T. TRINIDAD Y CREACIÓN – Primera Parte
Miramos la realidad
Partiendo del misterio de la Anunciación-Encarnación, momento culmen de la historia en el que Dios se revela a sí mismo al hombre a través de su Hijo, la Iglesia iluminada por la gracia del Espíritu Santo va meditando y encontrando las verdades fundamentales sobre Dios – Trinidad, el hombre y la creación.
Sobre esto el Catecismo nos enseña «“En el principio existía el Verbo […] y el Verbo era Dios […] Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho”[1]. El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. “En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra […] todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia”[2]. La fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el “dador de vida”, “el Espíritu Creador…”»[3].
De rodillas ante el misterio de Dios-Trinidad, el hombre se encuentra con la huella que su creador ha dejado en el mundo y en su corazón. Una huella de amor y libertad, una amorosa fidelidad providente manifestada en su Plan y al mismo tiempo una respetuosa y no invasiva acción arbitraria.
¿Quieres profundizar más en el misterio de
Dios-Trinidad, que es Amor?
Iluminamos al mundo con la fe
Delante de la Trinidad y su obra de creación, es importante tener en cuenta que las realidades a las que nos aproximamos son misterios. Y diciendo que son misterios, queremos afirmar dos cosas:
• Primero que, con misterio se debe entender que no es un objeto de estudio que puedo poner ante mí como un problema para resolver, yo mismo estoy ya implicado en la reflexión. El misterio, al implicarme, me compromete personalmente. Las reflexiones sobre Dios y la creación inciden directamente sobre mi vida. La actitud ante el misterio debe ser la reverencia.
• En segundo lugar, con misterio queremos decir que es una realidad en la que incluso a primera vista pueden haber elementos que nos parezcan inconciliables con las exigencias de la razón. Además, las palabras quedarán siempre cortas para expresar su realidad.
Por esto tenemos que aproximarnos con mucha humildad, ante los misterios de la Trinidad y la Creación, profundizando en ellos a partir del don de la fe.
Cuenta la historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa, pensando en el misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar. El niño corría hasta la orilla, llenaba la concha con agua de mar y depositaba el agua en el hoyo que había hecho en la arena. Viendo esto, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el agujero en la arena. Al escucharlo, San Agustín le dijo al niño que eso era imposible, a lo que el niño respondió que si aquello era imposible hacer, más imposible aún era el tratar de descifrar el misterio de la Santísima Trinidad.
Habrán siempre preguntas abiertas que pueden emplear largos años de oración, reflexión y experiencia de vida. Por eso, nos invitan a un continuo y serio esfuerzo personal por profundizar en ellos. Un esfuerzo no solo intelectual, sino sobre todo un esfuerzo nacido y sostenido por aquello que llamamos la teología de los santos, es decir, la verdad que se hace vida a partir del diálogo y encuentro personal con el Señor Jesús en la fe de la Iglesia.
1. Por Cristo a la Trinidad
Cronológicamente hablando, es a partir de la Encarnación y de los misterios de la vida del Señor Jesús que la Iglesia se pregunta sobre la Trinidad. Es decir, a partir de la revelación de Dios en Jesucristo, podemos decir que Dios es Uno y Trino.
Ya en la creación podemos ver los vestigios de la Trinidad. Sin embargo, reconocerlos no sería posible sin la revelación que Dios hace de sí mismo al hombre.
a. «Yo Soy el que Soy»[4]
En nuestra reflexión, la revelación de Dios en la zarza ardiente ilumina dos elementos importantes a la hora de considerar la realidad divina y su relación con el hombre. Estos son la inefabilidad[5] divina y su señorío sobre la existencia y, al mismo tiempo, su íntima cercanía al hombre.
