegría ante los triunfos y buenas acciones de sus hijos, asimismo el hijo se llena de orgullo y de alegría por los de sus padres. Un apóstol se alegra con la conversión de aquellos a quienes predica.
Todas estas experiencias son ecos de nuestra verdadera identidad. Son signos de los dinamismos de Permanencia y Despliegue que buscan una inagotable fuente de felicidad que los potencie al infinito. Cada encuentro auténtico con los demás nos revela la dinámica propia del Amor:
Cuanto más amo, cuanto más me doy a mí mismo al otro, más soy yo mismo, más necesito el amor y soy más feliz.
El amor para el cual hemos sido hechos sella nuestro ser desde su raíz. Todo en nosotros está hecho y ordenado a la comunión y al amor.
6. Nuestra relación con la Trinidad
Sin dedicarnos a reflexionar en la especificidad de la relación que puede entablar el hombre con cada una de las personas de la Trinidad[17], podemos decir que el primer paso en esta relación de amistad es la fe. Una fe que debe renovarse constantemente en nuestra relación con el Señor Jesús y que debe inducirnos a abrirnos a la totalidad de la realidad de la vida, a ser conscientes de que nuestra vida es sostenida por Dios que nos ama, por Dios que está siempre presente.
Dios hace algo mayor en su deseo de encontrarnos. El Padre me presenta el rostro concreto del Hijo para que pueda entrar en su comunión de amor a través de una relación personal concreta.
La mediación que se lleva a cabo en la Encarnación del Hijo significa que Dios es para cada uno el Cercano. El Hijo se ha hecho hombre y comparte con nosotros cada mínima preocupación, dolor y sufrimiento. Conoce todo de nosotros. No se arredra ante nuestro pecado y se alegra inmensamente con nuestras grandezas. Sabe compartir nuestras victorias contra el mal, sabe recordarnos lo esencial de nuestra vida ante los sacrificios y exigencias que nos presenta la vida y nos invita sin cesar a vivir un amor sin límites siguiendo su ejemplo.
La Encarnación es la manifestación del deseo de Dios por entablar con cada hombre una relación paternal y una relación de amistad auténtica.
Una verdadera paternidad y al mismo tiempo una amistad que abre nuestra mente a la verdad, nuestro corazón al amor y que nos permite actuar en coherencia con aquello que pensamos, sentimos y predicamos. La amistad de Jesús además nos permite reconocer nuestro llamado a la comunión universal y nuestra vocación particular.
El Espíritu Santo establece una relación personal con cada cual[18], derramando el amor de Dios en la vida interior[19]. Por esto debemos esforzarnos por abrirnos a Él, en esta relación. Él es el que pone una señal[20] en aquellos que vivifica[21], guiándonos a la verdad que nos hace libres[22], llenándonos de esperanza[23], infundiéndonos fuerza[24], ayudándonos a rezar[25] y dirigiéndonos en la praxis apostólica y en la vida cotidiana en la fe[26]. Él viene a nuestros corazones y nos permite decir Abbá, Padre[27], Él es el santificador, por él y con él me conformo con Cristo para agradar y obedecer al Padre en todo.
El hombre se relaciona, además, con la Trinidad de una manera fundamental en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía. Siendo incorporados por el bautismo en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, cada uno de los sacramentos permite en nosotros la acción santificante y vivificante del Espíritu Santo, que nos guía y nos une más al Hijo y por medio suyo al Padre.
Interiorizamos
¿Cómo vivo esto?
«Debo aprender día a día que yo no poseo mi vida para mí mismo. Día a día debo aprender a desprenderme de mí mismo, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de mí en cada momento, aunque otras cosas me parezcan más bellas y más importantes. Dar la vida, no tomarla. Precisamente así experimentamos la libertad. La libertad de nosotros mismos, la amplitud del ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo personas necesarias para el mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Solo quien da su vida la encuentra»[28].
Preguntas para el diálogo
• ¿Te relacionas en tu vida cotidiana con las personas de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo?
• ¿Qué implicancias trae a tu vida el ser imagen y semejanza de Dios?
• ¿Reconoces en ti ese deseo de amar y entregarte a los demás y la alegría que esto te comporta?
• ¿Cómo puedes ganar en libertad en tu vida, para ser tú mismo?
• ¿Reconoces la imagen de Dios en tu persona y en las personas que te rodean?
¿Qué haré para cooperar con la gracia?
Acciones personales
• ¿Eres consciente de que Dios te busca para entablar una relación personal contigo?,
¿Buscas entrar en relación con Dios Trinidad? Ponte medios concretos para lograrlo.
• Realiza una visita al Santísimo para pedirle que te ayude a ser cada día más tú mismo,
viviendo de acuerdo a tus dinamismos fundamentales.
• Escoge algunas de las siguientes citas, para meditar en tu relación con el Espíritu
Santo:
– Ex 9,4ss; Ef 1,3.