En primer lugar, cuando Dios dice llamarse «Yo Soy el que Soy» evita definirse con una representación humana. A diferencia de todos los dioses de los pueblos vecinos de Israel, Dios dice tener un nombre que está por encima de cualquier aprehensión humana. Su presencia es trascendente e inefable. Él es el Dios que está por encima de cualquier dios extranjero y con ello quiere manifestar a Israel que es el único Dios verdadero.
En segundo lugar, es importante destacar que YHYW[6] se define como «el Dios de nuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob»[7]. Es decir, es el Dios cercano, el Dios que se preocupa por el presente del hombre y lo sostiene con su fidelidad. Cuando Dios dice que Es aquel que Es, está diciendo que es un Dios que permanece fiel a sí mismo y a sus promesas, que permanece fiel a los hombres con quienes ha hecho una alianza.
En muchos estudios, se ha tratado de encontrar el significado literal del tetragrama YHWH. Más allá de las diferencias que pueden encontrarse de estudio a estudio, hay que destacar el unánime reconocimiento de la relación del nombre divino con el verbo ser.
La Tradición de la Iglesia, recogiendo lo esencial de todas estas perspectivas, ha visto que «la revelación del Nombre inefable «Yo Soy el que Soy» contiene la verdad de que solo Dios Es. En este mismo sentido, ya la traducción de los Setenta[8] y, siguiendo la Tradición de la Iglesia, han entendido el Nombre divino: «Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer. Él solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es»[9].
b. «Dios es Amor»[10]
Viendo la revelación que Dios hace de sí mismo en Cristo e inspirado por el Espíritu Santo, dirá san Juan en su primera carta «Dios es Amor»; yendo más allá de cualquier comprensión humana, Dios revela que su misma esencia es el Amor. Él mismo es una eterna comunión de Amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El único Dios verdadero es el Amor, y esto quiere decir según la revelación: la libre, gratuita y radical donación de cada persona trinitaria a las demás y la libre y confiada acogida del don de las demás en modo de vivir una inefable unidad que no destruye la distinción entre ellos.
Podemos decir que en Dios hay como un movimiento «triangular» perfecto en un misterio unitario de Amor, un eterno movimiento de acogida y donación. Esta dinámica intratrinitaria corresponde a cuanto nos ha manifestado la vida misma del Verbo encarnado. En Cristo vemos una radical unidad del Hijo con el Padre y al mismo tiempo una real distinción, que no es división: «Yo y el Padre somos uno»[11].
Esta unidad y distinción se manifiestan en todos los momentos en los que el Hijo se da en forma radical al Padre, y particularmente en el extremo amor que el Hijo muestra por el Padre en la cruz. El Padre acoge siempre a su Hijo y le entrega todo, y la respuesta más radical del Padre al extremo de la Cruz es la resurrección de Jesucristo[12].
En la Encarnación del Verbo, Dios no solo ratifica la revelación de la zarza ardiente, sino que la ilumina excelsamente. Dios es aquel que Es, aquel quien posee la existencia por derecho propio y quien puede donarla por libre decisión de su voluntad. Y cuando crea, crea por amor.
Dios Es y es Amor, es aquel que ama y se mantiene fiel a sí mismo, a sus actos y promesas. Cuando ha creado el mundo, no lo ha dejado a su arbitrio sino que lo ha conservado y lo conserva con su amor de modo que el hombre pueda realizar su vocación de entrar en la comunión con el Amor de donde fue concebido y para el que fue hecho.
2. Importancia de la Trinidad para entender la Creación
El Hijo nos da acceso a la Trinidad, a Dios que Es. Este hecho es de una importancia capital, ya que a través de la comprensión de Dios como Trinidad y de su vida íntima obtenemos luces fundamentales en la comprensión de la creación y la persona humana[13]. En este caso, nos detendremos más detalladamente en la luces que arroja la Trinidad para comprender el acto de la creación y el mundo existente. De la relación entre Trinidad y persona humana, nos ocuparemos en el siguiente tema del programa.
a. La creación es obra de la Trinidad
La revelación veterotestamentaria y aquella del Nuevo Testamento ponen condiciones ineludibles para contemplar la creación. Como hemos insistido, la fe en este punto viene a iluminar y ampliar el espectro de comprensión de la razón que se experimenta, limitada ante la contemplación de tal misterio.
«Dios Trinidad ha querido, por un libérrimo acto de su voluntad, crear el universo y al hombre»[14], estableciendo con ello una relación con cada una de sus creaturas, pero especialmente con el hombre, creado a su imagen y semejanza, a quien se dirige como un tú personal.
Tanto el hombre como las creaturas del mundo manifiestan la impronta de su Creador, en ellas se refleja el esplendor, la bondad y el amor de Dios-Trinidad. De este modo, el Génesis nos relata cómo Dios, al terminar cada uno de los días de creación, veía que cuanto había hecho «era bueno»[15].
La bondad de la creación no es un mero juicio de carácter estético, es decir, no se refiere solo a la belleza y perfección de las creaturas, sino a la intrínseca bondad de cada uno de los seres vivientes. Todo cuanto existe participa en diversos grados del ser de Dios y se mantiene en la existencia por el amor divino que se manifiesta fiel eternamente.
Esto es una consideración esencial a la hora de aproximarse cristianamente a la creación. Suele suceder que el drama de la existencia humana, la libertad y el mal nos ponen preguntas difíciles de responder que pueden hacernos dudar de esta verdad esencial, es decir, que la Creación es buena en sí misma y no se mueve al ritmo del capricho o voluntad divina.
Dios crea y sin dejar de velar por cada uno de sus seres, como nos relata el Evangelio[16] no se entromete a voluntad en el curso de la creación. Él siendo Dios se rige por las «reglas» de su esencia que es el Amor; es decir, respeta la libertad y la recta autonomía de sus creaturas sin que por ello deje de tener poder y conocimiento de cada cosa existente.
b. En el Hijo fueron creadas todas las cosas
La creación es una obra unitaria de la Trinidad, sin embargo, las personas divinas intervienen de modo distinto en ella, dicho de otro modo intervienen de modo personal.
El Nuevo Testamento en varios pasajes fuertemente cristológicos ilumina las enseñanzas del Génesis, distinguiendo a las Tres Personas divinas en la obra creadora.
Leyendo en retrospectiva, San Juan y San Pablo[17] entendieron que la obra de reconciliación mediante la encarnación-muerte y resurrección del Hijo tiene un dinamismo que se inicia con la creación.
A través del Hijo, fueron creadas todas las cosas. Por ello, «convino» que fuese el Hijo el mediador de la obra de redención y el artífice perfecto de la nueva creación.
La creación y especialmente el hombre, a través de la «imagen increada de Dios invisible», mediante la fuerza vivificante del Espíritu, vienen reconciliados con Dios de la ruptura introducida por el pecado.
El himno de la carta a los Colosenses[18] insiste además en decir que siendo el Hijo «anterior a todas las cosas, todas subsisten en él». El himno nos da a entender, pues, que el Hijo además de ser aquel en quien fueron concebidas todas las cosas, es aquel en quien el hombre y toda la creación encuentran el sentido de su existencia.
Pero se debe hacer un alto y preguntarse: ¿por qué interesarse de la reflexión cristológica en este momento? De las muchas razones que se pueden argüir para responder a esta pregunta, se darán aquí solo algunas para incentivar la reflexión:
«En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe»[21]
En primer lugar, porque la creación encuentra sentido en Él y a través de Él debe alcanzar su realización. En Cristo, la creación encuentra orden y armonía y el hombre encuentra el sentido último de su vocación como persona humana y como artífice de reconciliación con Dios, con sus hermanos humanos y con la creación toda[19].