– Jn 6,63.
– Jn 16,13-15; 8,32; 14,17.26; 15,26; Ef 2,18; 2Co 3,17.
– Rm 5,5; 15,13.
– Rm 15,13; Hch 1,8.
– Ef 6,18; Rm 8,15. 26.
– Hch 13,4; 16,6ss; Gal 5,16ss.
– Gal 4,4-5.
• Examínate como estas viviendo tus relaciones fraternas con los demás.
Acciones comunitarias
• Lean el texto de Anexo y dialoguen sobre él.
• Realicen una actividad con el grupo en la que puedan tener un espacio para compartir comunitariamente.
• Hagan una actividad de ayuda solidaria
• Vean la película de San Alberto Hurtado “Crónica de un hombre santo” y/o de la
Madre Teresa de Calcuta “Teresa de Calcuta”, conversen sobre cómo vivieron sus
dinamismos de permanencia y despliegue.
Celebramos nuestra fe
Recemos en Comunidad
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Lector:
«Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia»[29].
Monitor:
Señor Jesús queremos crecer en nuestro amor a tí y reconocerte como el Señor de nuestras vidas. Queremos darte gracias por crearnos a imagen y semejanza tuya.
Ayúdanos a ir conociéndote cada vez más y acogiendo tu gracia para poder profundizar en nuestra grandeza y dignidad como personas.
Rezamos juntos el Salmo 8:
Todos:
«Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas. ¡Oh Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra!»[30].
Monitor:
Miremos siempre a María; quien con su sí, acogió en su seno al Señor Jesús y pidámosle nos cubra con su manto protector, para ser quienes realmente somos.
Cantamos: «Madre nuestra»
Todos:
MADRE NUESTRA, QUE EN MEDIO DE LA NOCHE
DISTE AL MUNDO LA LUZ DEL REDENTOR,
DANOS HOY OTRA VEZ AL ESPERADO,
QUE ANDAMOS COMO OVEJAS SIN PASTOR. (2v)
1. María se llamaba la Virgen que ante el Ángel,
aceptando el llamado un «Sí» rotundo dio.
En esa Madre nuestra el que hizo tierra y cielo,
Dios Todopoderoso, un día se encarnó.
2. Aquel a quien adoran el sol y las estrellas,
el que viste las flores y amansa el fiero mar,
Dios que a todos ama, con toda su grandeza
del seno de María muy pronto nacerá.
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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ANEXO
– El hombre, imagen de Dios, es un ser espiritual y corporal: Descargar aquí
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NOTAS
1. San Juan Pablo II, Audiencia General 5/03/1986 (Se recomienda la lectura de esta audiencia).
2. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 24.
3. Catecismo de la Iglesia Católica, 704.
4. Es importante tener en cuenta que la persona humana es también un misterio que no se reduce a sus manifestaciones y facultades. Estas simplemente manifiestan y muestran lo que la persona es en modo constitutivo.
5. Ver Gn 2,7.
6. 2Pe 1,4.
7. En la correcta distinción de la imagen y la semejanza no se puede perder de vista que hacen parte de la unidad dinámica que es la persona humana, y por ello se debe reflexionar siempre la intrínseca relación que existe entre ellas.
8. Gn 1,26.
9. Sal 8,4-9.
10. Ver el desarrollo del tema 4, de este manual de formación: Dinamismos Fundamentales.
11. Ex 3,14.
12. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, 19.
13. Ver Jn 15.
14. Es fácil perder de vista este elemento. La existencia y la libertad humana tienen una autonomía que nos puede engañar y hacer perder de vista la acción de Dios en nosotros. Por eso, es importante madurar en la idea y no olvidar que la autonomía y la liberad de la existencia humana es siempre participada; es decir, no depende enteramente de sí misma.
15. San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, 10.
16. Ver Jer 17,7-8; Sal 1; Jn 15.
17. Es recomendada la lectura de las encíclicas del Papa San Juan Pablo II, Dives in misericordia, Redemptor hominis y Dominum et vivificanten, cada uno con un acento especial en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, respectivamente.
18. Ver 1Cor 3,16; 1Jn 3,24.
19. Ver Rm 5,5.
20. Ver Ex 9,4ss; Ef 1,3.
21. Ver Jn 6,63.
22. Ver Jn 16,13-15; 8,32; 14,17.26; 15,26; Ef 2,18; 2Co 3,17.
23. Ver Rm 5,5; 15,13.
24. Ver Rm 15,13; Hch 1,8.
25. Ver Ef 6,18; Rm 8,15. 26.
26. Ver Hch 13,4; 16,6ss; Gal 5,16ss.
27. Ver Gal 4,4-5.
28. Benedicto XVI, Homilía del IV Domingo de Pascua, 7 de mayo de 2006.
29. Col 1,16-17.
30. Sal 8,4-10.