En segundo lugar, el misterio de la vida del Hijo nos invita a ver el misterio de la vida humana desde una perspectiva histórica, es decir, desde la perspectiva del ciclo reconciliador (creación, pecado y reconciliación). La luz que arroja el misterio de la encarnación sobre la vida íntima de Dios y sobre la creación toda es ahora imprescindible a la hora de abordar las preguntas esenciales de la existencia humana.
Y en tercer lugar, invita a entrar en la lógica del misterio del amor de Dios. La Encarnación, al igual que la creación, son solo comprensibles a la luz de la sobreabundancia del amor divino. Fuera del amor, la creación es un enigma que termina por absolutizar los mitos que tratan de explicarla.
Que el Hijo de Dios haya asumido la naturaleza humana y se haya humillado hasta la muerte y muerte de cruz[20] nos excluye grandes dificultades para reflexionar sobre la creación.
c. Creados libres
El amor de Dios por el hombre se manifiesta en forma privilegiada en la libertad a él concedida.
Para que haya verdadera comunión, es necesaria la libertad. El hombre debía ser libre, libre de elegir el amor de Dios. Sin embargo, el riesgo del libre albedrío es la negación del límite propio de la naturaleza humana.
El hombre no es Dios y por esta razón no puede alterar o ser indiferente a las reglas y estructuras que Dios ha diseñado para regir el mundo. Existía pues la posibilidad de la rebelión delante del límite, de que el hombre diese la espalda a Dios y a su Plan de comunión. En otras palabras, existía la posibilidad de la desobediencia y del pecado.
El pecado, de esta manera, nace de la libre decisión humana, consciente o no de todas las consecuencias que la rebelión puede traer, de alejarse de la voluntad del Creador.
Así como la dinámica propia de ser seres contingentes y limitados, el pecado original se convierte en una clave esencial para iluminar el misterio de iniquidad. Sin este dato esencial, la creación y el mismo hombre serían incomprensibles integralmente[22].
Para la reconciliación, Dios no atropella o pasa por alto esta condición esencial del ser humano y de lo creado. Coherente con cuanto había hecho, no prescinde de la libertad humana para realizar su obra de reconciliación.
Es en este modo que vemos que a María, representante de toda la humanidad, libremente pronuncia el «Sí», el «Hágase», que abre las puertas del género humano a la potencia salvífica de Dios que se hace carne, haciéndose uno de nosotros en todo, menos en el pecado.
Dios en su infinito amor y en su perseverante fidelidad se ha puesto humildemente ante la libertad del ser humano: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo»[23]. Este respeto profundo a la libertad de la creatura es fruto del magno amor que el Señor tiene con cada uno de sus hijos.
3. Conclusión
Dios rigiendo el mundo por el Amor, que es su misma esencia, crea el mundo en la misma lógica de su Ser-Amor, a través del cual encontramos una clave hermenéutica fundamental para contemplar a la persona humana y el cosmos.
En estas verdades fundamentales, el hombre encuentra el sentido último de su vida: la participación eterna en la comunión de Dios-Trinidad.
Interiorizamos
¿Cómo vivo esto?
«Pero hoy nuestra pregunta es: en la época de la ciencia y de la técnica, ¿tiene sentido todavía hablar de creación? ¿Cómo debemos comprender las narraciones del Génesis? La Biblia no quiere ser un manual de ciencias naturales; quiere en cambio hacer comprender la verdad auténtica y profunda de las cosas. La verdad fundamental que nos revelan los relatos del Génesis es que el mundo no es un conjunto de fuerzas entre sí contrastantes, sino que tiene su origen y su estabilidad en el Logos, en la Razón eterna de Dios, que sigue sosteniendo el universo. Hay un designio sobre el mundo que nace de esta Razón, del Espíritu creador. Creer que en la base de todo exista esto, ilumina cualquier aspecto de la existencia y da la valentía para afrontar con confianza y esperanza la aventura de la vida. Por lo tanto, la Escritura nos dice que el origen del ser, del mundo, nuestro origen no es lo irracional y la necesidad, sino la razón y el amor y la libertad. De ahí la alternativa: o prioridad de lo irracional, de la necesidad, o prioridad de la razón, de la libertad, del amor. Nosotros creemos en esta última posición»[24].
Preguntas para el diálogo
• ¿Te aproximas a las sagradas Escrituras con reverencia? ¿La meditas con apertura? ¿Te dejas cuestionar por ella?
• En Cristo fueron creadas todas las cosas ¿Te da esto esperanza y confianza para afrontar la aventura de la vida?
• ¿Qué enseñanzas te da el misterio de la Trinidad y creación para tu vida cotidiana?
Vivamos nuestra fe
¿Qué haré para cooperar con la gracia?
Acciones personales
• Visita al Santísimo y reza el himno cristológico en la epístola a los Colosenses, se encuentra en el anexo 1.
• Escribe una oración en la que le expreses a Jesús que Él es el Señor de tu vida y quien le da sentido.
• Responde a las siguientes preguntas:
– ¿Qué luces te da el meditar que Dios es el que Es y es amor ?
– ¿Eres consciente que Cristo es el rostro del Amor que Dios te tiene? ¿Qué puedes hacer para crecer en tu amor hacia Él?
• Reflexiona en el texto del Anexo 2: «La crecaión es obra de la trinidad».
Acciones comunitarias
• Lean los numerales del 232 al 267 del Catecismo y compartan sus reflexiones en el grupo.
• Realicen una discución grupal, un grupo a favor de la teoria de Darwin, otro grupo a favor de Dios creador.
• Realicen una visita comunitaria al Sántísimo con la intención de adorarlo como Señor de todo lo creado.
Celebramos nuestra fe
Recemos en Comunidad
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Monitor:
Te pedimos Señor nos des la humildad para no centrarnos en nuestras propias opiniones sino que abramos nuestra mente y corazón a tu amor creador.
Lector:
Llenos de gratitud por el amor creador de Dios-Trinidad rezamos juntos:
«Criaturas todas del Señor,
bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra,
bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor
bendiga Israel al Señor…»[25].
Monitor:
Nos encomendamos a María pidiendo que nos ayude a tener sus disposiciones interiores de entrega total al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Rezamos juntos un Ave María.
Todos:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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ANEXOS
– Himno cristológico en la epístola a los Colosenses: Descargar aquí
– La Creación es obra de la Trinidad: Descargar aquí
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NOTAS
1. Jn 1,1-3.
2. Col 1,16-17.
3. Catecismo de la Iglesia Católica, 291.
4. Ex 3,14.
5. Inefable: que no se puede explicar con palabras, RAE.
6. Cuatro letras que designan a Yavé.
7. Ex 3,15.
8. Es La primera traducción del Antiguo Testamento hebreo al griego popular antes de la era cristiana. Es la más antigua traducción y por consiguiente de valor incalculable para los críticos para entender y corregir el texto hebreo.
9. Catecismo de la Iglesia Católica, 213.
10. 1Jn 4,8.16.
11. Ver Jn 10,30; Mt 11,27; Jn 15,9; 10,30; 17,10-11,21-23.
12. Ver Lc 24,5-7.
13. Nada mejor para comprender una obra que conociendo a su autor y las intenciones que lo llevaron a crear.
14. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 2.
15. Ver Gn 1,31.
16. Ver Mt 10, 29-31.
17. Ver Jn 1,3; Rm 11,36; Col 1,15-20.
18. Ver Col 1,15-20.
19. Ver Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, 22.
20. Ver Flp 2,8.
21. Jn 1,1-3.
22. Este tema será visto en un tratado aparte, en el cual se podrá meditar más detalladamente; aquí basta enunciarlo como un elemento que articula y es esencial para esta reflexión.
23. Ap 3,15.
24. Benedicto XVI, Audiencia general, Miércoles 6 de Febrero de 2013.
25. Dn 3,57-88,56.